Retablo Infantil. Portal

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Cortos Para soñar

Recuerdos de monte y de pueblo; memorias de malvas, de caminos de ovejas, de chozas, de colores silvestres, de felicidad, de tristeza, de almas, de semblantes…

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1

Los ojos están tomando una larga parva de matices y se embriagan en un contento insaciable. El campo tiene colorido de licores. Lo zarco lejano y lo verde próximo, los puntos amarillos, anaranjados, rojos, blancos, salpicando cuestas de pastizales, agreos pindios, praderas, seles rapados entre escajo y rozo. La malva, la miera, la manzanilla, la mayueta, que parece brasa adornando verdes intensos. Los ojos van de acá para allá oteando colores vegetales, bordados del mantillo del valle y del monte. Se siente uno contento entre estas pinturas de Dios, vistiendo roca, atenuando maleza, embelleciendo orillas de caminos, ruinas, bocas de cuevas, nacimiento de fuentes frías, hondones, somos, coteras. El sentimiento ahora nada más que vive para lo artístico natural del paisaje. Se olvida al hombre. El hombre no importa en estas gulas de los ojos contemplando yerbas, lirios silvestres, tomillos, carquejas humildes. Ahora piensa uno que la vida es buena y dulce, sin una gota de tuera, sin cizaña, sin cicuta. El aire, transparente y vivo, brezando quimas, arbustos, árgomas negras y retorcidas como malas conciencias, parece que limpia y refresca el ánimo y se lleva recuerdos. Esta pureza del campo puede más que el sinsabor, la vanidad, la ambición. Su rumor es conjuro de paz, de olvido, de alegría; saeta que mata pensamientos de abajo, del mundo. Va uno pisando poesía y respirando esas palabras de aire y de hojas que dicen los abedules, los robles, los fresnos. Ni una sombra en el espíritu, ni un mal gesto, ni una mirada que no sea mansa.

2

El campo borra discordia secreta, enfado, memorias que serían como sorpresas dañinas en nuestro paseo, lejos del cemento, de las altas grúas, del humacho de los barcos manchando el cielo. Va naciendo en el entendimiento un concepto amable de la vida, como cuando los hombres se embriagan un poco en una fiesta de familia. Según va andando uno por estos surcos resecos, que en el invierno son pequeños torrentes, se piensa nada más que en eso, en que la vida es bondadosa, fácil, divertida. En estos momentos duermen, se apaciguan, no dicen nada las otras realidades. Cada paso es una alabanza al campo y a la vida. Los ojos se encuentran con belleza en cualquier parte que miren. Es como cuando contemplamos un espino y nada más que nos fijamos en sus flores blancas. Debajo de la flor está la verdad amarga, la púa, lo que araña y hiere, pero no lo vemos. El campo es la flor, y la vida es el espino. Ahora la vida nos parece blanca y hermosa. Cada malva es una sonrisa de la tierra. Allí suena un aletazo, un manantial, un retumbido de hacha, un arpegio riente. Todo contribuye ahora a nuestra felicidad. El insecto, el pájaro, el viento, el agua errante, el mugido, los cencerros, nos parecen palabras cantadas del monte, conversaciones líricas del aire y de los árboles, órgano, flauta, rezo o algarabía, leyenda infantil o narración dramática gesticulando en las quimas. Nos rodean colores y rumores de paraíso. El alma siente contagios de matices y se viste de optimismo de Naturaleza. El alma es ahora ánfora, cuenco, tarreña, donde destilan sus esencias las manzanillas, las hojas romeras, los grosellares, los ababoles. La vida es buena, la vida es fácil, la vida no es huraña ni falsa…

3

Va uno descendiendo por estas arrugas del viejo semblante del monte. Un hombre andando por el monte es más insignificante que una hormiga recorriendo la cara de un pastor dormido. Ya está el pueblo a un tiro de piedra. Dejamos la vida de la Naturaleza y nos encontramos con la vida del hombre. El campanario da sensación de abad predicando en un púlpito de piedra, al aire libre. Las troneras dan sensación de cuencas sin ojos, de caperuzas, de cabañas en una pendiente roja. Por allí va un hombre con un gran madero seco a cuestas. Es un viejo que casi no puede andar. Se coge rabia al madero. Y le compara uno con la injusticia que unos hombres echan encima de otros hombres. La vida es mala, la vida es difícil, la vida es huraña y falsa.

¿No decíamos antes que la vida es buena y fácil? Una voz grita colérica, no sé por qué. Allí disputan dos mujeres. La una es vieja y la otra es joven. La una tiene el rostro de manzana, y la otra de nuez seca. En esto se diferencian la vejez y la juventud. El humo de los años le pone a uno la cara así, de nuez seca. La joven llora, como avergonzada. No es llanto de pena, de ira, de melancolía, de deseo que no se puede lograr. No llora lo mismo la melancolía que el pesar, ni el orgullo desairado lo mismo que la sencillez herida. Es llanto de vergüenza, de vergüenza. Los ventanos son los catalejos de las casas. Todos miran por ellos la ira de la vieja y la vergüenza de la moza. Puede ser el pecado de un amor, de un engaño, de una pobre ingenuidad vencida por una malicia con apariencia de cariño. Unas devotas cuchichean en una esquina.

4

En el pueblo trajinan las azuelas, los martillos del dalle, las ruedas alfareras, las fraguas que resoplan como muchas lechuzas juntas. Ahora piensa uno que la vida es cansancio. En un banco de piedra, mirando hacia la parte del ábrego, toma el sol un joven flaco y amarillo, arrecostado en la fachada morena. Un día se marchó del pueblo lejos, lejos, a la otra orilla del mar. Y volvió así, flaco y amarillo.

Cuando se marcha uno a la otra orilla remota del mar y se vuelve pobre, la gente suele reírse, mirando por los catalejos de los ventanos. La vida no es buena, la vida tiene garfios para colgar ilusiones; tiene navajas, dogales, horcas. Un viejo con un madero, una joven que llora de vergüenza, un mozo amarillo y flaco en un banco, que parece un féretro de piedra, esperando. Pasa un ciego con su guitarra. ¿Cuántos años tendrá su sombrero? Su lazarilla tiene cara de madre a la que se le han muerto todos los hijos en los caminos, en los pajares, en las estepas. Pasa un hombre con un palo al hombro y en el palo, colgado, un pequeño atadijo. ¿Adónde va el buen hombre? No lo sabe, no sabe a dónde va. Cansancio y polvo, ganas de pan, quizá ganas de vino para olvidar. La carretera es un enigma. En sus orillas están las cárceles y los hospitales. Sabe Dios dónde caerá este hombre, que no sabe a dónde va. Todo contribuye ahora a nuestro disgusto: las clavijas de la guitarra del ciego, el polvo que levantan esos pasos, el ruido de la alfarería, el camino.

Mi Retablo Infantil es eso: recuerdos de monte y de pueblo; memorias de malvas, de caminos de ovejas, de chozas, de colores silvestres, de felicidad, de tristeza, de almas, de semblantes…

FIN