
50 fábulas de Esopo Volumen 4
Esopo
Más cuentos del autor »50 fábulas de Esopo que intentan dar una enseñanza práctica mediante la personificación de animales irracionales, objetos o ideas abstractas
50 fábulas de Esopo Volumen 4
151. El cangrejo y su madre
Una cangreja dijo a su hijo que no caminara torcido ni arrastrara el cuerpo sobre la roca húmeda. Este le replicó: «Madre, anda derecha tú que pretendes enseñarme y, al verte, te imitaré».
Los que reprenden deben vivir y caminar rectos y entonces enseñar lo mismo.
152. El nogal
Un nogal que estaba junto a un camino y al que los que pasaban le tiraban piedras, lamentándose, dijo para sí: «¡Desdichado de mí, que cada año me ocasiono a mí mismo ultrajes y sufrimientos!».
La fábula es para los que se afligen con sus propios bienes.
153. El castor
El castor es un animal cuadrúpedo que vive en los lagos. Se dice que sus testículos son útiles para la curación de algunas enfermedades. Y, si alguna vez alguien lo ve y lo persigue con intención de castrarlo, al saber por qué lo persiguen, huye hasta cierta distancia, valiéndose de la rapidez de sus patas para mantenerse íntegro. Pero, cuando se encuentra acorralado, se corta sus propios testículos, los tira y así consigue la salvación.
Así también, son sensatos los hombres que, cuando son objeto de asechanzas a cansa de sus bienes, los desprecian por no poner en peligro sus vidas.
154. El hortelano que regaba sus hortalizas
Un hombre se detuvo junto a un hortelano que estaba regando sus hortalizas y le preguntó por qué las hortalizas salvajes son floridas y compactas, y en cambio las cultivadas finas y marchitas. Y aquel le dijo: «La Tierra es madre de aquellas, de estas madrastra».
Así también, no se crían igual los niños alimentados por su madrastra que los que tienen madre.
155. El hortelano y el perro
El perro de un hortelano se cayó a un pozo. El hortelano para sacarlo de allí también bajó él mismo al pozo. Pero como el perro pensara que se le acercaba para hundirlo más, se revolvió y lo mordió. Él salió de allí dolorido y dijo: «Es justo lo que me pasa. Pues ¿por qué me apresuré a salvar a quien intenta suicidarse?».
La fábula es contra los injustos y desagradecidos.
156. El citaredo
Un citaredo falto de aptitudes cantaba sin cesar en una casa encalada; como su voz resonaba contra las paredes pensó que tenía una voz muy buena y, animado por eso, resolvió que debía ir también al teatro. Pero una vez en la escena, como de hecho cantaba muy mal, lo echaron a pedradas.
Así también, algunos oradores que en las escuelas parece que son alguien, cuando llegan a la política se muestran dignos de nada.
157. El tordo
En un mirto vivía un tordo. Por el dulzor de su fruto no se alejaba de él. Un pajarero, al observar que el tordo tenía predilección por ese lugar, lo cazó con liga. El tordo, a punto de morir, dijo: «¡Miserable de mí, que por el dulzor de la comida me privo de la salvación!».
La fábula es oportuna para un hombre que, corrompido por la molicie, está perdido.
158. Los ladrones y el gallo
Unos ladrones que habían entrado en una casa no encontraron nada más que un gallo y, llevándoselo consigo, se marcharon. Cuando lo iban a matar, el gallo pidió que lo liberaran, diciendo que era útil a los hombres, pues los despertaba al alba para ir al trabajo. Los ladrones, respondiendo, le dijeron: «Pues también por eso te vamos a matar, porque al despertarlos no nos dejas robar».
La fábula muestra que lo que causa beneficios a los buenos contraría más a los malvados.
159. El estómago y los pies
El estómago y los pies disputaban sobre su poder. A cada momento decían los pies que le aventajaban tanto que incluso llevaban encima al propio estómago. Este respondió: «Pero ¡venga ya!, si yo no os proporcionara el alimento, tampoco vosotros podríais llevarme».
Así también, en los ejércitos no vale para nada una gran muchedumbre si los generales no planean lo mejor.
160. El grajo y la zorra
Un grajo hambriento se posó sobre una higuera. Y al ver que los higos todavía no estaban maduros aguardó hasta que maduraran. Una zorra vio que el grajo echaba raíces allí e, informada por él del motivo, dijo; «Pero ¡hombre!, estás equivocado al fiarte de la esperanza, que sabe engañar pero en modo alguno alimenta».
Para el hombre pendenciero.
161. El grajo y los cuervos
Un grajo que se distinguía de los demás por su tamaño, menospreciando a los de su especie se unió a los cuervos y se creía digno de vivir con ellos. Estos, que no reconocieron su aspecto ni su canto, lo echaron a golpes. Y él, expulsado por los cuervos, se fue de nuevo junto a los grajos, que irritados por su ultraje tampoco lo recibieron. Y así le ocurrió que quedó privado de la convivencia con unos y con otros.
Así también, los hombres que dejan la patria y prefieren otra extraña tampoco son bien considerados en esta por ser extranjeros. Y por sus conciudadanos son rechazados por haberlos despreciado.
162. El grajo y los pájaros
Zeus, que quería proclamar un rey de los pájaros, les señaló un día en el que debían reunirse todos para elegir entre ellos como rey al más hermoso de todos. Los que se habían congregado se lavaban junto a un río. Pero el grajo, que se sabía feo, se fue y recogió las plumas que se les habían caído a otros pájaros, se las puso alrededor y se las pegó. Resultó, pues, que con ello se convirtió en el más hermoso de todos. Pues bien, llegó el día de la cita y todos los pájaros fueron ante Zeus. El grajo, con su variado colorido también fue. Cuando Zeus estaba a punto de nombrar rey al grajo por su hermosura, los pájaros, irritados, le fueron quitando cada uno su pluma. Así le ocurrió que, desplumado, de nuevo pasó a ser grajo.
Así también, los hombres con deudas mientras tienen el dinero ajeno parecen ser alguien, pero, cuando lo devuelven, se encuentran como eran al principio.
163. El grajo y las palomas
Un grajo que había visto en un palomar unas palomas bien alimentadas, tras pintarse de blanco, llegó para compartir su misma vida. Ellas, mientras se mantuvo callado, pensaron que era una paloma y le dieron acogida. Pero cuando, en cierto momento, sin darse cuenta, graznó, lo expulsaron al instante por intruso. El grajo, al perder la comida de allí, volvió de nuevo a los grajos y estos no lo reconocieron por el color de su plumaje y lo expulsaron. Así, deseoso de tener dos no logró ni una.
Pues bien, debemos tener suficiente con lo nuestro, pensando que la avaricia, en vez de ser de utilidad, muchas veces también nos quita hasta lo que poseemos.
164. El grajo huido
Un hombre que había atrapado un grajo le ató la pata a una cuerda de lino y se lo dio a sus hijos. El grajo, como no soportaba la vida con los hombres, cuando logró un poco de confianza, huyó y se fue a su nido. Pero enredada la cuerda con las ramas, no podía volar y, cuando se hallaba a punto de morir, se decía a sí mismo: «Pero ¡desdichado de mí, que por no soportar la esclavitud junto a los hombres, sin advertirlo me privé hasta de mi salvación!».
Esta fábula podría aplicarse a aquellos hombres que, queriendo liberarse de peligros moderados, sin darse cuenta caen en riesgos mayores.
165. El cuervo y la zorra
Un cuervo cogió un trozo de carne y se posó en un árbol. Una zorra que lo vio, queriendo apoderarse de la carne, se detuvo y empezó a elogiarlo por su tamaño y hermosura, diciendo también que debería él más que nadie reinar sobre los pájaros y que así habría sido, si hubiese tenido voz. El cuervo, queriendo mostrarle que también tenía voz, soltó la carne y se puso a graznar con fuerza. La zorra cogió la carne, echó a correr y le dijo: «Cuervo, si tuvieras también inteligencia, nada te faltaría para gobernar tú sobre todos».
La fábula es oportuna para un hombre insensato.
166. El cuervo y Hermes
Un cuervo cogido por una trampa prometió a Apolo quemar en su honor incienso. Salvado del peligro, incumplió su promesa. De nuevo cogido por otra trampa, olvidándose de Apolo, prometió a Hermes ofrecerle un sacrificio. Pero este le dijo: «¿Cómo voy a confiar en ti, malvado, que te has apartado de tu primer amo y le has faltado?».
Los que se muestran ingratos para con sus benefactores no tendrán quien les defienda si caen en un peligro.
167. El cuervo y la serpiente
Un cuervo que carecía de alimento, al ver una serpiente dormida en un lugar soleado, se abatió sobre ella y la cogió. Esta se revolvió y lo mordió. Y el cuervo, a punto de morir, dijo: «¡Desdichado de mí, que encontré una presa tan fácil y por ella muero!».
Esta fábula podría decirse con respecto a un hombre que por encontrar un tesoro pone en peligro su salvación.
168. El cuervo enfermo
Un cuervo que estaba enfermo dijo a su madre: «Madre, suplica al dios y no llores». Ella, respondiendo, dijo: «¿Cuál de los dioses, hijo, se apiadará de ti?, pues ¿a cuál no arrebataste carne?».
La fábula muestra que los que tienen muchos enemigos en vida no encontrarán ningún amigo en la necesidad.
169. La cogujada
Una cogujada cogida en una trampa, lamentándose, decía: «¡Ay de mí, desdichada e infeliz voladora, no arrebaté a nadie oro ni plata ni ninguna otra cosa de valor, y un granito de trigo me acarreó la muerte!».
La fábula es para los que se exponen a un gran peligro por una ganancia despreciable.
170. La corneja y el cuervo
Una corneja envidiosa de un cuervo porque hacía predicciones a los hombres por medio de sus augurios y presagiaba el futuro y porque, debido a eso, los hombres invocaban su testimonio, quiso lograr lo mismo. Y al ver a unos caminantes acercarse, voló a un árbol y, posada en él, se puso a graznar con fuerza. Ellos se volvieron hacia su voz espantados y uno, tomando la palabra, dijo: «Vayámonos, amigos, pues es una corneja que con sus graznidos no presagia nada bueno».
Así también, los hombres que compiten con los más poderosos, además de no lograr lo mismo, se exponen al ridículo.
171. La corneja y el perro
Una corneja que ofrecía un sacrificio a Atenea, invitó a un perro al festín. Este le dijo: «¿Por qué gastas tu dinero en sacrificios inútilmente?, pues la divinidad te odia tanto que incluso ha quitado el crédito a tus augurios». Y la corneja respondió: «Pues por eso le ofrezco sacrificios, porque sé que ella está a malas conmigo, para que cambie».
Así, muchos, por miedo, no vacilan en hacer bien a sus enemigos.
172. Los caracoles
El hijo de un labrador asaba caracoles. Al oírlos chirriar, dijo: «¡Malos bichos!, mientras se queman vuestras casas, vosotros cantáis».
La fábula muestra que todo lo que se hace a destiempo es reprochable.
173. El cisne cogido en vez de una oca
Un hombre pudiente criaba una oca junto con un cisne, no para lo mismo sin embargo. Pues a uno por su canto, a la otra para la mesa. Cuando le llegó la hora a la oca, que por ello había sido criada, era de noche y el momento no permitió distinguir una del otro. El cisne, cogido en vez de la oca, cantó una canción como preludio de su muerte y con el canto reveló su naturaleza y evitó la muerte.
La fábula muestra que muchas veces la música produce un aplazamiento de la muerte.
174. El cisne y su amo
Dicen que los cisnes cantan ante la muerte. Un hombre encontró un cisne puesto en venta y, como había oído que es un animal muy melodioso, lo compró. Y en cierta ocasión en que tenía convidados se acercó al cisne y le pidió que cantase durante la comida. Este entonces se quedó en silencio, pero en otra ocasión más tarde, cuando creyó que iba a morir, entonó un treno para sí mismo; y el amo, al oírle, dijo: «Si no cantas más que si vas a morir, fui necio yo que te lo pedí entonces y no te sacrifiqué».
Así, algunos hombres, lo que no quieren conceder voluntariamente, lo cumplen en contra de su voluntad.
175. Los dos perros
Un hombre que tenía dos perros enseñó a uno a cazar y al otro lo hizo guardián de la casa. Y he aquí que cuando el cazador cogía alguna pieza, el amo también echaba al otro una parte de ella. Enfadado el perro de caza y reprochando al otro que cuando él salía se esforzaba en todo momento, mientras que él, sin hacer nada, gozaba de sus esfuerzos, este le dijo: «Pero no me lo reproches a mí, sino al amo que no me enseñó a trabajar, sino a devorar los trabajos ajenos».
Así, tampoco los niños negligentes merecen reproche cuando sus padres los educan de esa manera.
176. Las perras hambrientas
Unas perras hambrientas, al ver en un río unas pieles mojadas y no pudiendo llegar hasta ellas, acordaron unas con otras que primero se beberían el agua y, así, luego llegarían a las pieles. Les ocurrió que de beber reventaron antes de llegar hasta las pieles.
Así, algunos hombres, sometiéndose a trabajos arriesgados por su afán de ganancias, llegan a perderse antes de obtenerlo que quieren.
177. El hombre mordido por un perro
Un hombre, mordido por un perro, iba de un lado a otro buscando quien lo curara. Como alguien le dijera que lo que debía hacer era untar la sangre con pan y echárselo al perro que lo había mordido, respondiendo dijo: «Pero si hago eso, forzosamente me morderán todos los perros de la ciudad».
Así también, cuando es halagada la maldad de los hombres, aún más se les anima a cometer daño.
178. El perro invitado a comer o El hombre y el perro
Un hombre preparaba una comida, pues había invitado a uno de sus amigos íntimos. Su perro invitó a otro perro diciéndole: «Amigo, ven aquí a comer conmigo». Llegó este todo feliz y se detuvo mirando el gran banquete y gritando en su corazón: «¡Vaya, qué alegría me acaba de entrar de pronto!, pues voy a comer y a darme un banquete hasta hartarme, de modo que mañana no tenga hambre en absoluto». Mientras el perro se decía eso a sí mismo y al tiempo movía el rabo como confiando en el amigo, el cocinero, cuando le vio mover el rabo acá y allá, lo cogió de las patas y lo echó al instante afuera por la ventana. Este, al caer, se fue dando grandes ladridos. Uno de los perros con que se encontró en el camino le preguntó: «¿Qué tal comiste, amigo?». Y él dijo: «Emborrachado hasta la saciedad por la mucha bebida, ni siquiera sé el camino mismo por donde salí».
La fábula muestra que no se debe confiar en los que se muestran dispuestos a hacer bien con lo ajeno.
179. El perro de caza y los perros
Un perro criado en una casa, experto en luchar con las fieras, vio una larga comitiva de ellas caminando en fila. Rompió las cadenas que le ataban por el cuello y escapó a todo correr. Otros perros que lo veían tan fuerte como un toro le dijeron: «¿Por qué huyes?». Y él contestó: «Sé que vivo con una comida extraordinaria y me encanta mi cuerpo, pero estoy siempre cerca de la muerte, luchando con osos y leones». Los otros perros se dijeron entre sí: «Vivimos una buena vida, si bien pobre, sin tener que luchar con leones ni con osos».
No debe uno atraerse los peligros por molicie y vanagloria, sino evitarlos.
180. El perro, el gallo y la zorra
Un perro y un gallo que habían trabado amistad caminaban juntos. Al echarse la noche encima, el gallo dormía subido a un árbol, el perro al pie del mismo en un hueco que tenía. Cuando el gallo, según su costumbre, cantó al amanecer, una zorra que lo oyó corrió hacia él y parándose le pidió que bajase con ella, pues deseaba abrazar a un animal que tenía tan buena voz. El gallo le dijo que antes despertara al guardián de la puerta, que dormía junto al tronco del árbol y que, cuando este le hubiera abierto, bajaría. Cuando la zorra trató de hablar con él, el perro súbitamente dio un salto y la despedazó.
La fábula muestra que los hombres precavidos ante la proximidad de los enemigos los envían con engaño a otros más fuertes. 181. El perro y el caracol Un perro que acostumbraba a engullir huevos, al ver un caracol, abrió su boca y lo tragó de un gran bocado, creyendo que era un huevo. Al sentir pesadez de estómago y dolor dijo: «Es justo lo que me pasa si creo que todo lo redondo es un huevo». La fábula nos enseña que los que emprenden un asunto alocadamente, sin darse
cuenta, se enredan en situaciones extrañas.
182. El perro y la liebre
Un perro de caza que había atrapado una liebre, unas veces la mordía, otras le lamía el hocico. Esta, harta, le dijo: «Pero ¡tú!, deja de morderme o besarme, para que sepa si eres enemigo o amigo mío».
La fábula es oportuna para un hombre ambiguo.
183. El perro y el carnicero
Un perro que había irrumpido en una carnicería mientras el carnicero estaba ocupado arrebató un corazón y huyó a todo correr. Cuando el carnicero se volvió y lo vio huir, dijo: «¡Eh tú!, sabe que, dondequiera que estés, me cuidaré de ti, pues no me has quitado un corazón, sino que me lo has dado».
La fábula muestra que muchas veces los infortunios se convierten en enseñanza para los hombres.
184. El perro dormido y el lobo
Un perro dormía a la puerta de una casa. Un lobo se le echó encima y el perro le pidió que no lo matara en ese momento. «Pues ahora —dijo— estoy flaco y reseco; pero si esperas un poco, mis amos van a celebrar sus bodas y yo entonces comeré mucho y engordaré más, y seré una comida más grata para ti». Pues bien, el lobo, convencido, se marchó y al volver al cabo de unos días, encontró al perro durmiendo arriba, en la azotea, y deteniéndose desde abajo lo llamó hacia sí, recordándole el pacto. Y el perro: «Lobo, si a partir de este momento me ves durmiendo ante la casa, ya no aguardes a las bodas».
La fábula muestra que los hombres prudentes, si tras haber corrido algún peligro, se salvan, se guardan de él de por vida.
185. La perra que llevaba un trozo de carne
Una perra que llevaba un trozo de carne cruzaba un río. Al ver su propia sombra en el agua supuso que había otra perra con un trozo mayor, soltó el suyo y se dispuso a coger el de aquella. Le ocurrió que se quedó sin ninguno de los dos, al no conseguir el uno porque ni siquiera existía y el otro porque el río lo había arrastrado. La fábula es oportuna para un hombre ambicioso.
186. El perro que llevaba una campanilla
Había un perro que mordía sin motivo a todo el que se le acercaba. Su amo le colgó una campanilla para prevenir a todos. El perro presumía en la plaza agitando la campanilla. Una perra vieja le dijo: «¿Por qué te pavoneas?, no la llevas por tu valor, sino como prueba de tu maldad oculta».
Las actitudes presuntuosas de los fanfarrones ponen en evidencia su maldad escondida.
187. El perro que perseguía a un león y la zorra
Un perro de caza, al ver un león, se puso a perseguirlo. Cuando el león se volvió y rugió, lleno de miedo, huyó en sentido contrario. Una zorra que lo vio dijo: «¡Qué mala cabeza! ¿Perseguías un león y ni siquiera has soportado su rugido?».
La fábula se podría decir con respecto a hombres arrogantes que, intentando hacer falsas acusaciones contra otros mucho más poderosos, cuando estos les hacen frente, rápidamente se echan atrás.
188. El mosquito y el león
Un mosquito se acercó a un león y le dijo: «Ni te temo ni eres más fuerte que yo; si no ¿qué fuerza tienes: que arañas con tus garras y muerdes con tus dientes? Eso también lo hace una mujer cuando se pelea con su marido. Yo soy mucho más fuerte que tú. Si quieres, entremos en lucha». Y el mosquito hizo zumbar su trompetilla y le clavó el aguijón, picándole en la parte sin pelo de sus fauces, cerca de las narices. Y el león se puso a rascarse con sus propias garras hasta que desfalleció. El mosquito, luego de vencer al león, volvió a hacer zumbar su trompetilla y entonando un epinicio echó a volar; se enredó con la tela de una araña y, mientras era devorado, se lamentaba de cómo, tras pelear con los animales más grandes, perecía por obra de un animal insignificante, la araña.
189. El mosquito y el toro
Un mosquito que se había posado en el cuerno de un toro estuvo allí un buen rato, y cuando se disponía a marchar, preguntó al toro si quería que se fuese ya. Este, respondiendo, dijo: «Ni me enteré cuando llegaste ni me enteraré si te marchas». Uno podría servirse de esta fábula con respecto a un hombre insignificante que no
es molesto ni útil, ni cuando está presente ni cuando se halla ausente.
190. Las liebres y las zorras
En cierta ocasión unas liebres que luchaban con unas águilas invitaron a las zorras a hacer una alianza. Estas dijeron: «Correríamos en vuestra ayuda si no supiésemos quiénes sois y con quiénes lucháis».
La fábula muestra que los que gustan de disputas con los más poderosos desprecian su propia salvación.
191. Las liebres y las ranas
En cierta ocasión se reunieron las liebres y deploraban entre sí su propia vida porque era insegura y llena de temor; eran, en efecto, víctimas de hombres, perros, águilas y otros muchos animales. Así pues, era mejor morir una vez que temer de por vida. Pues bien, habiendo determinado eso, se precipitaron al pantano para arrojarse a él y ahogarse. Pero las ranas, situadas alrededor del pantano, cuando oyeron el ruido de su carrera, enseguida saltaron al agua. Una de las liebres, que parecía más sagaz que las demás, dijo: «¡Deteneos, compañeras, no os consideréis indignas!, pues, como veis, también hay otros animales más temerosos que nosotras».
La fábula muestra que los desdichados se consuelan con otros que sufren desgracias peores.
192. La liebre y la zorra
Una liebre dijo a una zorra: «¿Realmente sacas muchas ganancias o puedes decir por qué tu nombre es “gananciosa”?». La zorra dijo: «Si no te lo crees, ven aquí, que
te invito a comer». Aquella la acompañó, y la zorra no disponía en su casa de otra comida que la propia liebre. Esta dijo: «Para mi desgracia he aprendido de dónde procede tu nombre, no de sacar ganancias sino de engañar».
A los indiscretos muchas veces les ocurre un mal muy grande cuando se dejan llevar por su indiscreción.
193. La gaviota y el milano
Una gaviota que se había tragado un pez se desgarró la garganta. Y yacía playa. Cuando la vio un milano dijo: «Tienes lo que te has merecido, porque aunque naciste para volar hacías la vida en el mar».
Así, los que dejan su forma natural de vivir y se lanzan a otra totalmente distinta naturalmente son desdichados.
194. La leona y la zorra
Una leona a la que una zorra hacía reproches porque nunca engendraba más que una sola cría dijo: «Una sola, pero león».
No se debe medir lo bueno por la cantidad, sino considerar su valor.
195. El reinado del león
Un león fue un rey no colérico ni cruel ni violento, sino manso y justo como un hombre. Durante su reinado se celebró una gran asamblea de todos los animales para otorgar y recibir justicia mutuamente: el lobo al cordero, la pantera a la cabra montes, el tigre al ciervo, el perro a la liebre… La tímida liebre dijo: «Ansié ver este día en el que los humildes se muestren temibles a los violentos».
Si hay justicia en la ciudad y todos juzgan ateniéndose a ella, hasta los humildes viven con tranquilidad. 196. El león que se había hecho viejo y la zorra Un león ya viejo y que no podía procurarse comida por medio de su fuerza comprendió que debía hacerlo mediante algún plan. Así que se fue a una cueva y allí, recostado, fingía estar enfermo. Y de este modo, atrapando a los animales que se acercaban a él para visitarlo, los devoraba. Muertas ya muchas fieras, una zorra que se había percatado de su astucia se acercó y deteniéndose lejos de la cueva le preguntó cómo estaba. Al responder el león «mal» y preguntarle la causa por la que no entraba dijo: «Habría entrado de no haber visto huellas de muchos que entran pero de ninguno que sale».
Así, los hombres prudentes evitan los riesgos al preverlos a partir de indicios.
197. El león encerrado y el labrador
Un león entró en el establo de un labrador. Este, para capturarlo, cerró la puerta del corral. Y aquel, al no poder salir, primero mató las ovejas, después se volvió contra los bueyes. Y el labrador, temiendo por sí mismo, abrió la puerta. Una vez se hubo marchado el león, la mujer al ver cómo se lamentaba su marido le dijo: «Es justo lo que te pasa, pues ¿por qué quisiste encerrar a quien debías mantener lo más lejos posible?».
Así los que hostigan a los más fuertes es natural que sufran sus propios desmanes.
198. El león enamorado y el labrador
Un león, enamorado de la hija de un labrador, le propuso matrimonio. El labrador, que no quería dar en matrimonio a su hija a una fiera, y que tampoco podía por miedo rechazarla, ideó lo siguiente: puesto que el león le insistía sin cesar, le dijo que lo consideraba un pretendiente digno de su hija, pero que no podía dársela en matrimonio a menos que se arrancara los dientes y se cortara las garras, pues le daban miedo a la joven. El león aceptó con facilidad una y otra cosa por amor. Y el labrador, menospreciándolo, lo echó a palos tan pronto apareció.
La fábula muestra que los que confían fácilmente en el prójimo, cuando se desprenden de lo que les hace superiores, se hacen vulnerables para aquellos a quienes antes resultaban temibles.
199. El león, la zorra y la cierva
Un león que, enfermo, estaba echado en una sima dijo a su amiga la zorra con la que tenía relación: «Si quieres que yo sane y viva, trae a mis manos una cierva muy grande que habita en el bosque, engañándola con tus dulces palabras, pues deseo sus entrañas y su corazón». La zorra se marchó y encontró a la cierva retozando en el bosque. Se acercó a ella sonriente, la saludó y le dijo: «He venido para comunicarte una buena noticia. Sabes que nuestro rey, el león, es vecino mío y está enfermo y cercano a la muerte. Pues bien, deliberaba cuál de los animales reinaría después de él. Decía que el jabalí es insensato, el oso perezoso, la pantera colérica, el tigre vanidoso; la cierva es la más digna para reinar, porque es esbelta de figura, vive muchos años, su cornamenta es temible para las serpientes y, ¿para qué decir más?, has sido designada para reinar. ¿Qué tendré yo, la primera en decírtelo? Pero prométemelo, que tengo prisa, no sea que el león me busque de nuevo, pues me necesita como consejera en todo. Si me escuchas a mí que soy vieja, te aconsejo que vengas y permanezcas junto a él mientras muere».
Así habló la zorra. La mente de la cierva quedó obcecada por sus palabras y fue a la gruta sin comprender lo que iba a ocurrir. El león se lanzó sobre ella aprisa, pero solo le desgarró las orejas con sus garras. La cierva se metió rápidamente en el bosque. Y la zorra pataleó porque se había esforzado en vano. El león se lamentó rugiendo fuerte, pues el hambre y el dolor le dominaban, y pedía a la zorra que hiciese algo por segunda vez y de nuevo la trajese con engaños. Esta dijo: «Me encargas un asunto difícil y enojoso, pero, no obstante, te serviré». Y, como un perro rastreador, siguió su rastro mientras urdía astucias, y preguntó a los pastores si habían visto una cierva herida. Estos le indicaron que en el bosque. La encontró pastando y se detuvo desvergonzadamente. La cierva, irritada y erizando el pelo, dijo: «¡Miserable!, ya no me cogerás; si te acercas a mí no vivirás más. Aplica tu zorrería a otros necios, haz reyes a otros y entusiásmalos». La zorra dijo: «¿Eres tan floja y cobarde; tanto desconfías de nosotros tus amigos? Cuando el león te cogió de la oreja, iba a aconsejarte y a darte instrucciones sobre un reino de tanta importancia, porque estaba muriendo. Pero tú no consentiste la caricia de una mano enferma. Y ahora aquel está más enfadado contigo y quiere hacer rey al lobo. ¡Ay de mí, amo malvado! Anda, ven, no te asustes en absoluto y hazte como un cordero. Pues te juro por todas las plantas y manantiales, que ningún mal vas a sufrir del león; yo te serviré a ti sola». Así, volvió a engañar a la infortunada y la convenció de que fuera de nuevo. Cuando entró en la cueva, el león se dio un buen banquete, ya que devoró todos sus huesos, médula y entrañas. La zorra estaba quieta mirando y arrebató furtivamente el corazón que se había caído y se lo comió como pago de su esfuerzo. El león, escudriñando todo, solo echaba de menos el corazón. La zorra, situada lejos, dijo: «Verdaderamente esa no tenía corazón, no busques más; pues ¿qué corazón podría tener quien por dos veces entró a la cueva y a las garras de un león?».
El ansia de honores perturba la mente humana y no comprende la eventualidad de los peligros.
200. El león, el oso y la zorra
Un león y un oso encontraron un cervatillo y se lo disputaban. Se trataron mutuamente de un modo terrible y, exhaustos, yacían medio muertos. Una zorra que pasaba cerca, cuando los vio extenuados y al cervatillo que yacía en medio, lo cogió y se alejó por entremedias de ellos. Estos, sin poder ponerse en pie, dijeron: «¡Desdichados de nosotros que nos fatigamos para una zorra!».
La fábula muestra que se afligen con razón aquellos que ven que uno cualquiera se lleva el provecho de sus propios trabajos.
FIN