
Ambiente
Manuel Llano
Más cuentos del autor »Se abre la puerta con lentitud y chillido de goznes y ve uno las abarcas, en ringlera, ante los escalones, como «unas viejas a la puerta con la boca abierta».
Ambiente
1
Si cada casa —pesadumbre y vejera de piedra— es como una estancia de museo, señor.
Empieza uno por el picaporte, negro de ventisca y de resoles, de vendavales y de días buenos. El picaporte, templado hace ya muchos vientos y muchas sementeras en la lumbre de la tejavana torcida del herrero, artista sarroso y analfabeto. El picaporte, imitando una mano ancha y larga con dedos afilados y uñas recortaditas de hidalga consumida; imitando una cruz con un pico de paloma; un dragón con cara de siervo bueno, un pez, la cabeza de un toro, el semblante de una santa de ermita, el borceguí de un niño andariego y pobre, la sandalia de un peregrino.
Se abre la puerta con lentitud y chillido de goznes y ve uno las abarcas, en ringlera, ante los escalones, como «unas viejas a la puerta con la boca abierta». Ingenio humilde y antiguo en esos pequeños tajos de madera que resuenan en las calles —cercas que parecen garabatos de cantos, fachadas que siempre parece que se van a caer—, que resuenan en las calles como ruido natural del ambiente, lo mismo que el aire, los pájaros, los insectos…
Un pueblo sin abarcas, sin su ruido peculiar, sin su repiqueteo en la piedra, en las raíces gordas y descamadas, que parecen las costillas de los senderos, en una puente larga y estrecha, es lo mismo que el monte sin sus rumores fundamentales: el ave, el arroyo, el balido, el aire cantando en las quimas. Las abarcas, tan duras y tan ligeras, con su color bermejo, con su color de miel añeja, de helecho seco, de hueso polvoriento, de esclavina de capellán, de bronce limpio. Geometría sencilla y primitiva en la madera de raíz y de tronco de las abarcas. Líneas finas, onduladas, rectas, enérgicas, temblorosas, que han puesto allí la paciencia y la punta de la navaja, dale que dale, mientras se canta o se suspira, mientras se piensa en un enojo o en un contentamiento, en un hijo, en una mujer, en una feria, en una novena, en las cosas diversas y antagónicas en que piensan los hombres todos los días con sus polos de infierno y de paraíso, de nube y de tierra, de lucero y de gusano…
Y el rastrillo, arrimado a la pared, con el adorno de sus flechas pintadas, con sus espigas, con sus ramas entrelazadas, con sus hojas pintadas y redondas.
El bígaro de asta, colgado de un pino. El bígaro de asta que tiene huellas estéticas, también de punta de navaja o de punzón candente. Bígaros torcidos con siluetas de animales monteses, con estrellas de cinco puntas, con miniaturas de pájaras pintas, de espadañas, de cascabeles.
Y el palo pastoral con la gracia de los sus nudos, con las rayas, con los puntitos inocentes que ha discurrido, en su ocio, la vejez, la juventud, la infancia que se desenvuelve oyendo los campanos, los azores, las avefrías, los mugidos, las tórtolas, los arroyos que bajan conversando jovialmente con las peñas y los árboles, siempre tan contentos y tan alegres con el romance de sus aguas vivas.
2
En el portal hay un banco de respaldo oblicuo. El tallista de la aldea ha labrado en la espaldera una cara de bobo, un rostro ancho y rollizo de santo con su nimbo, una víbora con semblante de mujer, una alimaña con cara de hombre, una cordera con rostro de niño, como si el artista hubiera querido representar así su filosofía y su concepto de almas y pensamientos.
Bancos humorísticos con hombrecitos que se llevan una jarra a los labios, con mendigos jorobados que dan sensación de tambaleo, con ancianos que tienen malicia en los ojos, con viejas bailando, con raposos tocando la flauta, con osos tocando el tambor. Bancos dramáticos con tres cruces en una colina, con una línea quebrada de centella en un cielo chiquitín que parece el fondo invertido de una caldera negra. Bancos poéticos con un pequeño y tímido balbuceo de égloga, con unos troncos de cerezo, con un niño tañendo un rabelín, con una moza pensativa a la vera de un rosal. Bancos barrocos con mescolanza de ramos, de alas, de yedras, de hojas… Diversidad de modos en lo estético. Maneras y aficiones de temperamentos optimistas, supersticiosos, místicos, pícaros, burlones, sentimentales.
3
En aquella mesa hay una medida de celemín con una escena angustiosa del calvario del Señor en un huerto de olivos. Más allá, un almirez redondo, de quima gorda de tejo con dibujos de campanas, de trébedes, de puertas de capilla. Y lo escueto del cantarero, la corza labrada en la tarabilla de la ventana, el picayo reluciente de mesar la yerba, las rúbricas, las letras, los garabatos marcados en los grandes esquilones de las vacas. Arte en el alfilitero, en el yugo macizo de la yunta, en las sillitas bajas de listones morenos de humo… Un almirez amarillo con unas cuantas manchas cárdenas, un cuadro que representa las murallas de Jericó y unas largas trompetas bíblicas, una pila de agua bendita hecha de madera de fresno por un pastor que murió hace cien años. Ruecas blancas, amarillas, azules. Faltriqueras antiguas de sayal con unas rosas bordadas, con su cordoncito de seda, con sus picos ribeteados de terciopelo verde. Flautas de nogal con lagartijas y cuclillos labrados. Cuencos antiguos con dibujos temblorosos de mano vieja imitando golondrinas, campanas, zurrones, cabezas de chivos rubios…
FIN