
El pozo de las maravillas
Liliana Bodoc
Más cuentos del autor »Una niña corre unas aventuras ciertamente increíbles. Ella misma piensa que no es real, que está soñando todo lo que le sucede
El pozo de las maravillas
La niña jugaba en el jardín de su casa, donde no parecía haber peligro alguno. La niña, el jardín, la gata… ¡Un dibujo de la felicidad!
La niña era común y corriente. Al menos, hasta ese día. Iba a la escuela, tenía una hermana, madre, padre, nariz, un cuaderno; cosas propias de cualquier pequeña. Eso sí, también tenía un aire pedante de personita sabelotodo.
Que esto es así y esto no es así.
Que si hay derecho, hay revés.
Que las orugas no hablan y las maestras sí.
En fin, ella creía que las preguntas tenían una sola respuesta. Y que todas las respuestas cabían en un manual.
Tanta pedantería necesitaba un buen escarmiento. Y la niña lo tuvo…
Esa tarde, cuando jugaba en el jardín, pasó frente a ella un conejo blanco que miraba un reloj de bolsillo y hablaba para sí mismo. Nuestra niña lo miró pasar y, tal como era su costumbre, aplicó el sentido común. En su jardín no había conejos, mucho menos conejos con reloj y apuro. En realidad, no había conejos con reloj en su jardín ¡ni en ninguna otra parte! La conclusión era sencilla: aquello no era real. Se trataba de un sueño con relieve; de esos que tenía cuando comía demasiado.
Como era un sueño, y nada más que un sueño, la niña se permitió jugar sin recelo. Dejó la gata y siguió al conejo, que se alejaba de prisa.
«Luego le contaré a mamá que me dormí en el jardín», pensó.
Justo en ese momento, el conejo blanco desapareció. La niña siguió andando y, sin poder evitarlo, cayó a un pozo.
No era un pozo cualquiera. Estaba hecho con prolijidad, y hasta tenía estantes con objetos curiosos. Para la pequeña de cabello rubio, aquella fue la confirmación: estaba metida en un sueño. ¡Su manual escolar se lo hubiese dicho! El sentido común le indicó que no había motivos para temer. Pronto se despertaría bajo el árbol, en el jardín de su casa.
Tan lenta y larga fue la caída por aquel pozo que hasta le permitió repasar las lecciones de la escuela.
Por fin llegó al fondo… ¡Caramba! Se había golpeado las rodillas y, sin embargo, no despertaba. Minuto a minuto, aquel asunto se enrarecía. Y su tan preciado sentido común fue insuficiente para explicar lo que ocurría a su alrededor.
La niña hizo grandes esfuerzos por convencerse, ¡es un sueño, es un sueño, es un sueño!, pero le fue imposible. Quiso aferrarse a la razón, y la razón de todos los días se le deshizo entre los dedos. Intentó entablar conversación con los seres que pasaban cerca, pero las palabras, que en su mundo le servían para entenderse con los demás, aquí hacían el efecto contrario. Ningún sueño podía ser tan largo, tan nítido, tan terrible…
¿Qué era aquello? ¿Dónde estaba? ¿Por qué su modo de pensar parecía inservible?
Nuestra niña tuvo que llorar a mares, tuvo que tolerar el tamaño de los otros y perder una carrera, tuvo que aceptar que no todos hablaban inglés… Se vio obligada a compartir la mesa con gente que se pasaba la vida entera tomando la merienda. ¡Tantas cosas le pasaron que sería imposible contarlas aquí!
Quizás alcance con decir que debió admitir que la verdad entera no cabía en su manual.
Desde luego, cuando la pequeña logró salir de aquel sitio y regresar a su casa, nadie le creyó. ¡El sentido común no está para esas cosas!
—Fue un sueño —le aseguraron.
—Fue un sueño. Fue un sueño.
—No lo fue, madre.
—Sí, hija. Lo fue.
—Hablé con una falsa tortuga, tuve en brazos a un cerdito llorón, una reina me condenó a muerte
—¿Lo ves, pequeña? Fue un sueño.
Tanto repitió la niña aquella historia que un viejo amigo de la familia le prometió escribir un libro. Cosa que hizo prontamente.
Feliz de sentirse comprendida, la niña leyó con avidez el relato que sobre ella habían escrito. Pero su alegría quedó hecha añicos en la última página. Allí donde el escritor aseguraba ¡que todo había sido un sueño!
Pobre niña… La sensatez le pagó con la amarga moneda del escepticismo. Y nadie creyó jamás que sus aventuras eran tan reales como un manual escolar.
FIN