El mejor regalo

El mejor regalo

María Leonor Smith de Lottermoser

Amor y amistad Para niños Para soñar Realista Valores morales

Abuelita Clementina va a cumplir ochenta años y su nieta Rosalinda va a regalarle algo que esté hecho con sus propias manos, algo que no cueste dinero.

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El mejor regalo

Abuelita Clementina tiene muchos nietos: pobres y ricos, buenos y… malos no… ya lo veremos.

Abuelita Clementina va a cumplir ochenta años; hay que festejar el cumpleaños de una abuela de cabello blanco, de voz apagada, de manos trémulas, de cuerpo agobiado y de palabras cariñosas para cuanto perrito, gatito o pájaro abandonado descubre a su paso.

—¿Qué le regalarás a tu abuelita?

—Yo no sé, mamá. ¿Un par de guantes? No… ya tiene algunos. ¿Caramelos? No puede masticarlos bien. ¿Un reloj? ¿Una bombonera? ¿Un florero? ¿Una estatua?…

—Nada de eso, Rosalinda. Quiero que tú lo busques y lo encuentres. Ya sabes que somos pobres y debemos cuidar los centavitos; fuera de eso, abuelita Clementina tiene muchos nietos ricos que la cargarán con obsequios costosos. Has de pensar algo que la encante y que no cueste dinero.

—Eso es muy difícil mamá; sin dinero no se puede comprar un regalo.

—Yo no digo que lo compres; sólo te pido que lo pienses o que lo busques.

—¡Ay, mamita! ¡Esto es peor que las adivinanzas! ¿Por qué no me lo dices tú?

—Porque tú eres capaz de encontrarlo.

—¿Algo que le encante a mi abuelita? ¡Algo… que… le… en… can… te ! — repitió Rosalinda, la nieta más modesta de Misia Clementina, mientras su mamá se retiraba para continuar el arreglo de la casa.

—Yo sé… — dijo Rosalinda hablando con su muñeca — que a tu bisabuela le gusta… le gusta que le recite los versos que aprendo en la escuela; le encanta que toque en el piano los últimos ejercicios que me da la maestra; también, le causan placer las picardías de mis compañeras; se admira ante los trajecitos que te confecciono a ti muñequita de trapo, a ti mi hijita adorada… — concluyó por decir la niña abrazando a su muñeca, para luego agregar :

—¡Ya está! Tengo un regalito que no cuesta dinero, nada más que mi trabajo; algo que gustará a mi abuela y que será… será… aplaudido el día de la gran fiesta.

¡Mamá, mamá! — exclamó Rosalinda, saliendo en busca de la hacendosa señora.

—¿Qué te pasa? ¿Te has pinchado? ¿Estabas cosiendo?

—No, mamita: tengo una idea. Aprenderé unos versos para declamarlos el día del gran cumpleaños y… además, podría obsequiar a mi abuela con unas flores. ¿Qué te parece?

—¡Encantada, Rosalinda! Nada mejor. Desde hoy comenzarás a estudiar una poesía argentina y cuidarás las plantas y sus pimpollos para poder luego armar un regio ramillete de flores lozanas que lleven el perfume de nuestro cariño en sus fragantes pétalos.

Rosalinda olvidó a su muñeca, dedicando su tiempo a las plantas y al estudio. Pasaron los días, hasta que la mamá la llamó a su lado, preguntándole:

—¿Qué tal, Rosalinda? ¿Estás preparada? ¿No sabes que faltan dos días para el cumpleaños?

—Sí, mamita. También pienso tocar una sonatina en el piano; yo creo que abuelita me besará con entusiasmo al descubrir los progresos que estoy alcanzando en el Conservatorio. ¡Le gusta tanto la música!

—Muy bien, Rosalinda; pero no confíes en tus adelantos alabando tu preparación; es necesario que estudies mucho más.

Llegó por fin el cumpleaños de abuelita Clementina y allá, en el viejo barrio del Caballito, donde tenía su residencia la anciana, recibió a sus nietos que, repartidos en grupos de dos, cuatro o seis chiquillos, acudieron de diferentes puntos de la amplia ciudad porteña para saludarla.

Apoltronada en un antiguo y mullido sillón de su gran comedor, sonreía la viejecita, al recibir el cumplido de las visitas, dejando sobre una mesa los vistosos regalos que le entregaban. Un perrito blanco, lanudo, curioso y mimado, saltaba en derredor, sin apartar sus ojillos negros de la anciana, temiendo tal vez que le hicieran daño. Un gatito negro, remolón y juicioso, dormía enroscado sobre un almohadón, sin preocuparse de lo que ocurría en torno a su dueña, y un canario diminuto y saltarín, piaba de vez en cuando en su jaulita dorada, esperando las hojas de lechuga que aún no había tenido la suerte de saborear.

A los tres regalones de abuelita Clementina: el perrito, el gato y el canario, se agregó esa tarde una cantidad de pequeñuelos inquietos como mariposas multicolores de incansable revolotear.

Las mejillas de abuelita Clementina se tiñeron de rosa y sus bondadosos ojos verdes resplandecieron de contento ante tanto bullicio.

—Buenas tardes, abuelita, y que los cumpla muy felices. Estas rosas fueron arrancadas por mí y elegidas especialmente para usted. Las he vigilado y regado todos los días, cuando aun eran pimpollos, para ofrecérselas abiertas y fragantes. Traen la pureza de mis buenos deseos y los de mamá — concluyó por decir Rosalinda, arrodillándose a los pies de la anciana después de entregarle un gran ramo de rosas.

La abuela acarició con sus débiles manos la ensortijada cabellera negra de la niña y con voz conmovida le dijo:

—Gracias, Rosalinda; levántate y dame un beso. Aquí, sobre esta mesita, están los demás regalos; pero estas rosas las tendré sobre mis faldas y no dudo que su fragancia me tendrá contenta todo el día. Son frescas, hermosas y sencillas, como quisiera que fuesen todos mis nietos.

Llegó la hora del té, y los niños, como pajaritos sedientos, se amontonaron en torno a la mesa, abriendo tamaños ojos ante las fuentes cargadas con pastas, masas y bombones. De pronto, todos callaron; Rosalinda se trepó a una silla y mirando en derredor, concluyó por fijar los ojos en los de la anciana que presidía la mesa, diciendo:

—Ha llegado el momento de ofrecer a mi querida abuelita el obsequio preparado exclusivamente para ella.

Todos los niños aplaudieron sin saber de qué se trataba y Rosalinda, con el rostro encendido, agregó:

—Escuchen, voy a recitar unos versos del poeta Carlos Guido Spano.

En medio del mayor silencio vibró la vocecita infantil de Rosalinda, quien al terminar saltó de la silla y corrió a besar a su abuela.

—¡Muy bien, muy bien! ¡Viva Rosalinda! — exclamaron con entusiasmo los niños, para terminar por beber el té con el mejor apetito y la mayor algazara. Abuelita Clementina secaba de vez en cuando unas lágrimas que nublaban sus ojos al observar a Rosalinda, a quien encontraba más linda que otras veces.

Por último la niña se atrevió a decir :

—Esto es muy poquito para mi abuela. Si ustedes me lo permiten y guardan silencio, voy a escaparme.

—No, Rosalinda ¿te vas? ¿qué piensas hacer? — preguntó la abuela asustada.

—Sí, abuelita, me escaparé de la mesa y me sentaré al piano para que usted beba la segunda taza de té al son de mi último estudio. Dice mamá que la música encierra nuestros anhelos y sus notas son palabras que explican lo que a veces no podemos decir. Vamos a ver si mi sonatina, le cuenta cuánto la quiero Los niños volvieron a batir palmas hasta que Rosalinda se sentó al piano.

No bien hubo terminado, la abuelita se incorporó para abrazarla y, manteniéndola a su lado, dijo:

—Queridos nietos: He cumplido ochenta años en medio de caritas angelicales a cual más linda y encantadora. He recibido obsequios bonitos, valiosos y útiles que conservaré y me traerán el recuerdo de sus buenos deseos. Les doy las repetidas gracias de todo corazón. Pues bien, el año que viene, para esta misma fecha, desearía verlos reunidos otra vez; pero con una condición.

—¿Cuál, abuelita? — preguntó el mayor de la concurrencia.

—Quisiera que cada uno de ustedes me trajese, como Rosalinda hoy, una prueba de sus estudios o de su amor al trabajo. Algo que salga de sus cabecitas o de sus manos. Con eso han de demostrar el respeto y cariño a sus mayores; mejorando y elevándose siempre.

Todos volvieron a aplaudir con más fuerza, hasta callar para despedirse de la abuela que debía recostarse antes de anochecer.

El perrito blanco, lanudo, curioso y mimado quedó meneando la cola; el gatito negro, remolón y juicioso si guió durmiendo; y el canario diminuto y saltarín plegó las alitas acurrucado sobre un palito, no bien se hubo re­ tirado Rosalinda, la nieta ejemplar de abuelita Clementina.

FIN