
Charles Vane
Daniel Defoe
Más cuentos del autor »Charles Vane fue un pirata orgulloso, desalmado. Cuando lo juzgaron no expresó remordimientos por su cruel conducta con los prisioneros que hacía.
Charles Vane
Del capitán Charles Vane y su tripulación.
Charles Vane fue uno de los que robaron a los españoles la plata que habían sacado de los galeones naufragados en el golfo de Florida, y estaba en Providence cuando llegó el gobernador Rogers con dos buques de guerra.
Todos los piratas que se hallaban en esta colonia de bandidos se sometieron, y recibieron el certificado de perdón, salvo el capitán Vane y su tripulación; porque en cuanto vieron entrar los buques de guerra largaron su cable, prendieron fuego a una presa que tenían en el puerto y zarparon con la enseña pirata al viento, disparando mientras salían a uno de los buques de guerra. A los dos días de zarpar avistaron una balandra de Barbados; la apresaron y la conservaron para su propio uso, poniendo a bordo de ella veinticinco hombres, con un tal Yeats al mando de todos. Uno o dos días más tarde toparon con un contrabandista que se dirigía a Providence, llamado el John and Elizabeth, con cierta cantidad de piezas de a ocho españolas, que también se llevaron. Con estas dos balandras, Vane se dirigió a una pequeña isla a limpiar, donde se repartieron el botín, y pasaron algún tiempo entregados a una vida de crápula, como es costumbre entre ellos.
A finales de mayo de 1718 se hicieron a la mar, y como andaban ya faltos de víveres, pusieron rumbo a las islas de Barlovento, donde toparon con una balandra española que hacía viaje de Puerto Rico a La Habana: pusieron a los españoles en un bote, le prendieron fuego y dejaron que llegasen a la isla al resplandor de su nave. Pero al enfilar entre San Cristóbal y Anguila dieron con un bergantín y una balandra con el cargamento que necesitaban: de ambas embarcaciones hicieron acopio de provisiones.
Algún tiempo después se dirigieron al norte, hacia la ruta que hacían los barcos de Inglaterra en su viaje a las colonias americanas, y apresaron varias embarcaciones y naves, a las que despojaron de cuanto les pareció de utilidad para ellos, y las dejaron seguir viaje.
A finales de agosto, Vane, con su consorte Yeats, llegó frente a Carolina del Sur, donde apresó un barco de Ipswich, mandado por un tal Coggershall, cargado con palo campeche. Como encontraban el barco muy apropiado para su negocio, impusieron a los prisioneros el trabajo de aligerarlo arrojando por la borda su carga; pero cuando ya lo tenían aligerado en más de la mitad cambiaron de idea y no lo quisieron; se lo devolvieron a Coggershall, y le dejaron proseguir su viaje de regreso. En este crucero, el pirata apresó varios barcos y naves más, entre ellos una balandra de Barbados, patrón Dill, un barco pequeño de Antigua, patrón un tal Cock, y un bergantín grande, capitán Thompson, de Guinea, con noventa y pico negros a bordo. Saquearon todas estas embarcaciones y las soltaron, pasando los negros del bergantín al barco de Yeats, por cuyo medio volvieron a sus legítimos dueños.
Y como el capitán Vane trataba siempre con muy poco respeto a su consorte, se arrogaba superioridad sobre él y su pequeña tripulación, y consideraba la nave de éstos como mera escampavía de la suya, estaban muy descontentos, porque se tenían por tan grandes piratas y granujas como los que más. De manera que conspiraron, y decidieron aprovechar la primera ocasión que se presentase para abandonar la compañía, y acogerse al perdón de Su Majestad, o continuar en el oficio por su cuenta, cosas ambas que juzgaban más honrosas que seguir como criados de Vane. Y el haber puesto a bordo tantos negros, siendo tan pocos los que los podían custodiar, agravó aún más la situación, aunque prefirieron ocultar o disimular su enojo por el momento.
Un día o dos después, estando fondeados, Yeats largó su cable al anochecer, izó velas, y puso proa a la costa. Al darse cuenta Vane, se enfureció enormemente, dio vela a su balandra y fue en pos de su consorte, porque comprendió claramente que pretendía librarse de él: y como el bergantín de Vane era más velero, le fue ganando terreno a Yeats, y lo habría alcanzado de haberse prolongado algo más la persecución; pero llegó a la barra justamente cuando Vane alcanzó la distancia de un tiro de cañón, por lo que mandó a su viejo amigo una andanada (que no le hizo ningún daño), y lo dejó.
Yeats entró en el río North Edisto, unas diez leguas al sur de Charleston, y mandó un expreso al gobernador para saber si él y sus camaradas podían tener el beneficio del perdón de Su Majestad, y que se entregarían a su merced con las balandras y los negros. Y al serles concedido, se entregaron y recibieron sus certificados; y le fueron devueltos al capitán Thompson los negros que le habían quitado, para uso de sus armadores.
Vane estuvo cruzando algún tiempo frente a la barra con la esperanza de atrapar a Yeats cuando saliera, pero en esto quedó frustrado. Sin embargo, y por desgracia para ellos, apresó dos barcos de Charleston que regresaban a Inglaterra. Y ocurrió que precisamente por esas mismas fechas fueron aparejadas, tripuladas y armadas dos balandras para salir en busca de un pirata que, según habían informado al gobernador de Carolina del Sur, se hallaba limpiando en el río Cape Fear. Pero el coronel Rhet, que mandaba las balandras, se encontró con uno de los barcos saqueados por Vane que regresaba a reponer los víveres que le había quitado, y le dio noticia de que había sido apresado por el pirata Vane, y también que algunos de sus hombres, mientras estuvieron prisioneros a bordo, habían oído decir a los piratas que iban a limpiar en uno de los ríos que había hacia el sur; así que el coronel Rhet cambió de planes, y en vez de dirigirse al norte en busca del pirata de Cape Fear, puso rumbo hacia el sur, en pos de Vane, que había mandado a sus hombres que hiciesen correr esa información, a fin de que cualquier fuerza que fuese enviada tras él siguiese una pista falsa. Y así, mientras él se dirigía hacia el norte, sus perseguidores tomaron la dirección contraria.
El encuentro con estos informantes fue para el coronel Rhet lo más desafortunado que le pudo ocurrir, ya que lo apartaron del rumbo que con toda probabilidad lo habría llevado hasta Vane y el otro pirata (al que después apresó), y habría podido acabar con los dos; mientras que al tomar el rumbo opuesto no sólo perdió a uno sino que, de no haber estado el otro tan ciego como para permanecer fondeado seis semanas seguidas en Cape Fear, se le habría escapado también. Sin embargo, tras registrar infructuosamente durante varios días los ríos y calas que encontraba en el camino, decidió proseguir su primer plan, con lo que dio efectivamente con el pirata que buscaba, y lo apresó, como se ha dicho ya en la historia del comandante Bonnet.
El capitán Vane entró en una cala del norte, donde se encontró con el capitán Thach, o Teach, llamado también Barbanegra, al que saludó (cuando supo quién era) con sus cañones grandes, con munición (como era costumbre de los piratas cuando se encontraban), que fueron disparados hacia lo lejos. Barbanegra contestó al saludo de la misma manera, y durante varios días intercambiaron mutuas cortesías; y a primeros de octubre se marchó Vane, y siguió rumbo hacia el norte.
El 23 de octubre apresó frente a Long Island un pequeño bergantín que hacía viaje de Jamaica a Salem, Nueva Inglaterra, patrón John Shattock. Lo saquearon y lo soltaron. De aquí decidieron cruzar entre Cabo Maisi y Cabo Nicholas, donde estuvieron algún tiempo sin ver ni hablar con ninguna nave, hasta finales de noviembre, en que toparon con un barco que esperaban que se rindiese en cuanto izaran su enseña negra. Pero en vez de eso mandó una andanada al pirata e izó su bandera, por la que vieron que se trataba de un buque de guerra francés. Vane no quiso saber nada más, sino que braceó las velas y huyó del francés. Pero el Monsieur estaba dispuesto a informarse mejor de quién era el pirata, así que puso toda la vela que pudo y fue tras él. Entre tanto, los piratas estaban divididos sobre qué resolución tomar: Vane, el capitán, se pronunció por huir lo más deprisa que pudieran. Pero un tal John Rackam, que iba de oficial con él y le tenía una cierta inquina, se levantó en defensa de la opinión contraria, diciendo que aunque tenía más cañones y eran de más peso y calibre, podían abordarlo, y que los mejores muchachos se alzarían con la victoria. Rackam tuvo suficiente respaldo, y la mayoría se pronunció por el abordaje. Pero Vane insistió en que era demasiado temeraria y desesperada la empresa, dado que el buque de guerra parecía tener doble fuerza que ellos, y que podía hundirles el bergantín antes de que consiguieran arrimarle el costado. El piloto, un tal Robert Deal, fue de la opinión de Vane, así como quince más; el resto se unió a Rackam, el cabo de brigadas. Finalmente el capitán, para zanjar la disputa, hizo valer su autoridad, que en estos casos es absoluta e irresistible por sus propias leyes, que son luchar, cazar o ser cazado; en cualquier otro asunto debía guiarse por la mayoría. Así que el bergantín burló al buque francés, como suele decirse, y lo perdió de vista.
Pero al día siguiente, el capitán tuvo que someter su comportamiento a una votación, y en ella se aprobó una resolución contra su honor y dignidad, puesto que se le tachaba de cobarde, se le deponía de su mando, y se le expulsaba de la compañía con el estigma de la infamia; y con él, a todos los que no habían votado a favor del abordaje del buque de guerra francés. Dieron a Vane y los expulsados una pequeña balandra que habían apresado poco antes y que llevaban consigo, y para que pudiesen valerse honradamente por sus propios esfuerzos les dejaron suficiente cantidad de provisiones y munición.
Celebraron otra votación en la cámara de Vane para nombrar capitán del bergantín, salió elegido John Rackam, y prosiguieron hacia las islas del Caribe, donde debemos dejarlos hasta que hayamos concluido la historia de Charles Vane.
La balandra puso rumbo a la bahía de Honduras, y entre tanto Vane y su tripulación le hicieron las reformas que pudieron para continuar su actividad. Cruzaron dos o tres días frente a la parte noroeste de Jamaica y apresaron una balandra y dos piraguas, cuyas tripulaciones se unieron a ellos. Se quedaron la balandra, y pusieron en ella a Robert Deal de capitán.
El 16 de diciembre entraron estas dos balandras en la bahía, donde sólo encontraron una fondeada, llamada la Pearl, de Jamaica, patrón capitán Charles Rowling, que zarpó nada más avistarlos; aunque las balandras piratas se acercaron a Rowling sin mostrar bandera alguna, él les envió un cañonazo o dos, a lo cual izaron la bandera negra y dispararon tres cañonazos cada una. Se rindió la Pearl, y los piratas tomaron posesión de ella y se la llevaron a una pequeña isla llamada Bonacca, donde limpiaron, topando por el camino con una balandra de Jamaica, capitán Wallden al mando, que se dirigía a la bahía, y la apresaron también.
En febrero, Vane zarpó de Bonacca para efectuar un crucero; pero unos días después de salir lo sorprendió un violento huracán que lo separó de su consorte, y dos días más tarde la desgracia arrojó su balandra contra una pequeña isla deshabitada próxima a la bahía de Honduras, donde se estrelló, pereciendo la mayoría de sus hombres: Vane se salvó, pero quedó reducido a una gran estrechez debido a la falta de víveres, y a no haber podido recuperar nada de los restos del naufragio. Aquí vivió unas semanas, mantenido principalmente por los pescadores, que frecuentaban la isla con sus pequeñas embarcaciones, y acudían de tierra firme a pescar tortugas, etcétera.
Y un día entró en esta isla un barco de Jamaica a hacer aguada, cuyo capitán, un tal Holford, antiguo bucanero, resultó ser conocido de Vane. Creyó llegada la ocasión de salir de allí, y acudió a su viejo amigo; pero éste lo rechazó tajantemente, y le dijo: «Mira, Charles, no te voy a subir a bordo, a menos que te lleve prisionero; porque sé que conspirarás con mis hombres, me darás un golpe en la cabeza, y te largarás a piratear con mi barco.» Vane apeló a todas las protestas de honor de que fue capaz; pero al parecer el capitán Holford lo conocía demasiado bien para fiarse de sus palabras y juramentos. Le dijo que podía encontrar fácilmente el medio de irse de allí, si se lo proponía. «Ahora voy a la bahía —dijo—, y volveré dentro de un mes; si te encuentro aquí cuando regrese, te llevaré a Jamaica para que te cuelguen.» «¿De qué manera puedo irme?» «¿Acaso no hay botes de pescadores en la costa? ¿No puedes llevarte uno?», replicó Holford. «¡Cómo! —dijo Vane—, ¿quieres que robe un bote?» «Vaya, ¿ahora pretendes convertir en problema de conciencia el robo de un bote —dijo Holford—, cuando has sido un vulgar ladrón, y un pirata que ha robado barcos y cargamentos, y has expoliado a todo el que se ha cruzado en tu camino? Quédate y púdrete, si eres tan escrupuloso»; y lo dejó.
Después de marcharse Holford entró otro barco en la misma isla, en viaje de regreso, para cargar agua. Dado que nadie de la compañía conocía a Vane, no tuvo dificultad en hacerse pasar por otro, y lo embarcaron. Cualquiera podría creer que Vane estaba ya a salvo, y que escaparía del destino que sus crímenes merecían; pero una malhadada casualidad vino a echarlo todo a rodar: cuando Holford regresaba de la bahía topó con este barco, cuyo capitán era bastante amigo suyo; le invitó éste a cenar a bordo, y Holford acudió; y cuando se dirigía a la cámara, echó una mirada casual a la bodega, y vio a Charles Vane trabajando. Al punto fue al capitán, y le dijo: «¿Sabes a quién llevas a bordo?» «¡Ah, sí! —dijo el capitán—, es un hombre que naufragó en esta isla con una balandra; parece un hombre despierto.» «Te aseguro —dijo el capitán Holford— que es Vane, el famoso pirata.» «Si es él —replicó el otro—, no quiero tenerlo a bordo.» «Bien —dijo Holford—, entonces mandaré que lo detengan, y lo entregaré en Jamaica.» Convenido esto, el capitán Holford, en cuanto regresó a su barco, mandó el bote con su segundo armado; éste, llegándose a Vane, le mostró la pistola y le dijo que era su prisionero: Vane no ofreció resistencia ninguna, de manera que fue conducido abordo de Holford y encadenado. Y al llegar a Jamaica el capitán Holford entregó a su viejo amigo a la justicia, en cuya plaza fue juzgado, sentenciado y ejecutado, como lo había sido poco antes su consorte, Robert Deal, al que llevó allí un buque de guerra.
FIN