El pastorcillo

50 fábulas de Esopo Volumen 7

Amor y amistad Animales Fábulas Valores morales

50 fábulas de Esopo que intentan dar una enseñanza práctica mediante la personificación de animales irracionales, objetos o ideas abstractas

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50 fábulas de Esopo Volumen 7

301. La paloma sedienta

Una paloma, atormentada por la sed, al ver pintada en un cuadro una cratera[15] de agua, supuso que era real. Por eso, se precipitó con mucho estruendo y, sin advertirlo, se estampó contra el cuadro. Y le ocurrió que, al rompérsele las alas, cayó al suelo y uno de los que andaban por allí la capturó.

Así, algunos hombres que, por un deseo vehemente, emprenden irreflexivamente los asuntos, sin darse cuenta se lanzan a la ruina.

302. La paloma y la corneja

Una paloma criada en un palomar se jactaba de su fecundidad. Una corneja que había escuchado sus palabras dijo: «¡Tú!, deja de presumir por eso; pues cuantas más crías tengas, tantas más servidumbres lamentarás».
Así también, los más desafortunados de los sirvientes son los que en la esclavitud

tienen hijos.

303. Las dos alforjas

En otro tiempo Prometeo, que había modelado a los hombres, colgó de ellos dos alforjas, la de los males ajenos y la de los propios. Y la de los extraños la colocó delante, la otra la colgó detrás. De ahí que los hombres ven enseguida los males ajenos pero no reparan en los propios.

Uno podría servirse de esta fábula contra un intrigante que, ciego ante sus propios asuntos, se preocupa de los que no le interesan en absoluto.

304. El mono y los pescadores

Un mono, sentado en lo alto de un árbol, al ver que unos pescadores echaban una red barredera en un río, observaba lo que hacían y, al dejar estos la red y retirarse un poco para comer, bajó del árbol e intentó imitarlos —dicen, en efecto, que este animal es imitador—. Pero al coger las redes, se enganchó y corría peligro de ahogarse. Y se dijo a sí mismo: «Es justo lo que me ha pasado, pues ¿por qué, sin saber pescar, me puse a ello?».

La fábula muestra que el intento de lo que en absoluto interesa no solo es inútil, sino también dañino.

305. El mono y el delfín

Los que navegan tienen la costumbre de llevar consigo perros malteses y monos para su distracción durante la travesía. Uno que iba a navegar se llevó también un mono. Cuando llegaron a la altura del Sunio, el cabo del Ática, se desencadenó una violenta tempestad. Como la nave se fuese a pique y todos tratasen de ganar la costa a nado, también el mono nadaba. Un delfín que lo había visto y había supuesto que era un hombre, se puso debajo de él, y lo transportó hacia tierra firme. Cuando llegó al Pireo, el puerto de los atenienses, preguntó al mono si era ateniense de nacimiento. Al responderle este que sí y que allí tenía ascendientes ilustres, le volvió a preguntar si conocía el Pireo. Creyendo el mono que le hablaba de un hombre, le dijo que era muy amigo suyo, incluso íntimo. Y el delfín, irritado por tanta mentira, se sumergió y lo ahogó.

La fábula es para los hombres que cuando desconocen la verdad, acostumbran a engañar.

306. El mono y la camella

En una asamblea de animales se levantó un mono y se puso a bailar. Como todos lo acogieran bien y le aplaudieran mucho, una camella, llena de envidia, quiso ganárselos. Por eso, se levantó e intentó bailar también ella. Pero, como hacía muchas cosas raras, los animales, indignados, la echaron a golpes de palos.

La fábula es oportuna para los que, por envidia, rivalizan con los mejores.

307. Los hijos del mono

Dicen que los monos engendran dos crías y que aman a una de ellas y la crían con cuidado, en cambio a la otra la aborrecen y la abandonan. Ocurrió, por una cierta suerte divina, que la más mimada, abrazada dulce y estrechamente a la madre, se ahogó y la desdeñada salió adelante.

La fábula muestra que la suerte resulta más poderosa que la previsión.

308. Los navegantes

Navegaban unos hombres embarcados en una nave. Cuando estaban en alta mar se desencadenó una violenta tempestad y la nave casi se hundió. Uno de los navegantes, rasgándose las vestiduras, invocaba a los dioses patrios entre llantos y lamentos, prometiendo que les ofrecería sacrificios de agradecimiento, si se salvaban. Cuando cesó la tempestad y se hizo de nuevo una calma chicha, se pusieron a celebrarlo, bailaban y daban saltos, porque habían escapado de un peligro inesperado. Y el piloto, que era un hombre duro, les dijo: «Amigos, debemos alegrarnos, sin olvidar que quizá de nuevo se produzca una tempestad».

La fábula enseña a no exaltarse demasiado con los sucesos felices, pensando lo mudable de la fortuna.

309. El rico y el curtidor

Un rico estableció su vivienda junto a un curtidor; no pudiendo soportar el mal olor, no dejaba de insistirle para que se mudase. Este siempre le daba largas, diciendo que se mudaría al cabo de poco tiempo. Tras muchos años de repetirse lo mismo, ocurrió que pasado un tiempo el rico, habituado al olor, ya no le importunó más.

La fábula muestra que la costumbre mitiga hasta lo desagradable de las cosas.

310.El rico y las plañideras
Un rico que tenía dos hijas, cuando murió una, contrató unas plañideras. La otra le dijo a la madre: «¡Desdichadas de nosotras, que no sabemos lamentarnos nosotras mismas cuando la pena es nuestra, y estas, a las que en nada les concierne, se dan golpes de pecho y lloran con tanta vehemencia!». Y aquella, respondiendo, dijo: «No te asombre, hija, el que esas se lamenten de modo tan lastimero, pues lo hacen por dinero».

Así, algunos hombres, por ambición, no vacilan en especular con las desgracias ajenas.

311. El pastor y el mar

Un pastor que apacentaba su rebaño cerca del mar, al verlo calmo y tranquilo, quiso navegar. Pues bien, vendió sus ovejas, compró dátiles, los cargó en una nave y se hizo a la mar. Pero, al producirse una violenta tempestad y correr peligro la nave de irse a pique, echó toda la carga al mar y se salvó con dificultad con la nave vacía. Después de unos pocos días, al acercársele uno y admirar la tranquilidad del mar —pues casualmente estaba en calma—, interrumpiéndole, dijo: «Buen hombre, de nuevo desea dátiles el mar y por eso parece que está tranquilo».

La fábula muestra que los sufrimientos sirven de enseñanza a los hombres.

312. El pastor y el perro que meneaba la cola ante las ovejas

Un pastor que tenía un perro muy grande acostumbraba a darle de comer las ovejas que morían y sus corderinos recién nacidos. Y un día, cuando entraba el rebaño, el pastor, al ver que el perro se acercaba a las ovejas y meneaba la cola ante ellas, dijo: «¡Que caiga sobre tu cabeza lo que tú quieres para estas!».

La fábula es oportuna para un adulador.

313. El pastor y los lobeznos

Un pastor que había encontrado unos lobeznos los crio con mucho cuidado pensando que finalmente no solo custodiarían sus ovejas, sino que cuando otros lobos le quitaran algunas, se las devolverían a él. Pero estos, tan pronto como crecieron y adquirieron confianza, comenzaron a destruir el rebaño. Cuando el pastor se dio cuenta de ello, dijo entre llantos: «Es justo lo que me ha pasado, pues ¿por qué salvé, cuando eran pequeños, a esos que había incluso que matar cuando crecieran?».

Así, los que salvan a los malvados, sin darse cuenta, los fortalecen primero contra ellos mismos.

314. El pastor y el lobo criado con perros

Un pastor que había encontrado un cachorro de lobo recién nacido y lo había recogido lo criaba junto con sus perros. Cuando creció, si en alguna ocasión un lobo arrebataba una oveja, también él junto con los perros lo perseguía. A veces, no pudiendo los perros coger al lobo regresaban de vacío, pero aquel lo seguía hasta que lo cogía y, como lobo, tomaba parte de la presa; luego volvía. Cuando no eran los otros lobos los que robaban una oveja, él la mataba a escondidas y la comía con los perros, hasta que el pastor tuvo sospechas y, comprendiendo lo que hacía, lo mató, colgándolo de un árbol.

La fábula muestra que una naturaleza malvada no forma un modo de ser honrado.

315. El pastor y el lobezno

Un pastor encontró un lobezno y lo crio; luego, convertido en cachorro, le enseñó a robar de los rebaños cercanos. El lobo, cuando aprendió, dijo: «Mira, no sea que tú, que me has acostumbrado a robar, eches de menos alguna de tus ovejas».

Los malos por naturaleza, que aprenden a robar y a ser ambiciosos, muchas veces dañan a los que les habían enseñado.

316. El pastor y las ovejas

Un pastor que había llevado sus ovejas a un encinar, al ver una encina muy grande repleta de bellotas, extendiendo debajo su manto, se subió a ella y sacudía el fruto. Las ovejas, al comer las bellotas, sin darse cuenta, también se comieron a la vez el manto. Cuando el pastor bajó y vio lo sucedido, dijo: «¡Malditos animales!, vosotros que proporcionáis a los demás las lanas para sus ropas, a mí, que os alimento, me quitáis hasta el manto».

Así, muchos hombres, por ignorancia, beneficiando a los que nada les importan, cometen maldades con los suyos.

317. El pastor que metía un lobo en el aprisco y el perro

Un pastor que metía las ovejas en el aprisco estuvo a punto de encerrar con ellas también a un lobo, pero su perro, al verlo, le dijo: «Si quieres salvar las ovejas de tu rebaño ¿cómo metes con él este lobo?».

La convivencia con los malos puede hacer un daño muy grande y causar la muerte.

318. El pastor que gastaba bromas

Un pastor que apacentaba su rebaño bastante lejos de la aldea continuamente gastaba la siguiente broma: llamaba, en efecto, a gritos a los aldeanos en su ayuda diciendo que unos lobos atacaban las ovejas. Dos y tres veces los de la aldea se asustaron y salieron fuera, volviendo después burlados. Ocurrió finalmente que una vez los lobos atacaron de verdad. Mientras saqueaban el rebaño y el pastor llamaba a los aldeanos en su ayuda, estos, suponiendo que bromeaba como de costumbre, no se preocuparon en absoluto y así se quedó sin ovejas.

La fábula muestra que los embusteros ganan esto: no ser creídos cuando dicen la verdad.

319. La Guerra y el Desenfreno

Los dioses se casaron con quien a cada uno le tocó en suerte. La Guerra asistió al último sorteo. Solo consiguió al Desenfreno y, muy enamorada de él, se casó. Lo acompaña a cualquier sitio que vaya.

Adonde llegue el Desenfreno, en una ciudad o en una nación, la Guerra y las luchas enseguida vienen tras él.

320. El río y el cuero

Un río, al ver que un cuero flotaba en su corriente, le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Al responderle este: «Mi nombre es duro», cubriéndole con su corriente, dijo: «Búscate otro nombre, pues yo te voy a hacer blando».

Una desgracia en la vida muchas veces hizo bajar a tierra a un hombre osado y arrogante.

321. La oveja esquilada

Una oveja esquilada malamente dijo al que la estaba esquilando: «Si buscas lanas, corta más arriba; pero si deseas carne, sacrifícame de una vez y deja de atormentarme por partes».

La fábula es ajustada para los que se dedican a sus oficios sin aptitudes.

322. Prometeo y los hombres

Prometeo, por mandato de Zeus, modeló a los hombres y a los animales. Zeus, al observar que los animales irracionales eran muchos más, le ordenó que, destruyendo a algunos, los transformara en hombres. Cuando este hizo lo que se le había ordenado, resultó de ello que los que no habían sido modelados hombres desde el principio tenían la forma de los hombres pero el espíritu de animales.

La fábula es oportuna contra un hombre burdo y bestial.

323. La rosa y el amaranto

Un amaranto que crecía junto a una rosa dijo: «¡Qué flor más hermosa y deseable eres para dioses y hombres!, te felicito por tu belleza y por tu aroma». Esta dijo: «Yo vivo por poco tiempo, amaranto, y, aunque nadie me corte, me marchito; sin embargo, tú floreces y vives siempre tan joven».

Es mejor perdurar contentándose con poco que, por darse importancia poco tiempo, sufrir un cambio desafortunado o incluso morir.

324. El granado, el manzano, el olivo y la zarza

Un granado, un manzano y un olivo disputaban sobre su fertilidad. Como se produjese una disputa muy acalorada, una zarza, que desde una valla cercana les había oído, dijo: «Amigos, dejemos alguna vez de pelear».

Así, en las disputas de los mejores también los que no valen nada intentan parecer que son algo.

325. El trompeta

Un trompeta que convocaba al ejército, al ser hecho prisionero por los enemigos, gritó: «No me matéis, soldados, a la ligera y sin motivo; pues no he matado a ninguno de vosotros, ya que, excepto este bronce, no tengo ningún otro». Ellos le dijeron: «Pues por eso precisamente vas a morir, porque tú, que no puedes combatir, reúnes a todos para el combate».

La fábula muestra que más delinquen los que incitan a obrar mal a los gobernantes malos y violentos.

326. El topo y su madre

Un topo —animal ciego— dijo a su madre que veía. Y ella para probarle le dio un grano de incienso y le preguntó qué era. El topo respondió que una piedrecita, y la madre dijo: «Hijo, no solo estás privado de la vista, sino que también has perdido el olfato».

Así, algunos fanfarrones, en tanto que proclaman cosas imposibles, son rebatidos hasta en las más insignificantes.

327. El jabalí y la zorra

Un jabalí, parado junto a un árbol, se afilaba los dientes. Al preguntarle una zorra por qué, sin que le amenazara ningún cazador ni ningún peligro, aguzaba sus dientes, dijo: «No lo hago vanamente, pues si me sobreviene un peligro no tendré entonces que afilarlos y los utilizaré, pues ya estarán dispuestos».

La fábula enseña que los preparativos deben hacerse antes de los peligros.

328. El jabalí, el caballo y el cazador

Un jabalí y un caballo pacían en el mismo lugar. Como el jabalí destrozaba la hierba y enturbiaba el agua, el caballo, queriendo librarse de él, se alió con un cazador. Y, al decirle este que no podía ayudarle a no ser que soportara un freno y le dejara montar, el caballo aceptó todo. Y el cazador, montado en él, mató al jabalí y, llevándose al caballo, lo ató al pesebre.

Así, muchos, por una ira irreflexiva, mientras quieren librarse de los enemigos se entregan a otros.

329. La cerda y la perra que se insultaban

Una cerda y una perra se insultaban una a otra. La cerda juraba por Afrodita que desgarraría a la perra con sus dientes. La perra a eso contestó con ironía: «Bien nos juras por Afrodita, pues muestras que eres muy amada por ella, que a quien prueba de tus carnes impuras, en absoluto deja entrar en su templo». Y la cerda: «Por eso, en efecto, es más evidente que la diosa me ama, pues rechaza por completo a quien me mata o maltrata de cualquier forma; tú, sin embargo, hueles mal viva o muerta».

La fábula muestra que los oradores prudentes metódicamente transforman en elogio las injurias de los enemigos.

330. Las avispas, las perdices y el labrador

Avispas y perdices, atormentadas por la sed, fueron a ver a un labrador a pedirle de beber y le prometían que, a cambio del agua, le devolverían este favor: las perdices removerían sus viñas, las avispas, revoloteando en círculo, ahuyentarían a los ladrones con sus aguijones. El labrador dijo: «Tengo dos bueyes que, sin prometer nada, hacen todo; por tanto, es mejor darles a ellos que a vosotras».

La fábula vale contra hombres depravados que prometen prestar un servicio, pero cometen grandísimos daños.

331. La avispa y la serpiente

Una avispa se posó en la cabeza de una serpiente y la atormentaba golpeándola continuamente con su aguijón. La serpiente, sintiendo un dolor agudo y no pudiendo rechazar al enemigo, puso su cabeza bajo la rueda de un carro y así murió junto a la avispa.

La fábula muestra que algunos escogen morir junto con los enemigos.

332. El toro y las cabras monteses

Un toro, perseguido por un león, se refugió en una cueva en la que había cabras monteses. Golpeado y corneado por ellas, dijo: «No lo aguanto porque os tenga miedo a vosotras, sino al león que está ante la entrada».

Así, muchos, por miedo a los más poderosos, soportan incluso las insolencias de los inferiores.

333. El pavo real y la grulla

Un pavo real se burlaba de una grulla, y mofándose del color de su cuerpo le decía: «Estoy revestido de oro y púrpura; tú, en cambio, nada hermoso llevas en tus alas». Esta dijo: «Pero yo canto cerca de las estrellas y vuelo a lo alto del cielo; tú, en cambio, como un gallo, vas por abajo entre las gallinas».

Es mejor ser célebre con un vestido pobre que vivir sin fama enorgullecido por la riqueza.

334. El pavo real y el grajo

Celebraban las aves un consejo para tratar de su reino, y un pavo real pretendía que se le votase rey por su belleza. Dispuestas las aves a eso, un grajo dijo: «Pero, si nos persigue un águila, cuando tú reines, ¿cómo nos vas a ayudar?».

La fábula muestra que no son censurables quienes, en previsión de los peligros futuros, antes de sufrirlos, se protegen.

335. La cigarra y la zorra

Una cigarra cantaba en lo alto de un árbol. Una zorra, queriendo comérsela, ideó algo así: se situó enfrente para admirar su buena voz y le pedía que bajara, diciendo que deseaba ver de qué tamaño era el animal que emitía tal sonido. Y aquella, sospechando su engaño, arrancó una hoja y la dejó caer. La zorra corrió hacia lo que creyó ser la cigarra y esta dijo: «Te has equivocado, amiga, si supusiste que iba a bajar; pues yo me guardo de las zorras desde que en un excremento de zorra vi alas de cigarra».

Las desgracias del prójimo hacen prudentes a los hombres sensatos.

336. La cigarra y las hormigas

En invierno las hormigas secaban el grano mojado. Una cigarra hambrienta les pidió comida. Las hormigas le dijeron: «¿Por qué durante el verano no recogiste comida también tú?». Esta dijo: «No holgaba, sino que cantaba melodiosamente». Ellas, riéndose, dijeron: «Pues si en verano cantabas, baila ahora».

La fábula muestra que no debe uno descuidarse en ningún asunto, para no afligirse y correr peligro.

337. El muro y la estaca

Un muro, golpeado violentamente por una estaca, gritaba: «¿Por qué me destrozas, sin que yo te haya hecho ningún mal?». Y esta le dijo: «Yo no tengo la culpa de esto, sino el que por detrás me golpea con fuerza».

338. El arquero y el león

Subió a un monte un arquero experto en cazar. Todos los animales huyeron y solo un león le retó a una lucha. El arquero le disparó un dardo y, alcanzando al león, dijo: «Ve conociendo cómo es mi mensajero, que enseguida ataco yo». El león, herido, echó a correr. Al decirle una zorra que tuviese ánimo y no huyera, el león dijo: «De ningún modo me engañarás; pues cuando tiene un mensajero tan amargo, si me ataca él en persona, ¿qué voy a hacer?».

Desde el principio se deben examinar previamente los finales y así después salvar la vida.

339. El macho cabrío y la vid

Un macho cabrío comía el brote tierno de una vid. Esta le dijo: «¿Por qué me dañas?, ¿es que no hay hierba? Ya proporcionaré yo todo el vino que necesiten cuando te sacrifiquen».

La fábula censura a los desagradecidos y que quieren aprovecharse de los amigos.

340. Las hienas

Dicen que las hienas cambian cada año su naturaleza y que unas veces se hacen machos y otras hembras. Y en cierta ocasión, una hiena macho montó contra natura a una hembra. Esta, tomando la palabra, dijo: «Pero, amigo, hazlo así, que pronto te pasará lo mismo».

Naturalmente podría decirse esto contra el que ejerce un mando despótico sobre quien le va a sustituir de inmediato en el mismo.

341. La hiena y la zorra

Dicen que las hienas, que cambian cada año su naturaleza, unas veces son machos y otras hembras. Y una hiena, al ver a una zorra, le reprochó que no se acercara a ella, que quería ser su amiga. Y aquella, respondiendo, dijo: «No me lo reproches a mí, sino a tu naturaleza, por la que ignoro si te he de tratar como amiga o como amigo».

Contra un hombre ambiguo.

342. La cerda y la perra (sobre su fecundidad)

Una cerda y una perra disputaban acerca de su fecundidad. Como la perra dijese que era la única de los cuadrúpedos que paría tras muy breve gestación, la cerda respondió: «Cuando digas eso, reconoce que los pares ciegos».

La fábula muestra que no se juzgan las acciones por su rapidez, sino por su perfección.

343. El jinete calvo

Un calvo que se había puesto una peluca montaba a caballo. El viento, al soplar, se la quitó; una gran risa les dio a los que andaban por allí. Y aquel detuvo el caballo y dijo: «¿Por qué es extraño que huyan de mí unos pelos que no eran míos, que incluso abandonaron al que los tenía, con quien nacieron?».

Que nadie se apene por la desgracia que le llegue, porque lo que no obtuvo de la naturaleza al nacer, eso tampoco permanece con él; pues vinimos desnudos, desnudos también nos marcharemos.

344. El avaro

Un avaro que había convertido en dinero toda su hacienda y había adquirido un lingote de oro lo enterró en un lugar (y al tiempo sepultó allí su propia alma y su mente) e iba allí todos los días a mirarlo. Un trabajador que le había observado de cerca y había comprendido lo que pasaba desenterró el lingote y se lo llevó. Cuando el otro volvió y vio el lugar vacío, comenzó a lamentarse y mesarse los cabellos. Uno, al ver cómo se lamentaba y enterarse de la causa, dijo: «¡Eh tú!, no te desanimes así, pues, cuando lo tenías, tampoco tenías el oro. Así pues, coge una piedra en vez de oro, ponla y piensa que tienes el oro, pues te colmará del mismo provecho; porque, según veo, cuando estaba el oro, tampoco hacías uso de su posesión».

La fábula muestra que la posesión no es nada, si con ella no va el uso.

345. El herrero y el perrito

Un herrero tenía un perro que dormía mientras él trabajaba; a la hora de comer, en cambio, despertaba y se le ponía a su lado. El herrero, echándole un hueso, le dijo: «¡Desgraciado, dormilón!, cuando golpeo el yunque, duermes; pero cuando muevo los dientes, enseguida despiertas».

La fábula censura a los dormilones y perezosos, y que comen de los trabajos ajenos.

346. El invierno y la primavera

El invierno se burló de la primavera y le echó en cara que en cuanto aparecía ya nadie estaba tranquilo, sino que el uno iba a los prados y bosques, al que le era grato cortar flores y lirios o incluso mecer una rosa ante sus ojos y ponérsela en el pelo; otro, subiendo en una nave y surcando el mar, va, si se tercia, a ver a otros hombres; y que ya nadie se preocupa de los vientos o de la mucha agua de las lluvias. «Yo —dijo— me parezco a un jefe y a un soberano y ordeno mirar no al cielo, sino hacia abajo, hacia el suelo y obligo a tener miedo y a temblar y, a veces, a pasar el día en casa a gusto». «Por eso —dijo la primavera— los hombres gustosamente se librarían de ti; de mí, en cambio, incluso el propio nombre les parece que es hermoso, y ¡por Zeus!, el más hermoso de los nombres, de modo que cuando me voy me añoran y están flamantes cuando aparezco».

347. La golondrina y la serpiente

Una golondrina que había anidado en un tribunal echó a volar; una serpiente, deslizándose, devoró a sus crías. Al regresar aquella y encontrar el nido vacío se lamentaba con gran dolor. Otra golondrina intentó consolarla y le dijo que no era ella la primera que había perdido sus crías; la otra le contestó: «No lloro tanto por mis hijos como porque me han agraviado en este lugar en el que logran ayuda los que reciben agravios».

La fábula muestra que muchas veces son más difíciles las desgracias para los que las sufren cuando son provocadas por quienes menos lo esperan.

348. La golondrina y la corneja que disputaban sobre su belleza

Una golondrina y una corneja disputaban sobre su belleza. La corneja tomó la palabra y le dijo: «Tu belleza florece en la estación primaveral; mi cuerpo, en cambio, se mantiene en perfecta forma incluso en invierno».

La fábula muestra que la larga duración del cuerpo es mejor que su belleza.

349. La golondrina y los pájaros

Nada más brotar el muérdago, una golondrina se dio cuenta del riesgo que amenazaba a las aves y, habiendo reunido a todos los pájaros, les aconsejó que, mejor que nada, cortasen las encinas donde se produce el muérdago; y si eso no les era posible, que se refugiasen en los hombres y les suplicasen que no utilizaran el poder del muérdago para capturarlos. Riéndose estos de sus tonterías, ella se fue a suplicar ayuda a los hombres. Estos la acogieron por su sagacidad y hasta la aceptaron como convecina. Así ocurrió que los hombres cazan y se comen a los restantes pájaros, pero solo la golondrina, como protegida, anidaba sin miedo en sus casas.

La fábula muestra que los que prevén el porvenir naturalmente apartan de sí los peligros.

350. La golondrina que presumía y la corneja

La golondrina dijo a la corneja: «Yo soy virgen y ateniense, princesa e hija del rey de Atenas» y añadió el episodio de Tereo, la violación y la amputación de la lengua. Y la corneja dijo: «¿Qué habrías hecho si hubieras tenido lengua, cuando hablas tanto con la lengua cortada?».

Los que presumen de palabra, ellos mismos, al mentir, se contradicen.

FIN