Howell Davis

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Aventuras Viajes

Howell Davis fue un pirata encantador, gracias a su carisma consiguió muchas presas fingiendo ser un corsario legítimo y engañando a los comandantes

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Howell Davis

Del capitán Howel Davis y su tripulación

El capitán Howel Davis nació en Milford, Monmouthshire, y de niño fue educado para la mar. Su último viaje desde Inglaterra lo hizo en el bergantín de esnón llamado Cadogan, de Bristol, capitán Skinner al mando, con destino a la costa de Guinea, en el que iba de primer oficial. No bien llegaron a Sierra Leona, en la citada costa, cayeron en manos del pirata England, que los saqueó, y permitió que mataran bárbaramente a Skinner, como hemos contado en la historia del capitán England.

Después de muerto Skinner, Davis simuló que England le había pedido con insistencia que se uniera a él, pero que le había contestado claramente que antes prefería que le pegasen un tiro a firmar el código de los piratas; y England, divertido con esta bravata, lo devolvió con el resto de los hombres al esnón, nombrándolo capitán de dicha nave, en sustitución de Skinner, y ordenándole que prosiguiese viaje. También le dio un documento escrito y lacrado, con la orden de abrirlo al llegar a determinada latitud, y seguir las instrucciones consignadas en él bajo pena de muerte. Fue un gesto de grandeza como los que los príncipes suelen tener con sus almirantes y generales: Davis obedeció puntualmente, y lo leyó a la compañía del barco; contenía nada menos que la generosa donación del barco y cargamento a Davis y la tripulación, ordenándole que fuese a Brasil, vendiese el cargamento lo más ventajosamente posible, y efectuase luego un justo y equitativo reparto entre todos.

Davis preguntó a la tripulación si estaba dispuesta a seguir estas instrucciones, pero para gran sorpresa suya comprobó que la mayoría estaba totalmente en contra; así que en un arrebato de cólera los mandó al diablo, y dijo que irían a donde quisieran. Sabían que parte de la carga iba destinada a ciertos mercaderes de Barbados, y pusieron rumbo a dicha isla. Al llegar, contaron a estos mercaderes la infortunada muerte de Skinner y la proposición que les había hecho Davis, motivo por el que éste fue detenido y encarcelado, permaneciendo en prisión tres meses.

Sin embargo, como no había cometido ningún acto de piratería, fue puesto en libertad sin juicio, aunque ya no pudo encontrar aquí ningún empleo; así que al enterarse de que la isla de Providence era una especie de lugar de reunión de piratas, decidió unirse a ellos si podía, y con este propósito buscó el medio de embarcar para esa isla. Pero nuevamente se quedó frustrado, porque cuando llegó los piratas acababan de entregarse al capitán Woodes Rogers, y de acogerse al perdón que éste había traído de Inglaterra. Sin embargo, no permaneció Davis ocioso mucho tiempo; porque al saber que el capitán Rogers había aparejado dos balandras para el comercio, una llamada Buck, y otra Mumvil Trader, encontró empleo en una de ellas. El cargamento de estas balandras, de considerable valor, consistía en mercancías europeas para cambiarlas con los franceses y los españoles; y muchos hombres de las tripulaciones eran piratas recién acogidos al perdón. El primer lugar que tocaron fue la isla francesa de Martinica, donde, tras conspirar con unos cuantos, se amotinaron por la noche, detuvieron al patrón y se apoderaron de la balandra. Hecho esto, llamaron a la otra balandra, que se hallaba a poca distancia, entre cuya tripulación sabían que había muchos dispuestos a la rebelión, y les ordenaron que subiesen a bordo de ellos; así lo hicieron, y la mayoría acordó a unirse a Davis; los que no quisieron fueron devueltos a la balandra Mumvil para que fuesen a donde quisieran, después que Davis les hubo quitado lo que le pareció que podía serles útil.

A continuación celebraron un consejo de guerra ante un buen tazón de ponche, a fin de elegir comandante; la elección acabó en seguida al recaer en Davis por mayoría de votantes legales; no hizo falta contar, ya que todos estuvieron conformes con la elección: y en cuanto tomó el mando redactó un código que firmaron y juraron él y los demás; y seguidamente pronunció un breve discurso, que en resumen venía a ser una declaración de guerra al mundo entero.

Después pasaron a deliberar dónde convenía limpiar la balandra, porque para ellos era importante tener los pies ligeros, tanto para cazar como para no ser cazados. Con este propósito escogieron la bahía de los Cochinos, en el extremo oriental de la isla de Cuba, lugar donde podían prevenir cualquier sorpresa, ya que la bocana era tan estrecha que un único barco podía impedir la entrada a cien.

Aquí limpiaron con mucha dificultad, porque no tenían carpintero en la compañía, persona muy útil para este trabajo. Salieron después y se dirigieron a la parte norte de La Española. La primera vela que se les cruzó en el camino fue un barco francés de doce cañones; debemos decir que la tripulación de Davis la formaban no más de treinta y cinco hombres; sin embargo, las provisiones empezaban a escasear; atacó este barco, que se rindió en seguida, y mandó doce de sus hombres a él para saquearlo: no bien habían terminado descubrieron una vela a barlovento. Preguntaron al barco francés quién podía ser, y éste contestó que el día antes había hablado con un barco de 24 cañones y 60 hombres, y que creía que era el mismo.

Davis propuso a sus hombres atacarlo, añadiendo que era justo el barco que necesitaban; pero ellos consideraron el intento descabellado y no mostraron ningún entusiasmo por su plan; sin embargo les aseguró que tenía pensada una estratagema infalible: conque salió tras él, y ordenó a la presa que hiciese lo mismo. Como la presa era más lenta, Davis fue el primero en alcanzar al enemigo; se situó a su través e izó la enseña pirata. Sorprendidos los franceses, hablaron a Davis y dijeron que les parecía un descaro atreverse a acercarse tanto, y le ordenaron que se rindiese; pero él les contestó que tenía intención de mantenerlos a raya hasta que llegase su consorte, que podía con ellos, y que si no se rendían no daría cuartel a nadie; y seguidamente les mandó una andanada, que ellos le devolvieron.

Entre tanto llegó la presa, en la que habían obligado a todos los prisioneros a subir a cubierta con camisas blancas, para hacer ostentación de fuerza, según había ordenado Davis. Izaron también un lienzo alquitranado, a manera de bandera negra, ya que no tenían otra cosa, y dispararon un cañón; los franceses se asustaron tanto con esta apariencia de fuerza que se rindieron. Davis mandó al capitán que subiese a bordo de él con veinte de sus hombres: así lo hizo; y para mayor seguridad, pusieron grillos a todos excepto al capitán: acto seguido envió cuatro de los suyos a bordo de la primera presa, y con objeto de seguir con el engaño dijo en voz alta que debían ponerse al servicio del capitán, y pedirle que mandase algunos hombres a bordo de la presa para ver qué habían cogido. Pero al mismo tiempo les dio un papel escrito con instrucciones sobre lo que debían hacer. En él les mandaba condenar los cañones de la presa pequeña, quitarle todas las armas de mano y la pólvora, y pasar a los hombres que tenían en ella a la segunda presa; hecho esto mandó sacar a los prisioneros de la presa grande y trasladarlos a la pequeña, con lo que evitó cualquier intento de sublevación de los prisioneros aprovechando su número; porque los que tenía a su bordo estaban encadenados, y los de la presa pequeña carecían de armas y munición.

Así siguieron juntos los tres barcos durante dos días, hasta que Davis se dio cuenta de que la presa grande era poco velera, y consiguientemente muy poco apta para su propósito, y decidió devolverla a su capitán, con todos sus hombres; pero antes tomó la precaución de quitarle la munición y cuanto pensaba que podía necesitar. El capitán francés estaba tan encorajinado consigo mismo por haber caído en el engaño que cuando estuvo a bordo de su propio barco quiso arrojarse por la borda; pero sus hombres se lo impidieron.

Dejó, pues, las presas en libertad y se dirigió hacia el norte, en cuya ruta apresaron una pequeña balandra española; seguidamente puso rumbo a las Islas Occidentales (las Azores), pero no toparon con ningún botín; después se dirigieron a las de Cabo Verde y fondearon en San Nicolás, izando la enseña inglesa. Los portugueses que habitaban allí lo tomaron por un corsario inglés, y al bajar Davis a tierra lo recibieron muy cortésmente y comerciaron con él. Aquí estuvo cinco semanas; en ese tiempo él y la mitad de su tripulación emprendieron por gusto un viaje a la principal ciudad de la isla, que está a 19 millas de la costa; al presentarse Davis bien vestido, fue agasajado por el gobernador y los habitantes, y no les faltó ninguna diversión que los portugueses podían ofrecer, o el dinero comprar. Y como a la semana de estar aquí regresó al barco, y el resto de la tripulación fue a la ciudad a divertirse a su vez.

Cuando volvieron limpiaron el barco y zarparon; aunque no con toda la compañía, porque cinco de ellos, como los hombres de Aníbal, se sintieron tan cautivados por las delicias del lugar y la libre conversación de algunas mujeres que prefirieron quedarse; y uno de ellos, un tal Charles Franklin, de Monmouthshire, se casó, se estableció, y allí vive hoy todavía.

De aquí se dirigieron a Bonavista, entraron a echar una ojeada a dicho puerto, pero al no encontrar nada pusieron rumbo a la isla de Mayo: en su rada descubrieron numerosas naves y embarcaciones; las saquearon todas, quitándoles cuanto quisieron; y también reforzaron su tripulación con gran cantidad de hombres nuevos, la mayoría de los cuales se alistaron voluntariamente. Una de estas naves se la quedaron para su propio uso, la armaron con veintiséis cañones y la llamaron el King James. Al no encontrar agua dulce, se dirigieron a Santiago, que pertenece a los portugueses, a fin de aprovisionarse. Bajó Davis a tierra con unos cuantos a buscar el lugar más conveniente para hacer aguada, y el gobernador, con algunos asistentes, se acercó en persona a informarse de quiénes eran y de dónde venían. Al no agradarle la explicación que Davis dio de sí mismo, le dijo claramente que sospechaba que eran piratas. Davis simuló ofenderse mucho, haciendo grandes protestas de honor, y replicó al gobernador que despreciaba sus palabras; sin embargo, en cuanto volvió la espalda, por temor a algún accidente, regresó a bordo lo más deprisa que pudo. Davis refirió lo que había sucedido, y sus hombres se indignaron ante semejante afrenta; a lo cual, Davis les dijo que pensaba tomar el fuerte por sorpresa durante la noche; acordaron intentarlo con él, y cuando empezó a anochecer desembarcaron bien armados. Encontraron la guardia que vigilaba tan descuidada que tomaron el fuerte antes de que se diese ninguna alarma. Hubo una pequeña resistencia cuando ya era demasiado tarde, en la que murieron tres hombres de Davis. Los del fuerte, desconcertados, corrieron a refugiarse en la casa del gobernador, y la parapetaron de tal modo que el grupo de Davis no fue capaz de entrar en ella. Sin embargo, arrojaron granadas que no sólo destruyeron el mobiliario sino que mataron a varios del interior.

Cuando se hizo de día, la región entera se alarmó y acudió a atacar a los piratas; éstos, que no tenían ningún interés en mantener el sitio, regresaron a su barco después de desmontar los cañones del fuerte. En esta empresa hicieron gran daño a los portugueses con muy poco beneficio para sí mismos. Después de zarpar, pasaron lista a sus hombres, hallando que eran casi setenta; entonces deliberaron sobre qué rumbo debían tomar, y dado que había opiniones diferentes, se dividieron, y la mayoría se inclinó por Gambia, en la costa de Guinea; de esta opinión fue Davis, que había trabajado en ese tráfico y conocía la costa: dijo que siempre tenían guardada gran cantidad de dinero en el castillo de Gambia, y que valía la pena tomarlo. Le preguntaron cómo era posible si estaba guarnecido; pero él les pidió que le dejasen la dirección y los haría dueños de ese dinero. Ahora empezaban a tener tan alta opinión de su conducta, así como de su valor, que creyeron que nada había imposible para él, de manera que accedieron a obedecerle sin hacer más preguntas sobre su plan.

Cuando tuvieron a la vista la plaza, ordenó a sus hombres que se metiesen todos bajo cubierta, salvo los absolutamente imprescindibles para gobernar el barco, a fin de que los del fuerte, al ver tan pocos hombres, no creyesen sino que era un mercante; seguidamente fueron a situarse muy cerca del fuerte, y una vez allí largaron el ancla; y tras ordenar arriar el bote, mandó a seis hombres en él, vestidos con viejas chaquetas ordinarias, mientras que él, con el maestro y el doctor, se vistieron como caballeros. Su intención era que los hombres pareciesen marineros corrientes, y ellos mercaderes. Y mientras bogaban hacia la playa, dio instrucciones a sus hombres sobre lo que debían decir en caso de que alguien les preguntase.

Al llegar a tierra, fue recibido por una fila de mosqueteros, y conducido al fuerte, donde el gobernador los saludó cortésmente, les preguntó quiénes eran, y de dónde venían. Contestaron que eran de Liverpool, que iban a Senegal a cargar caucho y colmillos de elefante, pero que los habían perseguido en esa costa dos buques de guerra franceses, y que habían escapado por poco de ser apresados, ya que los llevaron un tiempo pegados a los talones; ahora habían decidido sacar el mejor provecho, y comprar aquí esclavos. Entonces el gobernador les preguntó cuál era su principal carga. Ellos contestaron que hierro y plata, cosas estimadas aquí. El gobernador les dijo que se llevarían esclavos por todo el valor de su cargamento, y les preguntó si traían licor europeo a bordo. Contestaron que un poco para su propio uso; sin embargo, pondrían un pequeño barril a su disposición. El gobernador entonces los invitó muy cortésmente a comer con él; Davis le dijo que en su calidad de comandante del barco, debía ir a bordo a comprobar si estaba bien fondeado y dar algunas órdenes, pero que los dos caballeros podían quedarse, y él mismo estaría de regreso antes de la comida, con el barril de licor.

Mientras estuvo en el fuerte sus ojos observaron atentamente su distribución; se fijó en que había un centinela en la puerta, y un cuerpo de guardia junto a dicha entrada, donde los soldados de servicio aguardaban normalmente con las armas ordenadas de pie en un rincón; vio también gran cantidad de armas de mano en el vestíbulo del gobernador. A continuación, cuando llegó al barco, aseguró a sus hombres que la conseguirían, y les pidió que no bebiesen, y que tan pronto como viesen bajar la bandera del castillo, supiesen que se había adueñado de él, y mandasen al punto veinte hombres a tierra. Entre tanto, como había una balandra anclada cerca de ellos, envió a unos cuantos en un bote para prender al patrón y sus hombres, y traerlos a bordo, no fuese que al observar algún movimiento o refuerzo, mandasen a alguien a tierra y diesen la alarma.

Tomadas estas precauciones, ordenó a los hombres que debían ir en el bote con él que cada uno se metiese un par de pistolas debajo de la ropa, hizo él lo propio, y les ordenó que fuesen al cuerpo de guardia, trabasen conversación con los soldados, estuviesen atentos, y cuando él disparase un tiro por la ventana del gobernador pasasen a la acción y se apoderasen de las armas del cuerpo de guardia.

Cuando llegó Davis, como la comida aún no estaba preparada, el gobernador propuso esperar tomando un tazón de ponche: debo decir que los acompañaba el patrón del bote de Davis, que tuvo ocasión de andar por todas las partes de la casa, ver la fuerza que había, y susurrar a Davis que en esos momentos no había nadie más que él (Davis), el maestro, el doctor, el patrón del bote, y el gobernador; conque sacó Davis de repente una pistola y la apoyó en el pecho del gobernador, diciéndole que debía entregar el fuerte con todas las riquezas que había en él, o era hombre muerto. El gobernador, que no esperaba en absoluto semejante ataque, prometió no resistirse, y hacer todo lo que quisieran. Cerraron, pues, la puerta, cogieron todas las armas que colgaban en el vestíbulo y las cargaron. Entonces disparó Davis una pistola por la ventana, y sus hombres ejecutaron en un instante su parte del plan como héroes, colocándose entre los soldados y las armas, todos con las pistolas amartilladas en las manos, mientras que uno de ellos sacaba las armas. Hecho esto, encerraron a los soldados en el cuerpo de guardia, y montaron vigilancia fuera.

Entre tanto, uno de ellos arrió la bandera británica que ondeaba en lo alto del castillo; a esta señal los que estaban a bordo mandaron a tierra un refuerzo de hombres y tomaron posesión del fuerte sin precipitaciones ni confusión de ninguna clase, ni pérdida de hombre alguno por ambas partes.

Davis arengó a los soldados, tras lo cual muchísimos se pasaron a él; a los que no quisieron los mandó a la balandra, y como no quería la molestia de una guardia para ellos, ordenó que le quitasen todas las velas y cables, a fin de impedirles cualquier intento de huida.

Este día lo pasaron entregados a una especie de jolgorio, disparando los cañones el castillo para saludar al barco, y el barco para saludar al castillo; pero al día siguiente se dedicaron al negocio, o sea, a saquear. Y se encontraron con que la realidad era muchísimo más modesta que sus expectativas; porque descubrieron que recientemente se habían llevado gran cantidad de dinero; no obstante, encontraron unas dos mil libras esterlinas en barras de oro y muchísimos otros efectos valiosos. Todo lo que era de su agrado, y se podía transportar, se lo llevaron a bordo. Algunas cosas que no les servían tuvieron la generosidad de regalárselas al patrón y la tripulación de la pequeña balandra, a los que también devolvieron su embarcación. Finalmente desmontaron los cañones y demolieron las fortificaciones.

Después de hacer el estrago que pudieron, estaban levando anclas para irse, cuando vieron ir hacia ellos un barco a toda vela; en un instante tuvieron las anclas arriba, y se aprestaron a recibirlo. Este barco resultó ser un pirata francés de catorce cañones y sesenta y cuatro hombres, la mitad franceses y la mitad negros; su capitán, un tal La Bouche, esperaba hacerse con una rica presa, lo que lo ponía ansioso en la caza; pero cuando se acercó lo bastante para ver sus cañones, y el número de hombres en cubierta, empezó a pensar que podía ser él el cazado, al tomarlo por un pequeño buque de guerra inglés. Sin embargo, como no había escapatoria, optó por una acción atrevida y desesperada, consistente en abordar a Davis. Enfiló hacia él con esa intención, al tiempo que disparaba un cañonazo e izaba los colores negros. Davis devolvió el saludo e izó su enseña negra también. El barco francés no se alegró poco ante esta feliz equivocación; arriaron ambos sus botes, y los capitanes se reunieron y congratularon con bandera de tregua en sus popas; intercambiaron un montón de cortesías, y La Bouche pidió a Davis que navegaran juntos a lo largo de la costa, a fin de conseguir él un barco mejor. Accedió Davis, y le prometió muy cortésmente darle el primer barco que apresasen adecuado para este uso, ya que deseaba alentar a un buen hermano.

El primer lugar de la costa que tocaron fue Sierra Leona, donde nada más entrar divisaron un barco fondeado; como era Davis el más velero, se acercó primero, y extrañado de que no intentase huir, sospechó que se trataba de un barco con fuerza. Cuando llegó junto a él, borneó sobre su cable y mandó una andanada completa a Davis al tiempo que izaba bandera negra. Davis izó su bandera negra de igual manera, y disparó un cañonazo a sotavento.

En resumen, resultó ser un barco pirata de veinticuatro cañones, mandado por un tal Cocklyn, quien esperando que los dos fuesen presas los había dejado entrar, por temor a que al izar él sus velas se asustasen y huyesen.

Grande fue la alegría por parte de todos ante esta conjunción de aliados y hermanos en la iniquidad, y pasaron dos días cultivando su conocimiento y amistad. Al tercer día, Davis y Cocklyn acordaron embarcar en el bergantín de La Bouche y atacar el fuerte. Decidieron dirigirse allí con la marea alta; los del fuerte sospecharon qué eran realmente y se aprestaron a la defensa. Cuando el bergantín llegó a la distancia de un disparo de mosquete el fuerte descargó todos sus cañones sobre él. Lo mismo hizo el bergantín sobre el fuerte, y así estuvieron varias horas, hasta que llegaron los dos barcos aliados en apoyo del bergantín. Los que defendían el fuerte, al ver semejante número de hombres a bordo de estos barcos no tuvieron valor para seguir resistiendo, y abandonaron el fuerte dejándolo a merced de los piratas.

Tomaron éstos posesión de él y permanecieron siete semanas, tiempo en el que limpiaron sus barcos. Debíamos haber dicho que mientras estaban en la rada entró una galera que Davis insistió en que fuera para La Bouche, según la palabra que él le había dado antes; y como Cocklyn no se oponía, la tomó La Bouche, embarcó en ella con su tripulación, le quitó media cubierta y le montó veinticuatro cañones.

Convocaron un consejo de guerra, y acordaron navegar juntos a lo largo de la costa; y para mayor pompa, nombraron un comodoro, que fue Davis. Y no hacía mucho que se hallaban bebiendo a bordo de Davis cuando parece que se enzarzaron en una disputa, probablemente porque el aguardiente aventó el espíritu de la discordia. Pero Davis la zanjó al punto con este breve discurso: «Oídme los dos, Cocklyn y La Bouche: me doy cuenta de que al haceros fuertes os he puesto en las manos un bastón para pegarme. Aún soy capaz de emprenderla con los dos; pero ya que nos hemos conocido en amistad, separémonos en amistad, porque veo que tres del mismo negocio jamás pueden ponerse de acuerdo.» Dicho lo cual se volvieron los otros dos a sus respectivos barcos, y se separaron sin más, tomando cada cual un rumbo diferente.

Davis siguió costeando, y a la vista de cabo Appollonia topó con dos naves, una escocesa y la otra inglesa; las saqueó y las soltó a continuación. Unos cinco días más tarde topó con un contrabandista holandés de treinta cañones y noventa hombres (la mitad ingleses) frente a la bahía de cabo Tres Puntas. Davis se situó a su través; el barco holandés hizo el primer disparo, mandando una andanada a Davis que mató nueve hombres; Davis le replicó, y a continuación siguió un combate enconado que duró desde la una del mediodía a las nueve de la mañana siguiente, en que se rindió el holandés y se entregó.

Davis adaptó el barco holandés para su propio uso, y lo llamó el Rover, a cuyo bordo montó treinta y un cañones y veintisiete colisas; y con él y el King James continuó viaje hasta Anamaboe; entró en la bahía entre las doce y la una del mediodía, y encontraron allí tres barcos fondeados que estaban comprando negros, oro y colmillos; dichos barcos eran el pingue Hind, capitán Hall, el Princess, capitán Plumb, del que Roberts (que desempeñará un importante papel en la continuación de esta historia) era segundo oficial, y la balandra Morrice, capitán Fin. Apresó estos barcos sin ninguna resistencia, y después de saquearlos regaló uno de ellos, la balandra Morrice, a los holandeses, sólo a bordo de la cual encontraron ciento cuarenta negros, además de tejidos, y una considerable cantidad de polvo de oro.

Y ocurrió que cuando entró Davis había al costado de esta última varias canoas que huyeron a tierra; informaron al fuerte de que estos barcos eran piratas, y el fuerte abrió fuego sobre ellos, aunque sin ninguna eficacia, porque el metal que lanzaban no tenía peso suficiente para alcanzarlos. Así que Davis, a manera de desafío, izó su bandera negra y les devolvió el saludo.

El mismo día zarparon con los tres barcos, bajando por la costa rumbo a Príncipe, una colonia portuguesa. Pero antes de proseguir la historia de Davis vamos a facilitar al lector información sobre los asentamientos portugueses en esta costa, con otras curiosas observaciones, tal como me las ha contado a mí un caballero digno de todo crédito que acaba de llegar de esas latitudes.

Volviendo a Davis, a la madrugada siguiente de salir de Anamaboe el hombre de la cofa avistó una vela. Hay que decir que mantenían muy buena vigilancia; porque según su código el primero que descubre una vela, si después es una presa, tiene derecho al mejor par de pistolas que encuentren en ella, además de su parte en el botín, cosa de la que se sienten especialmente orgullosos; a veces han llegado a venderse unos a otros un par de pistolas por treinta libras.

Le dieron caza inmediatamente, y no tardaron en llegar a su altura. Era un holandés; y como estaba entre Davis y la costa, desplegó toda la vela que pudo con intención de encallar. Adivinó Davis su propósito, puso todas sus velas pequeñas, le dio alcance antes de que lo lograra y le mandó una andanada, con lo que el holandés se rindió y pidió cuartel. Se lo dieron, porque el código de Davis estipulaba que darían cuartel siempre que se les pidiera, bajo pena de muerte.

Este barco resultó ser una presa riquísima, ya que llevaba a bordo al gobernador de Acra, con todos sus bienes, de regreso a Holanda. En dinero encontraron la suma de 15.000 libras esterlinas, además de valiosas mercancías, todas las cuales trasladaron a bordo de ellos.

Ante este nuevo éxito devolvieron al capitán Hall y al capitán Plumb sus respectivos barcos, no sin antes reforzar su propia compañía con treinta y cinco hombres más, todos blancos, tomados de ellos y de la balandra Morrice. También devolvieron a los holandeses su barco después de saquearlo como hemos dicho.

Antes de llegar a la isla de Príncipe, uno de sus barcos, el llamado King James, empezó a hacer agua. Davis ordenó a la tripulación que pasase a su propio barco, con todo lo que fuese de utilidad, y lo dejó fondeado en Alto Camerún. En cuanto avistaron la isla izaron la enseña inglesa. Los portugueses, al ver un barco grande que se dirigía a ellos, mandaron una pequeña balandra para averiguar quiénes eran. Saludó Davis a esta balandra, y le dijo que era un buque de guerra inglés que andaba buscando piratas, y que tenía noticia de que había algunos en estas costas. Así consiguió que lo recibieran como huésped bienvenido, y lo guiaron al interior del puerto. Saludó él al fuerte, que le respondió, fondeó justo debajo de sus cañones, y arrió la pinaza a la manera de los buques de guerra, mandando tripularla con nueve hombres y un patrón, para que lo llevasen a tierra.

Los portugueses, para hacerle más honor, enviaron una columna de mosqueteros a recibirlo y conducirlo ante el gobernador. Éste, que no sospechaba en absoluto qué era, lo acogió muy cortésmente, y le prometió proveerlo de cuanto producía la isla; Davis le dio las gracias, y le dijo que el rey de Inglaterra le pagaría todo lo que él necesitase embarcar; y tras intercambiar cortesías con él, regresó a bordo.

Y ocurrió que entró a aprovisionarse un barco francés al que a Davis se le metió en la cabeza saquear. Pero para darle a la cosa una apariencia legal, convenció a los portugueses de que este francés comerciaba con piratas, y que había encontrado varias mercancías piratas a bordo, que le había confiscado para uso del rey: esta patraña engañó tan bien al gobernador que alabó la diligencia de Davis.

Unos días más tarde el señor Davis, con catorce más, desembarcó secretamente y se dirigió al pueblo del interior, donde el gobernador y las demás personalidades de la isla tenían a sus esposas, con el propósito, como podemos suponer, de sustituir a los maridos. Pero fueron descubiertos, huyeron las esposas al bosque vecino, y Davis y el resto regresaron al barco sin ver cumplido su propósito. El incidente produjo algún revuelo, pero como nadie los conocía no los relacionaron con él.

Después de limpiar el barco y poner en orden todas las cosas, el pensamiento de Davis se orientó hacia lo principal, a saber: el saqueo de la isla; y como no sabía dónde estaba el tesoro, se le ocurrió una estratagema para apoderarse de él (como creía) sin muchos problemas. Consultó con sus hombres, y éstos aprobaron el plan; consistía en ofrecer al gobernador un presente de doce negros, como en correspondencia a sus cortesías, y a continuación invitarlo, con los principales y algunos frailes, a un banquete a bordo de su barco; y tan pronto como pisaran la cubierta encadenarlos y retenerlos hasta que pagasen un rescate de 40.000 libras esterlinas.

Pero esta estratagema resultó fatal para él, porque un negro portugués fue a nado a tierra durante la noche, delató el plan al gobernador y le contó también que había sido Davis el que había atentado contra sus esposas. Sin embargo, el gobernador disimuló, acogió cortésmente la invitación de los piratas, y prometió que irían él y los demás.

Al día siguiente, Davis, como para mostrar una mayor deferencia con el gobernador, bajó a tierra para recogerlo y llevarlo a bordo; fueron recibidos con la habitual cortesía él y los piratas que lo acompañaban (que dicho sea de paso habían adoptado el título de lores, y como tales habían asumido la misión de aconsejar y asesorar a su capitán en todas las ocasiones importantes, y por lo mismo gozaban de ciertos privilegios que no tenían los demás, como andar por el alcázar, utilizar la cámara principal, bajar a tierra cuando quisiesen, y tratar con personalidades extranjeras, o sea con los capitanes de los barcos que apresaban). Y como digo, se les rogó que fuesen a casa del gobernador a tomar algún refrigerio antes de regresar. Aceptaron sin recelar nada, y ya no volvieron. Porque les tendieron una emboscada, y a una señal dispararon una descarga cerrada sobre ellos. Cayeron todos menos uno que huyó: escapó en un bote y llegó al barco. Davis recibió los disparos en las entrañas; sin embargo, se levantó e hizo un débil intento de huir; pero sus fuerzas lo abandonaron en seguida, y cayó muerto. Al caer se dio cuenta de que lo seguían, sacó sus pistolas y disparó sobre sus perseguidores. Así, igual que los gallos de pelea, murió matando, de manera que no cayó sin vengarse.

FIN