
El tesoro de Mr Brisher
H.G. Wells
Más cuentos del autor »De joven, Mr. Brisher, era un tipo elegante. Estaba a punto de casarse con su prometida, pero fue muy prudente… mucho.
El tesoro de Mr Brisher
Hace mucho tiempo, en el pueblo de Manzanar, vivía un duendecillo muy desagradable, llamado Ganor. Sabía mucha magia y todo el mundo le temía.
Ganor tenía una costumbre muy desagradable. Si salía el sol y se había olvidado la sombrilla, detenía a la primera persona que llevase aquel utensilio y le obligaba a entregárselo. Y si salía en una nevada sin abrigo, se apoderaba del que llevaba la primera persona que por azar veía.
Nadie se atrevía a negarle cosa alguna, por temor de despertar su cólera. Pero todo el pueblo de Manzanar estaba irritado contra él y deseaba librarse de aquel desagradable individuo.
Un día, un duendecillo, llamado Corochico, tuvo uno gran idea.
—Escuchad —dijo a los habitantes del pueblo.— Vamos a comprar un encantamiento y lo pondremos en un par de chanclos, de modo que quien se los ponga se vea obligado a alejarse para ir al otro extremo del mundo. Procuraremos que Ganor se los ponga y así lo perderemos de vista.
—Pero ¿cómo obtendremos ese encantamiento?—preguntó alguien.—Ganor es la única persona que se dedica a venderlos.
—Yo iré a comprárselo, fingiendo que es para la tía Roñosa —dijo Carachica.— Le diré que queremos librarnos de ella y Ganor se alegrará, porque le tiene mucha rabia desde el día que la pobre mujer dijo que era un sinvergüenza.
—Bueno —dijeron los demás.— Ve a comprar ese encantamiento, Corachica.
EI duendecillo, después de proveerse de una moneda de plata, se dirigió a casa de Ganor y llamó a la puerta.
—Quisiera un encantamiento para perder de vista a alguien—dijo.
—¿A quién?—preguntó Ganor.
—Podría ser la tía Roñosa —contestó astutamente Carachica.
—¡Ah! ¿Esa mala mujer? —exclamó Ganor— Pues bien; te lo venderé. ¿Dónde lo pondrás?
—Creo que en unos botas o en unos zapatos! —con testó Carachica.
—Perfectamente. Te daré uno, que la obligará a saltar y a seguir corriendo sin parar, hasta que llegue muy lejos. Así todo el mundo se reirá de ella.
Efectivamente, Ganor preparó el encantamiento y, muy satisfecho, se lo entregó a Carachica, quien se alejó bailando de alegría.
—Ahora—dijo a sus conciudadanos,—hemos de esperar un día lluvioso en que Ganor salgo de su casa. Todo el mundo deberá quedarse en la suya propia, a excepción de yo mismo, que llevaré unos chanclos nuevecitos. Cuando encuentre a Ganor, me obligará a dárselos; entonces meteré en ellos su encantamiento y así nos divertiremos. Bien se arrepentirá de su eficacia.
Tres días después empezó a diluviar. Ganor tenía necesidad de salir de compras. Tomó su paraguas, que, dicho seo de paso, había quitado a un desgraciado duendecillo el último día que llovió, y salió a la calle . Sus zapatos se hallaban en bastante mal estado, de modo que en breve tuvo los pies mojados.
—A ver si pasa alguien que lleve un buen calzado o unos chanclos de goma— pensó.
Pero no encontró a nadie, porque, como ya sabemos, todo el mundo se había quedado en su casa. Por último, en el extremo de su calle, divisó a Carachica.
En cuanto estuvo a su lado, lo paró y le dio la orden de cederle sus chanclos de goma. Carachica se inclinó y se los quitó. En cada uno de ellos puso disimuladamente la mitad del encantamiento y luego entregó los chanclos a Ganor, que se apresuró a ponérselos.
¡Qué escena tan divertida se desarrolló entonces! Los chanclos daban numerosos saltos, desde luego rodeando los pies de Ganor, de modo que el asombrado duendecillo empezó a bailar y a saltar por la calle, tratando, en vano, de contener sus pies.
—¡ Es un encantamiento! ¡Es un encantamiento !— exclamó.
—Sí —le contestó Carachica, al mismo tiempo que todos los vecinos salían a la calle riéndose.— Tú mismo lo hiciste, Ganor, Acuérdate de que te lo compré el lunes pasado. ¿Te gusta? ¡Qué divertido estás!
Ganor quiso agredir a Carachica, pero no consiguió acercarse a él, porque los chanclos lo llevaban calle abajo. Los vecinos lo seguían, riéndose muy complacidos. Aquel era un castigo magnífico para Ganor.
—¿Adónde me llevarán? — exclamó el asustado duendecillo, mientras se alejaba.
—¡Dios lo sabe!— contestó Carachica.—Lo cierto es que ya no volveremos a verte.
Y realmente fue así, porque Ganor no volvió nunca al pueblo.
FIN