Al final del mapa

Al final del mapa

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Un hombre abandonó el valle donde vivía, dispuesto a encontrar el límite de la Tierra. Y el hombre caminó en línea recta través de los días

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Al final del mapa

Los mapas son dibujos de la desolación humana.

Dibujamos mapas para no perdernos en las encrucijadas del tiempo y el espacio; los dibujamos para volver a casa sin sobresaltos.

Siglos atrás, cuando los mapas estaban rodeados de abismos, cuando el mundo iba a lomo de elefante, un hombre abandonó el valle donde vivía, dispuesto a encontrar el límite de la Tierra.

Apenas salía, vio a una vecina tendiendo ropa. La saludó:

—Adiós Maricarmen.

—¿Adónde vas?

—Al sitio donde acaba el mundo.

—Ve con suerte.

Caminó el hombre a través de los días. Cierta mañana, un carrero que transportaba trigo ofreció llevarlo durante un trecho.

—¿Irás en línea recta?

—Sí, señor.

—Entonces acepto.

Porque la cosa era sencilla, derecho, derecho, andar, andar, y un día u otro llegaría al límite del mapa.

La línea recta lo llevó a través de campos secos y de campos sembrados, de pueblos pobres, de pueblos ricos. La línea recta lo llevó a la orilla de un río torrentoso.

—Canoero, ¿podrías cruzarme al otro lado?

—Claro que sí.

La línea recta lo llevó de frontera en frontera. Hasta atravesó un campo de batalla y, según contó después, los bandos dejaron de atacarse mientras él pasaba.

Siguiendo la línea recta recorrió veinticinco idiomas, a cual más extraño. La línea recta lo obligó a cruzar el mar.

Cierta vez, compartió camino con una campesina, de la cual se enamoró de inmediato.

—Mujer, ¿continúas andando en esta dirección? —le preguntó.

—No —dijo la joven—. Giro en el próximo sendero.

—Lástima. Tendremos que separarnos.

Derecho, derecho, andar y andar…

—¿Adónde vas?

—Al final de la Tierra.

—¿Qué buscas?

—El final de la Tierra.

—¿Por qué caminas tanto?

—Para llegar al final de la Tierra.

Derecho se hacía lejos. Interminable. Los años pasaban y el caminante sentía en las espaldas el peso del arrepentimiento. Fue entonces cuando comenzó a pensar que hallaría antes el extremo de su vida que el extremo del mapa.

Andar y andar, en línea recta, hacia la mueca burlona del horizonte.

Andar en soledad, en silencio. Con los pies vendados.

Finalmente, cuando la fatiga ya era una enfermedad, el hombre se dio por vencido.

—Nunca hallaré el límite. Voy a morir andando, sin familia ni tumba cerca de casa. Tal vez sea mejor echarme a dormir aquí, bajo este hermoso sol. Y no despertar…

Nuestro amigo se tendió a un lado del camino. No tenía intención de abrir sus ojos nuevamente. ¿Para qué hacerlo? Ya no tenía fuerzas ni para regresar ni para seguir. ¡Desdichado el día que había tenido aquella venenosa idea! Así pensaba cuando alguien habló:

—¡Regresaste al fin! No imaginas cuánto te extrañamos.

Era Maricarmen, y le sonreía.

FIN