El tentetieso

El tentetieso

Colección Marujita

Amor y amistad Cortos Fantásticos Hadas duendes y elfos Para niños

En la habitación de los juguetes vivía un tentetieso, y aunque estaba rodeado de juguetes, se sentía sólo, pues se burlaban de él por ser de celuloide.

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El tentetieso

Documento de dominio público bajo Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina
El material original pertenece a: Biblioteca Nacional de Maestros

Clara tenía muchos juguetes, hasta el punto de que la habitación en que los guardaba parecía un establecimiento dedicado a su venta. Había allí muñecas, fantoches, osos, conejitos, perros, trenes y todo lo que podáis imaginaros, pero lo más bonito era una pequeña muñeca que representaba a un hada y que tenía el cabello dorado y rizado y unas alitas resplandecientes.

Era muy bella. Clara la recibió de regalo del árbol de Navidad y la quería mucho. Y también la querían los demás juguetes, especialmente los dos fantoches y uno de los osos mayores.

En el armario había un muñeco de celuloide, igualmente procedente del árbol de Navidad. En la parte inferior de su cuerpecillo tenía un pedazo de plomo redondeado de modo que por más que se le quisiera derribar, siempre se ponía en pie. Era un tentetieso.

Quería mucho a la muñeca y ella, por su parte, también sentía simpatía por él, pero los dos fantoches y el oso le hacían continuas burlas por ser de celuloide, y la muñeca, algo avergonzada, fingía no conocerle.

Además, nunca le dirigían la palabra, de modo que el pobre estaba muy solo y muchas veces había deseado verse de nuevo en el árbol de Navidad, al lado de la locomotora, a la que tanto quiso.

Un día, un geniecillo verde fue a vivir en la mata de lilas que crecía ante la ventana del cuarto de los juguetes. Era un mal sujeto, de ojos, cabellos y traje verdes. Andaba buscando esposa y cuando vio a la linda hada—muñeca se enamoró de ella.

“Esta es la esposa que me conviene —pensó, mientras le brillaban los ojos. —Es linda como un hada. Y como ninguna querría casarse conmigo, por mi mal carácter, obligaré a esto muñeca a que sea mi mujer.”

Preparó cuidadosamente su plan y al fin decidió entrar por la ventana una noche de luna, mientras los juguetes se hallaban en el suelo. Invitaría a bailar al hada-muñeca y cuando nadie lo sospechara se la llevaría por la ventana y los juguetes ya no la verían nunca más. Pero una ardilla roja que había oído murmurar al geniecillo mientras se deleitaba repitiendo para sí este plan, avisó a los juguetes de sus intenciones. Ellos, entonces, conferenciaron y decidieron que en cuanto entrase el geniecillo cerrarían la ventana y así no podría huir con la muñeca. Luego le darían una buena paliza.

Ocurrió como habían imaginado. Mientras bailaban una noche a los acordes de la caja de música, apareció el geniecillo por la ventana, con los ojos brillantes como brasas verdes. Saltó al suelo y se acercó a lo muñeca, que se asustó mucho. En el acto el oso pardo cerró la ventana para impedir la fuga del intruso, pero éste no se fijó, porque sólo pensaba en bailar.

—No —contestó ella, meneando lo cabeza. —No quiero bailar contigo, porque eres muy feo.

Dando un grito de rabia, el geniecillo verde la cogió por una mano y la arrastró. Luego quiso hacerla bailar, pero ella gritó y se resistió.

En aquel momento el mayor de los fantoches intentó quitársela al duendecillo.

—Os pegaré a todos si no me dais esa muñeca —chilló el intruso. —Quiero hacerla mi mujer.

—¡Déjala! —gritó el fantoche, rabioso, dando una bofetada al geniecillo.

Éste soltó a la muñeca y se arrojó contra su enemigo. Ambos empezaron a luchar y, al poco rato, el fantoche cayó sin poder levantarse y el geniecillo, dando un grito de júbilo, corrió hacia la muñeca.

Pero aquella vez el oso le rechazó y levantó las potas para luchar. El geniecillo empezó o golpearle sin que el oso pudiese devolverle sus golpes, porque era muy pesado. Por último cayó ruidosamente al suelo.

El geniecillo se dirigió uno vez más a la asustada muñeca y aquella vez nadie se atrevió a impedirlo. Lo muñeca gritó y quiso rechazar a su raptor.

—¡Oh, socorredme!—gritó.

Entonces el tentetieso se decidió. Aunque era de celuloide, estaba dispuesto a impedir el rapto.

El geniecillo oyó un ruido muy raro y, de pronto, vio que el tentetieso rodaba hacia él y se echó a reír.

—¡Caramba! ¿Vienes a luchar conmigo? ¡Idiota! No eres capaz de resistir a un ratón.

—Ya lo verás —contestó el tentetieso.

El geniecillo se arrojó contra él. Le dio un fuerte puñetazo y el tentetieso se inclinó al suelo, pero volvió a ponerse en pie. Aquella lucha era muy rara, porque por más que pegase el duendecillo, no lograba derribar al tentetieso, de modo que al fin se cansó.

El pobre tentetieso estaba lleno de golpes y contusiones, pero, de vez en cuando, conseguía pegar al geniecillo.

—No podrás derribarme —exclamó.

Y, en efecto, el geniecillo no lo consiguió. Por último, ya derrengado, desistió de su empeño, se dirigió o lo ventana, la abrió y se marchó … pero sin lo muñeca. Había sido derrotado por el tentetieso. Todos los juguetes lo rodearon para felicitarlo por su valor.

—En realidad —contestó modestamente el tentetieso —yo no he vencido al duendecillo, me he limitado o resistir sus ataques.

—Eres muy guapo—contestó la muñeca.

El se cayó de alegría, pero en el acto se levantó.

FIN