Los zapatos prestados

Los zapatos prestados

María Leonor Smith de Lottermoser

Amor y amistad Para niños Príncipes y Princesas Valores morales

El príncipe va a llegar de visita y Zulma quiere ir a ver el desfile, pero no tiene zapatos para vestir, así que su amiga Malena le presta los suyos.

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Los zapatos prestados

—¡Qué suerte! ¡Ha llegado por fin el príncipe! Todos quieren verlo; verlo de cerca y, si posible fuese … rozar su manto…

—¿Su manto, Malena? — preguntó Zulma, abriendo mucho los ojillos negros y picarones, mientras su alegre rostro dejaba asomar una sonrisa.

—Sí, su manto, su capa o lo que sea — replicó la rubia Malena algo contrariada — ¿Por qué me interrumpes? Estaba soñando con el príncipe que llena los diarios y las revistas.

—Pero dime… ¿estás trastornada como las demás chicas de la escuela? Siempre hablando de ese príncipe…

—Es un encanto. ¿Cómo no ha de serlo? Hijo de un rey, educado en un palacio de verdad. ¿Te das cuenta?

—¡Cómo no me voy a dar cuenta! Y… tanta cuenta me doy, que ya sé que no se ha de ocupar de nosotras: pobres, desconocidas y feas. Por lo pronto, yo no podré ir al desfile, porque papá no cobrará hasta fin de mes y no tengo para comprarme zapatos nuevos; éstos, están remendados y, si camino mucho …

—Se te abrirán como boca de sapo ¿verdad? Por suerte que los míos están flamantes.

—Me alegro, Malena, porque tú estás deseando aplaudir a ese príncipe que, al fin y al cabo, no vayas a creer que es tan lindo como lo pintan.

—No, Zulma; eso no es verdad. Lo que pasa es que tú no quieres que sea lindo, porque no puedes ir al desfile, porque… tú misma lo has dicho: no tienes zapatos nuevos.

—Malena, no seas así; ¡tan mala conmigo! Es verdad; estoy enojadísima con ese príncipe, porque no podré verlo,— y así diciendo, a la niña se le llenaron los ojos de lágrimas.

Ambas compañeras se dirigían a la escuela, mientras conversaban sobre la llegada del príncipe.

Una vez en clase, la maestra dio la gran noticia.

—Atención: vamos a prepararnos para el gran desfile de mañana.

—¿Para ver al príncipe?— preguntó Malena.

—Precisamente; pero, como la escuela está muy apartada de la Plaza del Congreso, sólo podrán concurrir unas cuantas alumnas. Tendrán que presentarse. muy arregladitas, con uniforme bien planchado, zapatos lustrados y un moño blanco en la cabeza, como de costumbre, cuando realizamos excursiones. ¿Quiénes son las que me acompañarán? De pie — ordenó la maestra.

Todas a un tiempo se levantaron. Zulma titubeó; pero al sentir el puntapié de Malena por debajo del banco, se incorporó también.

—Muy bien — respondió la maestra — Tomen asiento. Como no puedo llevar a todas, voy a conformarlas eligiéndolas a la suerte. Una de ustedes repartirá estas cédulas; las que obtengan los números del uno al cinco, se pondrán de pie, pues irán al desfile. Las que reciban la cédula en blanco, tendrán que contentarse con oír después el relato de las favorecidas por la suerte.

Mucha fue la algazara y la inquietud de las treinta y dos alumnas que llenaban el salón. Se repartieron las cédulas y, cuando la maestra dijo “ —Ya pueden abrirlas”, los deditos nerviosos como picaflores y los ojos de mirada ansiosa, trabajaron a un tiempo como movidos por un resorte. De inmediato, se oyeron suspiros y risas maliciosas, a tiempo que cuatro pequeñuelas se levantaban de golpe, hablando a la vez.

—El uno, yo. —El dos, Señorita. —El tres, es mío.

—El cuatro; ¡qué suerte!

—i Y el cinco, — preguntó la maestra.

—Aquí está, Señorita —exclamó Malena. — Lo tiene mi compañera Zulma.

—¿Y por qué no te levantas?

—Es que … que yo… Señorita… yo…

—¿No puedes ir?

Zulma sentía que Malena le tiraba el delantal como para animarla.

—Sí, Señorita; Zulma quiere ir —concluyó por decir Malena.

—A ti no te he preguntado… —replicó la maestra, agregando: —Zulma, contéstame o acércate a mi lado, si es que deseas comunicarme algo.

Por toda respuesta, la niña se echó a llorar desconsoladamente, mientras la maestra la acariciaba tratando de descubrir su secreto; pero, antes de descubrirlo, Malena se adelantó diciendo : —Zulma es muy vergonzosa, Señorita, aunque también es muy buena; yo la conozco y sé que desea muchísimo ver al príncipe, pero…

—¿Pero qué? — concluyó por decir la maestra.

Ambas compañeras se retorcían las manos cambiando miraditas inquietas, hasta que Malena dijo:

—Nada, Señorita; es el susto que la ha hecho llorar, pues seguramente tendría miedo que no la llevasen. Dice la mamá que es muy llorona.

—Bueno, bueno, ya todo ha pasado; irás Zulma. No llores, me alegro muchísimo que te haya correspondido una de las cédulas numeradas.

Al retirarse de la escuela, no bien estuvieron alejadas de sus compañeras, Zulma dijo a Malena:

—¿Crees que tus zapatos me quedarán bien?

—Sí, Zulma, me parece que tenemos el mismo pié, por eso te los ofrecí antes de abrir las cédulas, en caso de que fueses una de las elegidas.

—¡Qué alegría, Malena!. Ahora podré ver al príncipe; pero …¡no sé cómo agradecerte los zapatos! Y… mucho más, salvarme ante la maestra, pues, a decir verdad, a mi me daba vergüenza contarle que somos muy pobres y que mi buen papá no ha cobrado su jornal todavía. No sé si habré hecho mal.

—No, Zulma, has hecho muy bien. Dice mi abuela que hay una cosa que se siente a veces y que se parece a la vergüenza, pero no es vergüenza, es algo mucho más lindo en las niñas.

—¿Qué es, Malena? ¿Acaso yo lo sentí?

—Me parece que sí. Eso se llama pudor; fue el pudor lo que te detuvo la lengua y no pudiste confesar las privaciones que sufre tu familia. Yo creo que eso es muy bello en una niña, así lo dice mi abuela, y mi abuela sabe lo que dice ¿verdad?

—Debe ser. Sin embargo, yo conozco niñas y tú también, que, cuando la maestra pide algo, ya están a los gritos: “—¡Ah, yo no lo compro, porque mi papá es pobre!”

—Es feo, Zulma.

—Yo no sé si es feo o si es lindo; pero a mí me cuesta decirlo; no puedo, pues mis padres son buenísimos y no me gusta que todos se den cuenta. de lo que pasa en mi casa.

—Has dicho justamente lo que me aconseja mi abuela; pareces una vieja, Zulma. Ahora pasarás por casa, te daré los zapatos y después me contarás lo que veas en el desfile.

Zulma, cargada luego con los zapatitos de Malena, llegó a su casa, y corriendo hacia su mamá exclamó:

—¡Mamita! Mañana iré al desfile con unas cuantas chicas.

—Me alegro. Quítate el delantal, voy a lavarlo y a plancharlo para que seas una de las más blancas palomitas que rodeen al príncipe; pero, ahora que recuerdo, tus zapatos están…

—Muy remendados ¿no es cierto? Pero Malena me ha prestado los suyos.

La madre abrazó a su hija, sin dejar ver las lágrimas que llenaban sus ojos y, manteniéndola en sus brazos, dijo:

—No debes olvidar lo que ha hecho Malena; es un rasgo que ni las personas mayores alcanzan, es algo que ha nacido espontáneamente de su corazoncito infantil, porque no quiere que pierdas lo que ella hubiese deseado.

—¿Qué quiere decir espontáneamente?

—De pronto, sin meditarlo, Zulma. Cuando seas mayor sabrás que esos actos que se realizan de repente, son los que dan a conocer las personas tal cual son. Ahora sabemos que Malena es generosa, sin que se lo ordenen, y al prestarte los zapatos no ha querido más que hacerte feliz. ¿Hay algo más hermoso? No olvides, Zulma, nuestra conversación.

—No, mamá. Ahora, a prepararnos para ver al príncipe.

Al día siguiente, Zulma, blanca como la espuma y contenta como un pajarito al nacer la primavera, salió calzada con los zapatitos prestados. Tanta era su alegría que olvidó el malestar de los pies ceñidos por un calzado algo estrecho para ella.

Malena la esperaba al pasar, con su abuelita, en la puerta de calle y no pudo menos que exclamar :

—¡Qué linda estás! Diviértete mucho y vuelve a contarme las cosas que hayas visto. En tus pies, mis zapatos parecen más bonitos… voy a esperarte luego ¡con unas ganas! Hasta lueguito.

—Hasta luego y muchas gracias, Malena.

Zulma siguió viaje, sintiendo ya que sus pies se endurecían y que los preciosos zapatitos la molestaban. Al llegar a la escuela, encontró a sus compañeras con los ojos brillantes y las mejillas rosadas, luciendo el planchado moño más empinado que de costumbre, tal vez deseoso de lucirse ante el príncipe.

De pronto, Zulma perdió el entusiasmo, su graciosa boquita se retorció y su brazo derecho se extendió hasta tocar la pared para sostener su cuerpo.

—Buenos días, Zulma —dijo una de sus compañeras.— ¿Qué te pasa? Pareces enferma.

—¡Señorita, Señorita! — exclamó otra, llamando a la maestra — Parece que Zulma se siente muy mal.

Llegó entonces la Señora Directora, algo alarmada por cierto. Sostuvo a Zulma y la llevó hasta su escritorio, alejándola de las niñas que, curiosas, trataban de descubrir lo que ocurría. No bien dejó el brazo de la niña, ésta cayó de rodillas, no pudiendo sostenerse de pié.

—¿Qué hay, Zulma? Tomarás una taza de té bien caliente. ¿No te habrás desayunado? ¿Crees que no podrás ir al desfile? — le preguntaba la directora acariciándola.

Zulma se echó a llorar y concluyó por decir entre sollozos:

— Señora… no puedo más, son los zapatos … me duelen mucho los pies.

—Pues quítatelos cuánto antes, criatura! ¡Qué ocurrencia la tuya!

La niña se apresuró a desabrochar los zapatitos y, obedeciendo a lo indicado por la directora, dejó libre a sus pies con un suspiro de alivio.

—¿Por qué has venido con esos zapatos? ¿No tienes otros? En caso contrario, no podrás ver al príncipe. Contéstame pronto, pues entre media hora, debemos salir de la escuela.

—¿Con cuáles vienes a la escuela?

—Con otros… pero están por romperse del todo.

—Entonces esos — dijo señalando los que acababa de quitarse — serán de tu hermanita.

—No, Señora — contestó Zulma llorando — No tengo hermanas.

—¿Tuyos?

—¡Tampoco! No puedo decírselo.

—Explícate. Cuéntame lo que pasa, estamos solitas.

—No, Señora… yo no podré ir… mis zapatos están muy feos. ¡Qué vergüenza! ¿Qué dirán mis compañeras?

—No importa, Zulma. Los zapatos no se han de ver, habrá muchas niñas que formarán a tu lado sin preocuparse de lo que pasa en el suelo.

—Señora… es que yo no quisiera despreciar a Malena.

—¿Qué tiene que ver Malena con todo esto?

—Es que… Malena me prestó los zapatos para que no dejase de ver al príncipe. Ella bien sabía que yo lo deseaba ¡tanto, tanto! Como estamos solitas, señora, se lo puede confesar. Mamá dice que Malena fue espontánea y eso no se debe olvidar.

La Directora sonrió y saliendo del escritorio mandó en busca de los zapatitos usados de Zulma, y como recompensa a Malena, le escribió a la mamá, pidiéndole que la enviase al punto, para llevarla también al desfile.

Al llegar a la escuela, ambas niñas se miraron con angustia, hasta que Zulma se atrevió a decir:

—¿Tú también vas, Malena?

—Sí, Zulma, así lo ha dispuesto la Señora directora, ordenando que te calces tus zapatos.

Las niñas olvidaron lo ocurrido ante el bullicio de sus compañeras y una vez en las escalinatas del Congreso dominaron con la vista toda la plaza y sus alrededores, alfombrados al parecer, con centenares de pétalos de rosas blancas, que no eran más que las alumnas de las escuelas, ataviadas con grandes moños.

—¿Y el príncipe?

—¡Silencio! — decía la maestra.

De pronto se oyó un murmullo y se vio a un militar que adelantaba sus pasos hacia un palco rodeado por personajes en traje de gala.

— Señorita, yo no lo veo. ¿Cuál es? — decía Zulma.

La maestra, también empeñada en reconocerlo, concluyó por decir:

—El del capote gris ¿no lo ven?

—No, Señorita. No vemos más que el traje; no se le ve la cara.

La maestra sonrió y volvió a pedir silencio.

Una de las niñas, algo impaciente, dijo sin pensar:

—¿Y para eso nos han traído? Si no lo vemos …

—Tampoco nos ve a nosotras — respondió una traviesa morenita.

Al poco rato comenzó el desfile, al son de una marcha, para regresar a la escuela.

—¿Y ésta es toda la fiesta? — preguntó Zulma. — Bien lo dijiste, el príncipe no puede ocuparse de gente como nosotras: pobres, desconocidas y feas.

—Ya lo sé; por eso es que tanto lo deseamos ver, porque nunca lo alcanzamos a conocer.

Y así llegaron a sus casas, ansiosas de relatar a sus padres cuanto les había ocurrido.

La abuela de Malena la conformó, diciéndole:

—Los príncipes de ahora no están como los de antes, en contacto con el pueblo, aunque así lo parezca.

—¿Qué quiere decir en contacto?

—De cerca, junto a los pobres y a los ricos; muy de cerca. Realizaban fiestas populares que resultaban preciosas y que tú debes haber leído en tus cuentos de hadas.

—¿Es verdad, abuela?

—Sí, querida; pero te estoy hablando de la nobleza antigua, muy antigua.

—¿Y por qué los príncipes de ahora no son como aquéllos?

—Porque todo cambia. Los de ahora se divierten a puertas cerradas, en sus salones; y nosotras, es decir, las del pueblo, no participamos de sus diversiones.

—¿Y por qué les hacen tantas fiestas?

—No por ellos, sino a la Nación de donde vienen, al pueblo que representan. Si viene un príncipe italiano, los festejos son en honor de Italia; si viene un inglés,…

—En honor de Inglaterra o Gran Bretaña … — agregó Malena.

—Muy bien, hijita; de manera que los festejos son para la bandera extranjera, símbolo de su patria, nada más que un acto de cortesía de nuestra parte.

—¡Qué inteligente es usted, abuela! ¡Cuántas cosas me enseña! Yo creía que los príncipes arrastraban mantos bordados, que se adornaban con galones y medallas y que había que adorarlos porque eran diferentes a los demás hombres.

—A veces, querida; pero poco a poco eso va desapareciendo.

Y así terminó el día la generosa Malena, soñando esa noche con príncipes antiguos, olvidando al que tanto había deseado ver.

En cambio, Zulma, habló de otro asunto con su mamá; ésta le dijo :

—Aunque no hayas llevado los zapatitos de Malena, me alegro que te los haya prestado.

—¡Qué suerte que no se descosieron los míos! ¿Por qué dices que te alegras que me los haya prestado? A mí no me parece ¡me hicieron sufrir tanto! Me ceñían los pies y aun los tengo doloridos …

—No es por el príncipe, ni por los zapatos ni por el dolor de tus pies; simplemente porque ahora conocemos a Malena como una amiga generosa, capaz de comprender el dolor y la alegría de sus compañeras; es de las que dan, sin esperar a que se les pida, cosa muy rara entre las que se llaman amiguitas. Además, he descubierto que tú quieres mucho a tu papá.

— Sí, mamá. Yo tuve pudor de mi pobreza y eso, creo que es muy lindo.

—¿Cómo lo sabes? ¡Es tan raro en las niñas de hoy!

—Me lo explicó Malena y su abuela se lo ha enseñado. Dice que es parecido a la vergüenza; pero mucho más hermoso.

Madre e hija se abrazaron, enviando al día siguiente una bandeja con doce empanadas criollas a la abuelita de Malena, muy agradecidas al par de zapatitos prestados.

FIN