
50 fábulas de Esopo Volumen 5
Esopo
Más cuentos del autor »50 fábulas de Esopo que intentan dar una enseñanza práctica mediante la personificación de animales irracionales, objetos o ideas abstractas
50 fábulas de Esopo Volumen 5
201. El león y la rana
Al oír un león croar a una rana, se volvió hacia el lugar de donde provenía el ruido, pensando que había un animal grande. Pero, al cabo de un rato, al verla salir del estanque, se acercó y la pisoteó tras decirle: «¿Siendo tan pequeña gritas tanto?».
La fábula es oportuna para un charlatán que no sabe nada más que hablar.
202. El león y el delfín
Un león, errante por una playa, vio un delfín que asomaba la cabeza sobre las olas y le invitó a una alianza diciendo que les convenía sobre todo ser amigos y ayudarse, pues aquel reinaba sobre los animales marinos y él sobre los terrestres. El delfín aceptó gustosamente y el león, que desde hacía tiempo tenía una lucha con un toro salvaje, llamó al delfín en su ayuda. Como este, aun queriendo, no podía salir del mar, el león lo acusó de traidor. El delfín, respondiendo, dijo: «No me lo recrimines a mí, sino a la naturaleza que, por haberme hecho marino, no me permite subir a tierra».
Así también, nosotros, al hacer pactos de amistad, debemos elegir unos aliados tales que, en los peligros, puedan estar a nuestro lado.
203. El león y el jabalí
En verano, cuando el calor ardiente produce sed, un león y un jabalí fueron a una pequeña fuente a beber. Discutían cuál de ellos bebería primero, y de ello se provocaron a muerte. De pronto, al volverse para tomar aliento, vieron unos buitres que aguardaban para devorar a quien de ellos cayera. Por eso, depusieron su enemistad y se dijeron: «Es mejor que seamos amigos que alimento para buitres y cuervos».
Es hermoso terminar las malas disputas y las porfías, puesto que llevan a todos a un final peligroso.
204. El león y la liebre
Un león que había encontrado una liebre dormida se disponía a devorarla. Pero, al ver de pronto pasar un ciervo, dejó la liebre y lo persiguió. Pues bien, la liebre se levantó por el ruido y huyó. El león, después de perseguir al ciervo mucho rato y no poder cogerlo, se volvió a por la liebre. Y, al encontrar que también ella había huido, dijo: «Es justo lo que me pasa, porque dejé la comida que tenía en mi poder y preferí una esperanza mayor».
Así, algunos hombres, que no se contentan con ganancias moderadas, al perseguir esperanzas mayores, sin darse cuenta dejan escapar hasta lo que tienen en sus manos.
205. El león, el lobo y la zorra
Un viejo león se hallaba enfermo, acostado en su cueva. Los demás animales, excepto la zorra, acudieron allí para visitar a su rey. Entonces el lobo, aprovechando la ocasión, acusó a la zorra ante el león porque, sin duda, no aceptaba en absoluto al que mandaba sobre todos ellos. Y, por eso, ni había ido a verlo. En tanto, también la zorra se presentó y escuchó las últimas palabras del lobo. Pues bien, el león rugió contra ella. Y esta pidió una oportunidad para defenderse y dijo: «¿Y quién de los aquí reunidos te ha sido tan útil como yo, que he ido por todas partes y he tratado de conseguir de los médicos un remedio para ti y te lo he traído?». Y, cuando el león le ordenó que enseguida dijese el remedio, aquella añadió: «Que despellejes a un lobo vivo y te pongas encima su piel caliente». Y al momento el lobo yacía muerto y la zorra sonriendo dijo así: «No hay que mover al amo a la malevolencia, sino a la benevolencia».
La fábula muestra que el que intriga contra otro hace que la intriga revierta en su propio perjuicio.
206. El león y el ratón agradecido
Un ratón se puso a corretear sobre el cuerpo de un león dormido. Este se despertó y lo atrapó; y estaba a punto de devorarlo. Pero, como el ratón le pidiera que lo soltase y le dijera que si lo salvaba se lo agradecería, el león, sonriendo, lo dejó libre. Ocurrió que, no mucho después, él se salvó gracias al ratón. Pues, cuando, capturado por unos cazadores, fue atado a un árbol con una soga, el ratón, que había oído sus lamentos, acudió y se puso a roer la soga y, una vez que lo hubo desatado, dijo: «Te reíste un día de mí, incrédulo de que yo pudiera devolverte el favor, pero ahora sabe bien que también hay agradecimiento de parte de los ratones».
La fábula muestra que con los cambios de fortuna los que pueden mucho llegan a estar necesitados de los más débiles.
207. El león y el onagro
Un león y un onagro cazaban fieras: el león por medio de la fuerza y el onagro gracias a la rapidez de su patas. Tras haber cazado unos animales, el león los distribuyó e hizo tres partes. Y dijo: «Cogeré la primera en calidad de jefe, pues soy el rey. La segunda como socio a medias; y la tercera parte te hará un gran mal, si no quieres huir».
Es bueno que uno se mida en todo conforme a su propia fuerza y no se una ni se asocie con otros más poderosos que él.
208. El león y el burro que cazaban juntos
Un león y un burro que habían hecho una sociedad entre sí salieron de caza. Al llegar a una cueva en la que había cabras monteses, el león se situó a la entrada a esperar que salieran; el burro, en el interior, saltó sobre ellas y rebuznaba para hacerlas salir. Cuando el león había atrapado a la mayor parte, el burro salió y le preguntó si había luchado y había expulsado a las cabras con bravura. Este dijo: «Sábete bien que de no haber sabido que eras un burro, también yo habría sentido miedo».
Así, los que fanfarronean ante los que saben, naturalmente se exponen a la risa.
209. El león, el burro y la zorra
Un león, un burro y una zorra, luego de asociarse entre sí, salieron de caza. Tras una buena cacería, el león ordenó al burro que la repartiese entre ellos. Tras hacer este tres partes iguales y de invitarle a escoger, el león, indignado, saltó sobre él, lo devoró y ordenó a la zorra que hiciese el reparto. Esta reunió todo en una sola parte y, dejando un poco para sí misma, le invitó a escoger. Al preguntarle el león quién le había enseñado a repartir así, la zorra dijo: «La desgracia del burro».
La fábula muestra que las desdichas del prójimo son un aviso para los hombres.
210. El león, Prometeo y el elefante
Un león reprochó a Prometeo muchas veces que le había modelado grande y hermoso, y le había equipado la mandíbula con dientes, le había fortalecido las patas con las garras y le había hecho más poderoso que las demás fieras. «Pero, aun así — decía—, temo al gallo». Y Prometeo dijo: «¿Por qué me culpas sin motivo? Pues recibiste de mí todo lo que podía modelar, pero tu alma es cobarde solo con respecto a eso». Entonces el león se lamentaba y se reprochaba su cobardía y hasta quería morir. Con tal ánimo se encontró a un elefante y llamándole se detuvo a charlar. Y, al ver que sus orejas se movían continuamente, dijo: «¿Qué te pasa?, ¿por qué tu oreja no permanece quieta ni un momento?». Y el elefante, mientras que por casualidad revoloteaba a su alrededor un mosquito, dijo: «¿Ves esa cosa pequeña, la que zumba? Si se mete en el orificio de mi oreja, estoy muerto». Y el león dijo: «¿Por qué, pues, he de morir si soy tal y más afortunado que el elefante en la medida en que el gallo es más fuerte que un mosquito?».
¿Ves cuánta fuerza tiene el mosquito como para incluso causar temor a un elefante?
211. El león y el toro
Un león que acechaba a un toro de gran tamaño quiso apoderarse de él con engaño. Le dijo que había sacrificado un cordero y que le invitaba al festín, para acabar con él cuando se pusiera a la mesa. Cuando el toro llegó y vio muchos calderos y grandes asadores, pero ningún cordero, no dijo nada y se marchó. Como el león se lo censurara y le preguntara por qué, sin que le hubiera sucedido nada malo, se iba inesperadamente, dijo: «No lo hago sin motivo, pues veo que los preparativos están dispuestos no como para un cordero, sino para un toro».
La fábula muestra que las artimañas de los malvados no se ocultan a los hombres prudentes.
212. El león furioso y el ciervo
Un león andaba furioso. Un ciervo, al verlo así desde el bosque, dijo: «¡Ay de nosotros desdichados!, pues ¿qué no hará fuera de sí ese que en estado normal nos era insoportable?».
Eviten todos a hombres irritados y que acostumbran a cometer daños cuando toman el mando y ejercen el poder.
213. El león que tuvo miedo de un ratón y la zorra
Mientras un león dormía, un ratón recorría su cuerpo. El león se despertó y se revolcaba por todas partes buscando al que se le había subido encima. Una zorra que lo vio le echó en cara que siendo león tuviese miedo del ratón. Y él respondió: «No tengo miedo del ratón, sino que me asombro de que alguien, mientras un león duerme, se atreva a recorrer su cuerpo».
La fábula enseña a los hombres prudentes a no desdeñar ni siquiera las cosas corrientes.
214. El bandido y la morera
Un bandido mató a un caminante y, cuando los vecinos se pusieron a perseguirlo, lo abandonó desangrado y huyó. Al preguntarle unos que caminaban en sentido contrario por qué tenía las manos manchadas, les dijo que acababa de bajar de una morera. Y en tanto que así decía, llegaron los que lo perseguían, lo cogieron y lo colgaron de la morera. Y esta le dijo: «No me disgusta contribuir a tu muerte, porque también tú te limpiabas en mí del crimen que habías cometido».
Así, muchas veces los buenos por naturaleza, cuando algunos les tildan de malvados, no vacilan en obrar mal contra ellos.
215. Los lobos y los perros que combatían entre sí
En cierta ocasión lobos y perros libraban una contienda. Un perro griego fue elegido general de su bando. Este demoraba entrar en combate mientras los lobos amenazaban con violencia. Él les dijo: «¿Sabéis por qué lo retraso? Siempre hay que deliberar previamente. Pues la raza y la piel de los lobos es solo una y la misma. Las nuestras son muy variadas y todos se ufanan de ser de países distintos. Ni siquiera la piel de todos es única e igual, sino que unos son negros, otros rojizos, otros blancos y cenicientos. Y ¿cómo podría mandar a la lucha a seres discordes y que no tienen todo igual?».
Cuando los ejércitos están en una sola voluntad y criterio consiguen la victoria contra los enemigos.
216. Los lobos y los perros reconciliados
Los lobos dijeron a los perros: «¿Por qué, siendo iguales a nosotros en todo, no nos consideráis como hermanos? Pues en nada nos diferenciamos de vosotros, excepto en las inclinaciones. Y nosotros vivimos con libertad; vosotros, en cambio, sometidos a los hombres y sirviéndoles, soportáis sus golpes, lleváis puesto un collar y guardáis sus rebaños; pero cuando comen solo os echan los huesos. Si nos hacéis caso, dadnos todos los rebaños y tendremos todo común, comiendo hasta la saciedad». Pues bien, los perros consintieron en eso y los lobos entraron en los corrales y mataron primero a los perros.
Los que traicionan a su patria reciben tales pagas.
217. Los lobos y las ovejas
Unos lobos que acechaban un rebaño de ovejas, pero que no podían hacerse con ellas por los perros que las guardaban, comprendieron que habían de hacerlo por medio de un engaño. Enviaron al rebaño unos emisarios para reclamar que les entregaran los perros, diciendo que estos eran los culpables de su enemistad y que, si se los entregaban, habría paz entre ellos. Las ovejas se los entregaron sin prever lo que ocurriría, y los lobos, ahora ya sin los perros, mataron impunemente a las ovejas desprotegidas.
Así también, las ciudades que traicionan fácilmente a sus dirigentes, sin darse cuenta, pronto se ven sometidas también ellas a sus enemigos.
218. Los lobos, las ovejas y el carnero
Unos lobos enviaron emisarios a las ovejas para hacer una paz duradera con ellas, si cogían a los perros y los mataban. Las ovejas, insensatas, aceptaron hacerlo. Pero un anciano carnero dijo: «¿Cómo voy a confiar y convivir con vosotras, cuando aun guardándome los perros, no me es posible pastar sin peligros?».
No debe uno despojarse de su propia seguridad confiando por un juramento en sus enemigos irreconciliables.
219. El lobo orgulloso de su sombra y el león
En cierta ocasión un lobo vagaba por lugares desérticos y, declinando ya Hiperión hacia su ocaso, al ver su propia sombra alargada, dijo: «¿Cómo temo yo al león cuando soy de tal tamaño?, ¿teniendo un pletro de largo, no voy a ser sencillamente soberano de todas las fieras juntas?». Un león más fuerte atrapó al orgulloso lobo y se dispuso a devorarlo, mientras este gritaba arrepentido: «La presunción es responsable de nuestras desgracias».
220. El lobo y la cabra
Un lobo vio a una cabra pacer junto a una cueva abrupta, pero como no podía llegar adonde ella estaba le aconsejó que bajara, no fuera a caer sin darse cuenta. Afirmaba que el prado donde él estaba era mejor, y su hierba muy abundante. La cabra le respondió: «No me llamas para pastar, sino que tú mismo careces de comida».
Así también, los malhechores, cuando obran mal ante quienes los conocen, son infructuosos en sus artimañas.
221. El lobo y el cordero
Un lobo que vio a un cordero beber en un río quiso devorarlo con un pretexto razonable. Por eso, aunque el lobo estaba situado río arriba, le acusó de haber removido el agua y no dejarle beber. El cordero le dijo que bebía con la punta del hocico y que además no era posible, estando él río abajo, remover el agua de arriba; mas el lobo, al fracasar en ese pretexto, dijo: «El año pasado injuriaste a mi padre». Sin embargo, el cordero dijo que ni siquiera tenía un año de vida, a lo que el lobo replicó: «Aunque tengas abundantes justificaciones, no voy a dejar de devorarte».
La fábula muestra que no tiene fuerza una defensa justa con quienes tienen la voluntad de hacer daño.
222. El lobo y el corderillo que se refugió en un templo
Un lobo perseguía a un corderillo, y este se refugió en un templo. Al llamarle el lobo y decirle que el sacerdote lo iba a sacrificar en honor al dios, si lo cogía, aquel dijo: «Para mí es preferible ser víctima de un dios que morir a tus manos».
La fábula muestra que para quienes el morir está próximo es mejor la muerte con gloria.
223. El lobo y la vieja
Un lobo hambriento iba de un lado a otro en busca de comida. Llegado a cierto lugar oyó llorar a un niño chiquitín y a una vieja que le decía: «Deja de llorar; si no, en este momento te entregaré al lobo». El lobo, pensando que la vieja decía la verdad, se detuvo y esperó un buen rato. Al caer la tarde oyó de nuevo a la vieja que hacía mimos al pequeño y le decía: «Si viene aquí el lobo, niño, lo mataremos». Cuando el lobo oyó eso, se fue diciendo: «En esta casa dicen unas cosas pero hacen otras».
La fábula es para los hombres que no tienen las obras iguales a las palabras.
224. El lobo y la garza
Un lobo que se había atragantado con un hueso iba de un lado a otro buscando a quien lo curara. Al encontrarse con una garza, le pidió que le sacase el hueso a cambio de una retribución. Y aquella metió su propia cabeza en la garganta del lobo, sacó el hueso y le reclamó la paga acordada. Él, respondiendo, dijo: «¡Eh tú!, ¿no te contentas con haber sacado sana tu cabeza de la boca del lobo, sino que también pides paga?».
La fábula muestra que la mayor recompensa por una buena acción a los malvados es que ellos no te hagan daño.
225. El lobo y el caballo
Un lobo que caminaba por un campo encontró un montón de cebada; como no podía utilizarla de comida, la dejó y se fue. Pero se topó con un caballo y le condujo al campo, diciéndole que, aunque había encontrado cebada, no se la había comido, sino que se la había guardado a él porque también le gustaba escuchar el ruido de sus dientes. Y el caballo, respondiendo, dijo: «Pero ¡venga ya!, si los lobos pudieran comer cebada, nunca habrías preferido tus oídos a tu tripa».
La fábula muestra que los malvados por naturaleza, aunque pregonen su bondad, no son creídos.
226. El lobo y el perro
Un lobo, al ver a un perro muy grande atado con una cadena, le preguntó: «¿Quién te ha atado y te ha criado así?». Este dijo: «Un cazador. Pero que no le pase lo mismo a mi amigo el lobo, pues el verdadero peso de la cadena es tener que pasar mucha hambre».
La fábula muestra que en las desgracias ni siquiera se llena la tripa.
227. El lobo y el león
En cierta ocasión, un lobo que había atrapado una oveja de un rebaño, la llevaba a su cubil. Un león se encontró con él y le quitó la oveja. El lobo, desde lejos, dijo: «Me has quitado lo mío injustamente». El león, sonriendo, dijo: «¿Es que te lo ha dado un amigo con justicia?».
La fábula evidencia a los bandidos rapaces y ambiciosos que se encuentran en una desgracia y se lo reprochan unos a otros.
228. El lobo y el burro
Un lobo que se había puesto al mando de los restantes lobos impuso a todos unas leyes, para que lo que cazase cada uno lo llevase al común y que todos tuvieran su parte y no devorarse entre sí por estar faltos. Se acercó un burro sacudiendo la crin y dijo: «Hermosa idea de la mente de un lobo, pero ¿cómo es que tú has depositado en tu cubil la caza de ayer? Llévala al centro y repártela». El lobo, puesto en evidencia, derogó sus leyes.
Los que parecen establecer las leyes justamente no perseveran fieles en lo que establecen y determinan.
229. El lobo y el pastor
Un lobo seguía a un rebaño de ovejas sin hacerles ningún daño. El pastor al principio se guardaba de él como de un enemigo y con temor lo vigilaba. Pero como aquel jamás intentó coger una presa, sino que se limitaba a acompañar al rebaño, el pastor pensó que más que un asesino era un guardián. Así que, cuando un día tuvo necesidad de acercarse a la ciudad, se marchó, dejando las ovejas con él. El lobo comprendió que había llegado su oportunidad, se lanzó sobre las ovejas y despedazó a la mayoría. El pastor, al volver y ver el rebaño destrozado, dijo: «Es justo lo que me ha pasado, pues ¿por qué confié las ovejas a un lobo?».
Así también, los hombres que entregan su dinero en manos de los avaros naturalmente son despojados.
230. El lobo harto y la oveja
Un lobo harto de comida, al ver una oveja echada en el suelo y dándose cuenta de que se había desplomado de pánico ante su proximidad, se le acercó y le daba ánimos diciendo que si le contaba tres verdades la dejaría escapar. La oveja dijo en primer lugar que le habría gustado no encontrarse con él; luego que, como esto ya era imposible, verlo ciego; y en tercer lugar: «¡Ojalá todos los lobos malos perezcáis de mala manera, porque, sin haber sufrido mal alguno de nosotras, nos hacéis la guerra malamente!». Y el lobo reconoció la sinceridad de sus palabras y la dejó ir.
La fábula muestra que muchas veces la verdad tiene fuerza incluso con los enemigos.
231. El lobo herido y la oveja
Un lobo mordido y maltratado por unos perros yacía herido, sin poderse procurar comida; al ver a una oveja le pidió que le llevara agua del río que fluía allí cerca: «Si me das de beber, yo encontraré comida por mí mismo». La oveja, respondiendo, dijo: «Si yo te doy de beber, tú me utilizarás como comida».
La fábula es oportuna para un malhechor que acecha con hipocresía.
232. La lámpara
Una lámpara borracha de aceite, mientras lucía, se jactaba de que brillaba más que el sol. Pero silbó una ráfaga de viento y al momento se apagó. Al encenderla alguien por segunda vez, le dijo: «Luce, lámpara, y calla; el resplandor de los astros nunca desaparece».
No debe cegarse uno con la fama y los honores de la vida, pues todo lo que adquiera es ajeno.
233. El adivino
Un adivino se ganaba su pan instalado en la plaza. Se le acercó uno y le comunicó que su casa estaba con las puertas abiertas y que se habían llevado todo lo de dentro. Se levantó de un salto y lamentándose fue a la carrera para ver lo sucedido. Uno de los que se encontraban cerca, al verlo, dijo: «¡Eh tú!, ¿tú que pregonabas que preveías los asuntos ajenos, cómo no predijiste los propios?».
Uno se podría servir de esta fábula contra quienes administran su propia vida de modo descuidado e intentan cuidar de lo que en absoluto les importa.
234. Las abejas y Zeus
Unas abejas que, por envidia, habían negado a los hombres su miel, llegaron ante Zeus y le pidieron que les proporcionase fuerza para golpear con sus aguijones a los que robaban sus panales. Y Zeus, irritado con ellas por su envidia, dispuso que, cuando golpeasen a uno y le dejasen clavado el aguijón, también murieran ellas.
Esta fábula podría ajustarse a hombres envidiosos que aceptan incluso sufrir un daño ellos mismos.
235. El apicultor
Un ladrón entró en casa de un apicultor mientras este estaba ausente y le sustrajo la miel y los panales. Al regresar y ver vacías las colmenas, se detuvo a examinarlas. Las abejas, que volvían de libar, al sorprenderlo, lo golpearon con sus aguijones y lo maltrataron de un modo terrible. Y aquel les dijo: «Malditos bichos, dejasteis ir indemne al que os robó los panales y a mí, que cuido de vosotras, me golpeáis terriblemente».
Así, algunos hombres que no se guardan de sus enemigos por desconocimiento, a los amigos los expulsan por insidiosos.
236. Los sacerdotes mendicantes
Unos sacerdotes mendicantes que tenían un burro solían llevarlo en sus caminatas cargado con sus bagajes. Y he aquí que un día, muerto el burro de cansancio, lo desollaron y se hicieron atabales con su piel. Al encontrarse con ellos otros mendicantes, y preguntarles dónde estaba el burro, dijeron que había muerto, pero que ahora recibía más golpes que los que nunca había soportado en vida.
Así también, algunos criados, aun cuando salen de la esclavitud, no se liberan de los trabajos serviles.
237. Los ratones y las comadrejas
Ratones y comadrejas estaban en guerra. Los ratones, siempre vencidos, se reunieron para tratar de ello y supusieron que les pasaba eso por su anarquía; de donde escogieron a algunos de ellos y los nombraron generales. Y estos, como querían mostrarse más relevantes que los demás, se hicieron unos cuernos y se los ataron a sí mismos. Entablado el combate, ocurrió que los ratones resultaron nuevamente vencidos. Todos los demás, en efecto, se refugiaron en sus agujeros y se introdujeron en ellos con facilidad; pero los generales, al no poder entrar a causa de los cuernos, fueron capturados y devorados. Así, para muchos la vanagloria se hace causa de males.
238. La mosca
Una mosca había caído en una olla de carne, y a punto de ahogarse en el caldo se dijo a sí misma: «He comido, he bebido y me he bañado; aunque muera, no me importa en absoluto».
La fábula muestra que los hombres soportan la muerte con facilidad cuando les viene sin padecimiento.
239. Las moscas
Unas moscas revoltosas se comían la miel derramada en una despensa, y por el dulzor del manjar no se marchaban. Al no poder echar a volar por habérseles pegado las patas, y medio ahogadas, dijeron: «¡Desdichadas de nosotras que perecemos por un corto placer!».
Así, para muchos la glotonería es causa de múltiples males.
240. La hormiga
La hormiga actual fue antiguamente un hombre; y, dedicado a la agricultura, no le bastaba con sus propios trabajos, sino que, mirando también con envidia los ajenos, se pasaba la vida robando los frutos de sus vecinos. Zeus, irritado por su ambición, lo transformó en ese animal que se llama hormiga. Pero, aunque cambió la forma, no modificó sus inclinaciones; pues hasta ahora, yendo de un lado a otro por los campos, recoge el trigo y la cebada de otros y los atesora para sí misma.
La fábula muestra que los malvados por naturaleza, aunque se los castigue sobremanera no cambian su modo de ser.
241. La hormiga y el escarabajo
En verano, una hormiga que iba por el campo recogiendo granos de trigo y cebada los guardaba como comida para el invierno. Al verla un escarabajo se asombró de que fuera tan laboriosa, pues se afanaba precisamente en la época en que los demás animales se dan a la indolencia, apartados de los trabajos. Ella entonces se calló; pero más tarde, cuando llegó el invierno, disuelto el estiércol por la lluvia, el escarabajo fue a ella hambriento a pedirle una parte de su comida. La hormiga le dijo: «Escarabajo, si hubieses trabajado cuando yo me esforzaba y me lo reprochabas, ahora no estarías falto de comida».
Así, los que no prevén el futuro en tiempos de abundancia son muy infortunados al cambiar la situación.
242. La hormiga y la paloma
Una hormiga que, sedienta, había bajado a un manantial, arrastrada por la corriente, estaba a punto de ahogarse. Una paloma, al verla, cogió una rama de un árbol y la arrojó al manantial. La hormiga se subió encima de ella y se salvó. Más tarde un pajarero, tras haber ajustado las cañas, capturó la paloma. Cuando la hormiga lo vio, mordió el pie del pajarero. Este, al sentir dolor, dejó caer las cañas e hizo que la paloma al momento huyera.
La fábula muestra que se debe corresponder con agradecimiento a los benefactores.
243. El ratón de campo y el de ciudad
Un ratón de campo era amigo de otro que vivía en una casa. El de la casa, invitado por su amigo, fue primero a cenar al campo. Después de haber comido cebada y trigo, dijo: «Reconócelo, amigo, llevas la vida de las hormigas, pero, ya que yo tengo multitud de bienes, ven conmigo y disfrutarás de todo». Y, al instante, los dos se fueron. Y el de la casa le mostró legumbres y trigo, y además dátiles, queso, miel, frutos. Aquel a su vez, admirándole, lo elogiaba vehementemente y maldecía su propia suerte. Cuando se disponían a empezar a comer, de repente un hombre abrió la puerta. Atemorizados por el ruido, los ratones se lanzaron a los agujeros. Cuando quisieron de nuevo coger unos higos secos, llegó otro hombre para retirar algo de lo que había dentro. Al verlo los ratones, de nuevo se precipitaron a ocultarse en un escondrijo. El ratón de campo, sobreponiéndose al hambre, suspiró y dijo al otro: «Disfruta tú, amigo, con tu comida hasta que te hartes, gozándolo con placer y peligro y mucho miedo; yo, desdichado, viviré despreocupadamente sin temer a nadie, comiendo cebada y trigo».
La fábula muestra que pasar la vida con sencillez y vivir con tranquilidad está por encima de una vida regalada con miedo y con dolor.
244. El ratón y la rana
Un ratón de tierra se hizo amigo de una rana, para su desgracia. La rana, con mala intención, ató la pata del ratón a la suya. Y, en primer lugar, fueron por tierra para comer trigo; y luego, cuando se acercaron a la orilla del estanque, la rana arrastró al ratón al fondo, regocijándose ella en el agua y gritando su ero, ero, ero. El desgraciado ratón, hinchado por el agua, murió; y flotaba atado a la pata de la rana. Lo vio un milano y lo cogió con sus garras. La rana, encadenada, le seguía y también ella sirvió de comida al milano.
Aunque alguien esté muerto, tiene fuerza para la venganza; pues la justicia divina cuida todo y devuelve lo mismo en compensación.
245. El náufrago y el mar
Un náufrago, arrojado a la costa, se quedó dormido de cansancio. Pero cuando, ya recuperado, volvió sus ojos al mar, le reprochaba que, al seducir a los hombres con la mansedumbre de su aspecto, estos se adentraban en él y que luego él se encrespaba y acababa con aquellos. El mar, semejante a una mujer, le dijo: «Pero, ¡hombre!, no me lo reproches a mí, sino a los vientos; pues yo por naturaleza soy tal como me ves ahora también, pero estos me atacan de improviso, me encrespan y me exasperan».
Tampoco debemos nosotros culpar de las afrentas a los que las hacen cuando están sometidos, sino a los que gobiernan.
246. Los muchachos y el carnicero
Dos muchachos fueron juntos a comprar carne. Y en esto que, mientras el carnicero estaba ocupado, uno cogió unos despojos y los metió en el pliegue del vestido del otro. Al volverse el carnicero y advertir el hurto, les echó la culpa, pero el que los había cogido juraba que no los tenía y el que los tenía que no los había cogido. Y el carnicero, dándose cuenta de su argucia, dijo: «Aunque me lo ocultéis a mí jurando en falso, a los dioses no os ocultaréis».
La fábula muestra que la impiedad del juramento en falso es la misma, aunque se disfrace con falsos argumentos.
247. El cervatillo y el ciervo
En cierta ocasión un cervatillo dijo al ciervo: «Padre, eres más grande y más rápido que los perros y además llevas cuernos enormes para tu defensa. ¿Por qué, entonces, los temes tanto?». Y aquel, sonriendo, dijo: «Eso que dices es verdad, hijo; pero sé una cosa, que, cuando escucho el ladrido de un perro, al momento, no sé cómo, me doy a la fuga».
La fábula muestra que ningún consejo fortalece a los cobardes por naturaleza.
248. El joven pródigo y la golondrina
Un joven pródigo al que, por haberse comido el patrimonio, solo le quedaba el manto, al ver una golondrina que había venido algo prematuramente, pensó que ya era verano y que no iba a necesitar el manto, así que lo cogió y también lo vendió. Más tarde volvió el mal tiempo y el frío; y cuando, mientras paseaba, vio a la golondrina muerta de frío, le dijo: «Me has perdido a mí y también a ti».
La fábula muestra que todo lo que se hace inoportunamente resulta arriesgado.
249. El enfermo y el médico
Un enfermo al que el médico le preguntó cómo se encontraba le dijo que sudaba más de lo normal. El médico sentenció: «Eso es bueno». Al preguntarle por segunda vez cómo estaba, dijo que, aquejado por los escalofríos, estaba destrozado. El médico sentenció: «También eso es bueno». Cuando le visitó por tercera vez y le preguntó sobre su enfermedad, dijo que tenía diarrea. Y aquel, después de sentenciar «también eso es bueno», se marchó. Cuando fue a visitarlo uno de sus familiares y le preguntó cómo estaba, le dijo: «Me muero de lo bien que estoy».
Así, muchos hombres son considerados felices por el prójimo a causa de su apariencia externa en lo que ellos mismos se encuentran peor.
250. El murciélago, la zarza y la gaviota
Un murciélago, una zarza y una gaviota, hicieron una sociedad y decidieron dedicarse al comercio. Así pues, el murciélago tomó dinero a préstamo y lo depositó en el fondo común; la zarza puso sus ropas y, en tercer lugar, la gaviota cierta cantidad de bronce. Y embarcaron. Pero, cuando se desencadenó una violenta tempestad y la nave zozobró, ellos llegaron salvos a tierra, aunque lo perdieron todo. Por eso, desde entonces la gaviota siempre está al acecho en las costas, no sea que el mar arroje el bronce; el murciélago, por temor a los prestamistas, no aparece de día y sale a comer por la noche; y la zarza se agarra a las vestiduras de los que se le acercan, por si logra reconocer las suyas.
La fábula muestra que hasta el final nos preocupa aquello por lo que nos interesamos.
FIN