El aro rojo y amarillo

El aro rojo y amarillo

Colección Marujita

Amor y amistad Aventuras Cortos Para niños

Alberto quería el barco de vela de la tienda de juguetes, y cuando ahorró lo suficiente allí se fue acompañado de su hermana, pero no volvió a casa con el barco.

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El aro rojo y amarillo

Documento de dominio público bajo Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina
El material original pertenece a: Biblioteca Nacional de Maestros

Alberto había visto un barco en el escaparate de la tienda de juguetes. Tenía una hermosa vela blanca y en la popa vio pintado el nombre de La Gaviota y sintió grandes deseos de adquirirlo.

Vació su alcancía y vio que tenía recogidas seis pesetas, o sea, exactamente, el precio del barco.

—Mamá, ¿me dejas comprar un barco?—preguntó.

—Tengo el dinero necesario. Lo he estado ahorrando durante largo tiempo.

—Bueno, cómpralo, pero llévate a Nieves.

Esta era la hermanita de Alberto. Y como la quería mucho, fue a buscarla.

—Ven, Nieves — le dijo. — Voy a comprar un barco.

Acompáñame.

Salieron ambos calle abajo, pero cuando estaban a punto de llegar a la tienda de juguetes, Nieves se cayó y se hizo un corte en la rodilla. Asustada, se puso a llorar. Alberto, muy disgustado, le vendó la rodilla con su pañuelo.

—No llores, Nieves. Pronto te pasará el dolor. Mira, te he vendado la rodilla con mi pañuelo.

Pero la niña quería volver al lado de su mamá, de modo que Alberto no sabía qué hacer.

—No llores, niña—le dijo.—Si quieres, te compraré un juguete, pero no llores.

Nieves se frotó los ojos y cesó de llorar.

—¿De veras?—preguntó.—Me figuraba que no tenías dinero más que para el barco.

—No importa, volveré a reunir dinero para comprarlo. Ahora te compraré algo, a fin de que no te acuerdes más de la rodilla.

El niño se conducía con mucha bondad. Sentía intensos deseos de comprarse el barco y le constaba que después de comprar un juguete a su hermana ya no le quedaría dinero para su barco. Pero quería mucho a la niña y deseaba consolarla.

Entraron en la tienda de juguetes y Nieves miró a su alrededor, sin saber qué escoger. ¿Una muñeca? ¿Un libro? ¿Un tren?

—¿Has visto esos aros nuevos?— le preguntó el vendedor, señalándoselos. —Están pintados de brillantes colores y hacen muy buen efecto al rodar. Los palitos también están pintados.

—¡Oh, sí! Me gustaría mucho un aro —dijo la niña, complacida.—Lo quiero rojo y amarillo.

—¿Cuánto vale?—preguntó Alberto, metiendo la mano en el bolsillo para sacar el dinero.

—Todo junto seis pesetas—dijo el tendero.

Alberto pagó y salió de la tienda con su hermana, que estaba muy contenta. El aro era precioso, de modo que ya no volvió a acordarse de la herida de la rodilla.

Cuando volvían a su casa, pasaron a corta distancia del río y, de pronto, Alberto oyó un grito.

—Espera —dijo a su hermana. —Me parece que alguien pide socorro. Quizá se ha caído al río. Vamos a verlo, Nieves.

Los dos niños se acercaron a la orilla y miraron al agua, donde pudieron ver a una niña que luchaba por mantenerse a flote.

Alberto no sabía nadar y el agua era allí demasiado profunda. ¿Qué haría? No vio a nadie a quien acudir y había que hacer algo, para que la niña no se ahogase.

De pronto se le ocurrió una idea magnífica. Llamó o Nieves, que estaba muy asustada, y le pidió el aro.

Alberto se sujetó con una mano a la rama de un árbol y tendió el aro a la niña, diciéndole:

—Agárrate.

Ella extendió las dos manos y se sujetó al aro. Alberto se sintió casi arrastrado por el peso de la desconocida, pero Nieves lo sujetó por la cintura. Luego, gradualmente, atrajo a la niña hacia sí, en tanto que el aro perdía su forma circular, a causa de la tensión. Y cuando aquella niña llegó a tierra, el aro se rompió.

—Muchas gracias —exclamó. —Has tenido muy buena idea al tenderme el aro. Siento mucho que se haya roto. Le diré a mi papá que te compre otro.

—No importa — dijo Alberto. — Más vale que nos acompañes a nuestra casa para secarte. Vivimos muy, cerca. Mamá te cuidará y te dará alguna ropa de Nieves para que te la pongas.

Así lo hicieron y después, cuando la acompañaron a su casa, los padres de la niña acudieron, y al oír la historia de lo ocurrido no sabían cómo manifestar su gratitud a Alberto y a Nieves.

—Mañana iréis a nuestra casa a merendar con Lucía. Daremos una pequeña fiesta para demostraros nuestro agradecimiento.

La fiesta fue muy agradable y, al final, la mamá de Lucía se presentó con dos paquetes. Uno para Alberto y el otro para Nieves. ¿No adivináis qué contenían?

Nieves recibió otro aro igual que el primero y Alberto vio que su paquete contenía un barco de vela mayor que aquel que quiso comprarse. ¡Qué suerte tuvo!

—Lo mereces, Alberto— le dijo su mamá en cuanto hubo regresado a su casa.—Primero te gastaste tu dinero en complacer a tu hermanita y luego tu bondadosa acción te ha proporcionado un juguete mejor del que esperabas. Estoy orgullosa de ti.

Y el niño quedó muy complacido.

FIN