Los bolsillos mágicos

Los bolsillos mágicos

Colección Marujita

Amor y amistad Aventuras Divertidos Fantásticos Para niños

Un día, el señor Dolón sale en busca de trabajo y después de ayudar a una señora con una fuga de agua se confunde de chaqueta al salir.

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Los bolsillos mágicos

Documento de dominio público bajo Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina
El material original pertenece a: Biblioteca Nacional de Maestros

El señor Dolón era un hombre pequeñito, regordete y de sonrisa muy agradable. Era muy pobre y vivía solo en una casita redonda, aunque proporcionada a su gordura, en el extremo de un pueblecillo. Siempre llevaba una chaqueta roja, que se abrochaba hasta el cuello, y que tenía dos bolsillos muy grandes. En uno de ellos se guardaba la comida y en el otro el pañuelo, el dinero y otras cosas por el estilo.

Un día, el señor Dolón salió en busca de trabajo. Llevaba envuelto en un papel algo de comer, aunque se lo guardaba para cuando tuviese mas hambre. Esperaba que la suerte le permitiera encontrar trabajo y entonces se podría comprar un buen pedazo de queso para acompañar el pan seco que tenía.

Precisamente se disponía a bajar por la calle, cuando oyó unos gritos pidiendo socorro. Miró para ver quien era y vio a una señora, ya anciana, que lo llamaba desde la ventana.

—Se ha roto la tubería del cuarto de baño y se está llenando la casa de agua. Haga el favor de subir a ayudarme.

El señor Dolón se apresuró a entrar en la casa. En el recibidor se quitó la chaqueta y la colgó con el sombrero. Luego se arremangó la camisa y subió al piso superior.

¡Dios mío, que espectáculo!. El agua salía de un agujero enorme de una de las tuberías y había inundado el cuarto.

—Pondré mi dedo pulgar en el agujero y mientras tanto, vaya usted a buscar al fontanero. Vaya deprisa, porque de lo contrario tendrá que salir a nado.

—¡Muchas gracias! ¡muchas gracias! —dijo la anciana señora, echando a correr.

El señor Dolón esperó por espacio de veinte minutos sin quitar el dedo del agujero y entonces llegó la buena señora con el fontanero, quien no tardó en contener la salida del agua. Añadió que cambiaría aquella cañería.

—Le doy a usted muchísimas gracias, es usted muy amable. —Dijo la anciana al señor Dolón.

—No vale la pena —contestó el hombrecillo con la mayor cortesía—. Me alegro de haberle sido útil. Voy abajo a ponerme la chaqueta.

Así lo hizo y, al salir a la calle, empezó a silbar alegremente, por haber tenido ocasión de ser útil.

—¡Hola Dolón! —le dijo un amigo que le vio—. ¿Dónde has estado?.

El señor Dolón le contó su aventura.

—Eres un buen hombre —le dijo su amigo, el señor Potel, que le quería mucho—. Me gustaría hacer algo en tu favor. Siempre has sido pobre y nunca has gozado de la vida.

—¡Ah! —exclamó suspirando el señor Dolón—. ¡Cuánto me gustaría que volviese el buen tiempo antiguo de las hadas!. Entonces quizá me concediesen la facultad de expresar algún deseo y así tendría cuanto necesitara.

El señor Potel acompañó a su amigo, y a la hora de comer, se sentaron en un lugar soleado. El amigo del señor Dolón llevaba pan tierno, salchichas y un buen pedazo de pastel.

—¿Y tú que tienes Dolón?.

—Pues un poco de pan seco y nada más —contestó suspirando—. Me gustaría tener pan tierno y salchichas, como tú. Luego, para postre, un pastelillo de hojaldre con crema.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó el paquetito. Lo desenvolvió y se quedó mirando con el mayor asombro.

—¡Qué barbaridad, mira! —exclamó—. ¡Mira!. Se ha cumplido mi deseo. Salchichas, pan y el pastelito de crema mas estupendo que se ha visto. Sin duda aún existe la magia.

El amigo de Dolón se quedó mirándole con los ojos y la boca muy abiertos. Aquello le pareció algo muy sorprendente. El señor Dolón comió con mucho gusto.

Nunca lo había hecho de aquella manera, el pastelito era delicioso y en cuanto a la salchicha, sabrosa a más no poder.

—Te has ensuciado la boca y las narices de crema —le dijo Potel—. Tienes una cara muy rara.

El señor Dolón metió la mano en el otro bolsillo en busca del pañuelo, y cuando lo sacó, su asombro fue todavía mayor.

—¡Mira! —exclamó entusiasmado—. Mi pañuelo era de algodón y estaba roto y este, en cambio, es nuevo, de seda y de color azul. No hay duda ninguna de que todavía existe la magia.

—¡Es maravilloso! —contestó Potel—. Bueno Dolón, siempre he dicho que merecías tener un poco de buena suerte y me alegro de que, por fin, te haya favorecido.

El señor Dolón sonrió muy satisfecho. Se limpió la crema de la nariz y se guardó el pañuelo.

—Bueno, he de marcharme —dijo—. Me han avisado que en el otro extremo del pueblo necesitan un jardinero. Voy a ver si consigo el empleo.

—Como yo voy también por ese camino —dijo Potel—. Cogeré el autobús porque está demasiado lejos para ir a pie.

—Yo no tengo bastante dinero para eso —contestó Dolón, metiendo la mano en el bolsillo—. No me queda más que una moneda de diez céntimos.

Sacó, en efecto, una moneda, pero se quedó con la boca abierta al ver que era una peseta.

—¡Mira esto!, la moneda de diez céntimos se ha convertido en una peseta. ¿Viste alguna vez algo igual?.

Potel sintió crecer todavía más su asombro. Tomó la moneda, la mordió para saber si era buena y se convenció de que, en efecto, lo era.

—Ahora ya podrás tomar el autobús. El billete no cuesta más que diez céntimos.

Así pues, ambos subieron al autobús y el señor Dolón disfrutó mucho del trayecto, porque hacía ya bastante tiempo que no había podido permitirse semejante lujo.

—¿Quieres un cigarrillo? —le preguntó Potel—. Me sobra uno.

—¡Hombre!, te lo agradezco mucho. Quisiera ser yo quien te lo ofreciera, pero no tengo tabaco.

—No lo asegures, mas vale que antes busques en tus bolsillos.

El señor Dolón siguió el consejo, y en efecto, sacó una cajetilla llena de cigarros.

—Esto es extraordinario —exclamó—. Hoy es uno de los días más felices de mi vida. ¡Qué suerte tan grande!.

Cada uno de ellos tomó un cigarrillo y aunque el señor Dolón nunca compraba cerillas, metió la mano en el bolsillo para ver si hallaba una caja. Y como esperaba, la encontró. Encendieron pues los cigarrillos, y muy satisfechos empezaron a fumar.

—Mira a ver si tienes alguna otra cosa en los bolsillos —le aconsejó Potel—. Es posible que todo se haya transformado en algo mejor.

El señor Dolón buscó en sus bolsillos y se quedó pasmado. Primero encontró un hermoso par de guantes forrados de piel. Luego otro pañuelo de seda amarillo, dos lápices magníficos y una preciosa pluma estilográfica. También encontró un librito de notas, un monedero con diez pesetas y una carterita.

—¿Qué habrá dentro? —preguntó Potel—. Inclinándose para mirar, verdaderamente hoy te favorece la suerte.

Dolón abrió la carterita y dentro halló unas cuantas tarjetas de visita.

—Son tarjetas —exclamó—. A ver si llevan mi nombre. ¡Qué importancia voy a darme!.

Sacó una de las tarjetas, la leyó dos veces, se frotó los ojos y volvió a mirar.

—Escucha Potel, —dijo a su amigo—. ¿Tú ves mi nombre aquí?.

—No —contestó el otro sorprendido—. Dice señor José Mengánez. ¿Qué significa eso?.

—Yo me llamo Dolón —observó éste muy extrañado—. Con toda seguridad la magia se ha estropeado. ¿Porqué demonio habrán puesto el nombre de José Mengánez?.

—Tengo entendido que en este pueblo vive, efectivamente, el señor José Mengánez. He oído hablar de él. Aunque no me explico que su nombre figure en las tarjetas que hay en tu carterita. Eso es muy raro.

En aquel momento se le ocurrió al señor Dolón una idea terrible. Palideció, miró con atención su chaqueta roja y se puso lívido, de tal manera que Potel se asustó.

—¿Qué te pasa? —preguntó—. ¿Estás enfermo Dolón?.

—No —contestó el pobre hombre con voz débil—.¡Oh Potel, me parece que esos bolsillos no tienen nada de mágicos!. Creo…

—¿Qué?, habla aprisa.

—Creo que me he puesto la chaqueta de otro. Apenas me atrevo a mirarla Potel. Dime si hay un remiendo en el hombro derecho.

—No, no hay remiendo alguno.

—Dime también si falta un botón en la manga derecha.

—Aquí no falta ningún botón —le dijo su amigo—.

—Pues en tal caso —replicó Dolón con voz temblorosa—, esa chaqueta no es mía. ¡Dios mío!, ¿que haré?.

—¿Pero como es posible que te hayas puesto la chaqueta de otra persona?.

—¿Te acuerdas que te he contado que esta mañana fui a casa de una señora, porque se le había reventado una cañería del baño?. Pues bien, antes de subir me quité la chaqueta y el sombrero y los colgué en el recibidor. Al bajar, me volví a poner la chaqueta, pero sin duda tomé la de la otra persona. Así se explica que en los bolsillos hubiese cosas tan estupendas.

—¿De modo que las salchichas y el pastelillo no eran cosa de magia?, ¿pertenecían a otro?.

—Si —dijo el señor Dolón muy triste—. Y yo me lo he comido. Después hemos fumado y usado los fósforos. Además he ensuciado de crema el pañuelo y lo peor es que he gastado algún dinero. ¿Qué haré?, pobre de mí.

—Pues no tienes mas remedio que volver allí y confesarlo — dijo Potel con cara de pena.—. Lo siento mucho por ti Dolón, pues realmente llegué a figurarme que habías tenido una gran suerte. Y al final ha resultado toda una desdicha para ti.

El señor Dolón hizo parar el autobús y bajó. Potel le imitó.

—Te acompañaré —le dijo—. Le diré a la buena señora que te figuraste que todo esto había ocurrido por arte de magia y que nunca tuviste la sospecha de que te comías lo de otra persona.

Los dos amigos se dirigieron a la casa de la anciana. Llegaron allá a media tarde y cuando por fin, se vieron ante la casa, oyeron una voz fuerte que, en una de las habitaciones delanteras de la casa decia:

—Mi buena comida se ha transformado en un poco de pan seco. Han desaparecido mis cigarrillos, mis lápices, mi pluma estilográfica, los guantes nuevos y los pañuelos de seda. Alguien me habrá lanzado una maldición. ¡Dios mío, que desagradable es eso!. Soy muy desgraciado.

—Bueno, entremos y le diremos al señor Mengánez lo que ha ocurrido —murmuró Potel.

Los dos amigos recorrieron el sendero y llamaron a la puerta principal. La anciana fue a abrir, e hizo entrar a Dolón y a su compañero, y les llevó a una habitación muy cómoda, en donde un viejecito tan redondo y regordete como Dolón se paseaba de un lado a otro.

—Disculpe —dijo Dolón con voz insegura—. He venido a decirle que a causa de un error y por ser tan semejantes nuestras chaquetas, esta mañana me llevé la de usted, dejándome la mía.

—¡Alabado sea Dios!,—exclamó el viejo—. Así pues, no me han lanzado maldición alguna, sino que encontré la comida de usted, su pañuelo rojo… Bueno, me alegro.

—Pues, por mi parte, me figuré que me había favorecido algún encantamiento. Supuse que su comida era mía y que el pan seco se había transformado en algo mejor. Lamento haber fumado dos cigarrillos de su cajetilla y gastado algo de su dinero, sin contar con que le he ensuciado de crema su pañuelo azul.

La viejecita empezó a reírse y su marido le imitó.

—¡Es curioso, curiosísimo! —exclamó.

— A mi no me parece nada divertido —replicó el señor Dolón—. No puedo devolverle su comida o sus cigarrillos, porque no tengo dinero ni trabajo.

—En tal caso, eso ya no es divertido —contestó el anciano—. Y dígame, ¿cómo fue que se puso mi chaqueta?.

El señor Dolón se lo contó.

—¡Ah!, ¿de modo que usted es la bondadosa persona que esta mañana ayudó a mi esposa?. Bueno pues sepa usted que necesito un buen jardinero y que además pueda ayudar a mi esposa, si ocurre algo desagradable en la casa. ¿Le gustaría el cargo?.

El señor Dolón apenas pudo contestar a causa de la alegría. Aquel empleo era el que estaba buscando. Potel habló a favor de su amigo, asegurando que era muy buena persona, de modo que el anciano lo contrató en el acto.

—Así pues, en definitiva, ha sido un día de suerte para mí —dijo Dolón—. Poniéndose su propia chaqueta, después de haberse quitado la que no le pertenecía. Ahora soy muy feliz.

Y salió en compañía de su amigo Potel, ambos muy contentos
FIN