
Los buenos deportistas
María Leonor Smith de Lottermoser
Más cuentos del autor »Varios primos asistirán al partido de fútbol más emocionante de la temporada. Aunque pertenecen a bandos distintos, todos desean que su equipo gane.
Los buenos deportistas
—Por cierto, uno debe perder para que el otro gane, como ocurre en todos los juegos,— decía un tío porteño a sus sobrinos argentinos y uruguayos que se hallaban en torno a la mesa del comedor, después del desayuno, en la ciudad de Montevideo.
—Pero, tío, nosotros queremos que ganen los de nuestra patria.— añadió Charito, la argentina más pequeñita del grupo.
—Claro… Dígame, tío, ¿no desea usted que ganen los argentinos — agregó Carlitos, el mayor de los porteños.
—¡Ah, Carlitos! Soy muy patriota, no digo que me disguste que ganen los míos; pero, si perdiesen… me quedaría tan tranquilo como ahora y, al encontrar un uruguayo, le estrecharía la mano con fuerza, diciéndole: —”Bravo, amigo, lo felicito; los suyos se han portado muy bien”.
—¡Tío!… ¡No … no puede ser! — gritaron en coro los pequeñuelos.
Entre el vocerío, se oyeron exclamaciones como éstas:
—¿Quién puede con los uruguayos? ¡Ganarán! … ¿Quién hace frente a los argentinos? Ninguno. ¡Vivan los uruguayos! ¡Vivan los argentinos! ¡No vale! ¡Silencio! ¿Qué saben ustedes?
—¡Ay, tío! … si pierden, me enfermaré. ¡Ay … no … no pueden, no pueden y no perderán!— concluyó por exclamar Charito golpeando la mesa con los puños cerrados como una gatita furiosa.
—Bueno, bueno, bueno … ¡basta! Los llevaré para que todos presencien el grandioso partido de fútbol esta tarde— dijo el tío.
—¡Qué suerte! ¡Ya verán cómo voy a aplaudir, verán qué patriota soy! Y cuando ganen: saltaré, cantaré y terminaré por consolar a mis primos uruguayitos, a quienes quiero mucho. Llevaré también la escarapela argentina y me pasearé por las calles luciéndola.
—¿Para qué, Charito? ¿Acaso no se reserva para las fiestas patrias? ¡Cuidado, más respeto con los símbolos nacionales!
—Será … pero yo quiero que después del partido todos sepan que soy argentina y estaré … ¡tan contenta!
—Pues bien, me parece que sería mejor dejar esos preparativos y esas conversaciones para después del partido. Todavía no cantemos victoria; es malo cargarse de laureles antes de la lucha.
—Pero si es seguro el triunfo— replicaron algunos de los niños.
El tío sonrió, acarició la cabeza de sus sobrinos y se despidió hasta más tarde.
Llegó la hora, y emprendieron la marcha.
¡Cuánta gente! ¡Qué bullicio! Automóviles de un lado para otro; vendedores, agentes, bicicletas y la mar de hombres, mujeres y niños atareados que deseaban llegar a la entrada del campo donde se llevaría a cabo el partido más interesante del año. Ya no se hablaba más que de fútbol. ¿Quienes ganarían? ¿Los argentinos? ¿Los uruguayos?
—¡Es tan agradable mirar a los muchachos que se disputan con desesperación un premio y los aplausos del pueblo!— exclamó el tío, mientras se dirigían al campo de deportes.
—Es cierto— contestó Nestito, su sobrino uruguayo. —Pero es mucho más agradable cuando salen vencedores los de nuestra patria, los del Uruguay y… ¡Qué guapos son! ¡Qué seguros están! Ya verán los argentinos con quién tienen que medirse…
—Calla, Nestito … eres un tonto, un vanidoso ¿crees que van a ganar? No, no, ¡ni lo pienses! ¿Lo oyes? — replicó Charito.
—¡Ah, primita! Me vas a cansar con tus tonterías.
La vanidosa eres tú.
—Tío ¡qué malo es Nestito! ¿Por qué habré venido a Montevideo? Me voy … me iré cuando triunfen los argentinos.
—Pues me alegro haberte traído— replicó el tío. —Creo que el partido será una buena lección para mis sobrinos. Ganen unos o ganen otros.
Los niños se distrajeron con la cantidad de gente que llenaba el campo y pronto encontraron asiento entre la multitud. Después de oír música y gritería por uno y otro lado, una salva de aplausos anunció a los jugadores.
El tío, Carlitos, Nestito, Charito y los demás chiquillos se pusieron de pie y animados por los aplausos, reían y movían las manos sacudiéndolas en alto para saludar a sus compatriotas.
Sonó el silbato y empezó el juego. Pelotazo por acá, pelotazo por allá; un tanto para unos, un tanto para otros; vivas, gritos y aplausos.
Las caritas que al principio sonreían, concluyeron por entristecerse más y más, hasta bañarse en lágrimas. Charito ya no veía; con las manos sobre el rostro se encorvába poco a poco, hasta concluir en un llanto sin consuelo.
¿Qué habría ocurrido?. Algo insospechable para ella: los uruguayos triunfaban, y por lo consiguiente, los argentinos perdían.
¿Qué haces Charito?. Anímate, no pierdas tu sonrisa, acuérdate que eres argentina— le dijo el tío.
—No… no puedo, tío— repetía sollozando —¡Qué desgracia! Esos… uruguayos han hecho trampa .
—¿Qué dices?— preguntó alarmado Nestito —¿Nosotros, trampa? Si ganamos será porque sabemos jugar.
—¡Estás loco!— replicó Carlitos —Será la casualidad.
Ambos niños, con el rostro encendido, se iban acercando, hasta concluir por rozarse las narices como dos gallitos antes de dar un salto para emprenderla a picotazos.
Niños… vamos a casa. Esto se pone como un gallinero cuando cae un intruso. .Alejémonos, porque si todos los argentinos y todos los uruguayos comienzan como ustedes, voy a presenciar otro partido de malos jugadores, pésimos ganadores y peores perdedores.
El tío regresó con sus sobrinos tristes y cabizbajos.
Llegaron a la casa, donde los esperaban los padres con una mesa cargada con platitos delicados y sabrosos.
—¿Qué les pasa?— preguntó la mamá —Mis uruguayos sonríen y… los argentinos…
—Mamá— dijo Nestito —¡Viva la patria! ¡Hemos. triunfado! ¿Te das cuenta?
—Me explico. ¿Por eso llora tanto Charito? Seca tus lágrimas, querida; ya no quiero oír hablar del asunto— contestó la mamá.
—Tomen asiento— agregó el tío —Antes de beber el chocolate quisiera que todos me escucharan y no dudo que después estarán todos más tranquilos. Un partido de fútbol es una lucha entre dos bandos. ¿Verdad? —Sí, tío, ya lo sabernos — se apresuró a decir Charito.
—Me alegro. Cada bando se empeña en jugar lo mejor posible, tratando de vencer al contrario ¿no es así? —Así es; tratando de hacer un gol y evitando que se lo hagan — replicó Nestito.
—Pues bien, si ambos obtienen el mismo número de tantos ¿Qué sucede?
—Empatan —dijo Garlitos.
—Luego, deben seguir otro día, hasta que uno de los bandos resulte con más tantos. De manera que unos concluyen por ganar y otros por perder.
— Sí; pero esta vez tenían que ganar los argentinos— interrumpió Charito.
—No veo la razón; si no fue esta vez, bien podría ser otra. Lo que deben hacer los argentinos, es abrazar a los uruguayos; darles las gracias por haberse medido con ustedes y felicitarlos de todo corazón por el triunfo bien alcanzado. El perdedor debe ser un perdedor generoso, de otro modo, jamás podrá llegar a ser buen ganador y cortés con su contrario. Así, el que gana no debe burlarse del que pierde, pues ya le llegará su turno; si no es en eso, será en otra cosa. No porque uno salga vencido, quiere decir que haya jugado mal.
— Sí, pero a mí me dio vergüenza— dijo Charito — por eso lloré tanto.
—¿Vergüenza? ¿Una argentina avergonzada porque unos jugadores de su patria queden vencidos? No, Charito; vergüenza deben tener los argentinos si sus hijas muestran su descontento y lloran empequeñeciéndose al verse derrotadas en uno de los tantos juegos. que, al fin y al cabo, constituyen un deporte. En ese momento, hay que levantar el ánimo de los perdedores, hay que sonreír, sin perder jamás la serenidad. No hay que enrojecerse, ni enfurecerse, ni mucho menos contestar de mal modo al contrario. Prométeme que lucirás la escarapela argentina, que cantarás, que saltarás y, en cuanto encuentres a un uruguayo, lo felicitarás por su triunfo. Triunfo es triunfo, y debe ser aplaudido sin tener en cuenta la nacionalidad del que lo mereció.
—¿Y no me dirán cosas feas los uruguayos? ¿No se reirán de mí?
—¡No, Charito! Los buenos uruguayos como Nestito, tu primo, los que saben cumplir con su deber, los patriotas e inteligentes, te tratarán con todo cariño y cortesía.
No sabía, tío. ¿Entonces, no es una vergüenza haber perdido? ¿No cree usted que nos habrán hecho trampa?
—¡No, Charito! El que se deja hacer trampas es un tonto, o las permite por algún motivo. No has de creer que los argentinos sean tan tontos. Además, el buen deportista jamás se vale de trampas.
—Y … ¿qué es un deportista, tío? Siempre oigo esa palabra y no sé lo que quiere decir.
—El buen deportista es el que gana o pierde en buena ley, poniendo, naturalmente, todo su esfuerzo en hacer las cosas lo mejor que puede, concluyendo siempre con una sonrisa, saludando afectuosamente a su contrario; sin llegar jamás a perder el buen modo, sin demostrar enojo, sin perder— en una palabra —la tranquilidad que debió tener al comenzar el juego.
—Bueno, si es así— dijo Nestito —pido un viva de todo corazón para argentinos y uruguayos, ya que cada uno de ellos ha tratado de jugar en la mejor forma posible.
Así lo hicieron los niños y, entre broma y broma, saborearon contentos los refrescos y el chocolate, como los mejores deportista del mundo después de un reñido combate.
FIN