
50 fábulas de Esopo Volumen 3
Esopo
Más cuentos del autor »50 fábulas de Esopo que intentan dar una enseñanza práctica mediante la personificación de animales irracionales, objetos o ideas abstractas
50 fábulas de Esopo Volumen 3
101. El abeto y la zarza
Un abeto y una zarza disputaban entre sí. El abeto, ensalzándose a sí mismo, dijo: «Soy hermoso, muy grande y alto y sirvo para cubiertas de templos y para naves. ¿Cómo te comparas conmigo?». La zarza replicó: «Si te acordaras de las hachas y de las sierras que te cortan, preferirías también ser una zarza».
Mientras se siga vivo, nadie debe enorgullecerse por la fama, pues la vida de los humildes no es peligrosa.
102. La cierva junto al manantial y el león
Una cierva se acercó a un manantial apremiada por la sed. Después de beber, y contemplar su propia sombra en el agua, se enorgullecía de sus cuernos, al ver su gran tamaño y colorido; en cambio, se afligía por sus patas, porque, según ella, eran finas y débiles. Mientras aún consideraba esto, apareció un león que se puso a perseguirla. Aquella se dio a la fuga y sacó gran ventaja en la carrera al león, pues la fuerza de los cérvidos se encuentra en sus patas, la de los leones en el corazón. Pues bien, mientras corrían por la llanura, ella consiguió mantener la ventaja, pero cuando el terreno se hizo algo boscoso, entonces se le engancharon sus cuernos en las ramas, y al no poder correr, fue alcanzada. En ese momento se dijo a sí misma: «¡Desdichada de mí, que iba salvándome gracias a lo que pensaba que no me servía de nada, y en cambio muero por aquello en que confiaba!».
Así, muchas veces en los peligros nos salvan los amigos en quienes menos confiamos, mientras que los dignos de mucha confianza nos traicionan.
103. La cierva y la parra
Una cierva que huía de unos cazadores se ocultó bajo una parra. Cuando aquellos la habían rebasado, la cierva pensó que se hallaba totalmente oculta y comenzó a comer las hojas de la parra. Al moverse estas, los cazadores se volvieron y pensaron que algún animal se ocultaba bajo las hojas, lo que era verdad, y alcanzaron con sus dardos a la cierva. Esta, al morir, dijo: «Es justo lo que me pasa, pues no debí maltratar a la que me había salvado».
La fábula muestra que los que dañan a sus benefactores son castigados por el dios.
104. La cierva y el león en una cueva
Una cierva que huía de unos cazadores llegó junto a una cueva en la que había un león y allí entró para ocultarse. Atrapada por el león y mientras este la despedazaba, dijo: «¡Desdichada de mí, que, huyendo de los hombres, me puse en las garras de una fiera!».
Así, algunos hombres, por miedo de un peligro menor, se lanzan a uno mayor.
105. La cierva tuerta
Una cierva tuerta de uno de sus ojos se detuvo cerca de una playa y allí pacía, con el ojo sano hacia la tierra para vigilar el acceso de los cazadores y el dañado hacia el mar, pues de allí no sospechaba ningún peligro. Pues bien, unos que navegaban cerca de aquel lugar la vieron, le dispararon y dieron en el blanco. A punto de morir se decía: «¡Infeliz de mí que, guardándome de la tierra por asechadora, tuve mucho más adverso el mar en el que confié!».
Así, muchas veces, en contra de lo que creíamos, los asuntos que parecían adversos se muestran útiles y, por el contrario, lo considerado provechoso resulta inseguro.
106. El cabrito que estaba sobre una terraza y el lobo
Un cabrito que estaba sobre una terraza, al ver pasar por delante un lobo, lo insultaba y se mofaba de él. El lobo dijo: «¡Eh tú!, no me injurias tú, sino tu emplazamiento».
La fábula muestra que muchas veces también el lugar y la ocasión dan valor frente a los más poderosos.
107. El cabrito y el lobo que tocaba la flauta Un cabrito, rezagado del rebaño, era perseguido por un lobo. El cabrito, volviéndose, dijo al lobo: «Estoy convencido, lobo, de que te voy a servir de alimento; pero, para que mi muerte no sea triste, te pido que toques la flauta mientras yo bailo». Mientras el lobo tocaba la flauta y el cabrito bailaba, los perros, que lo habían oído, aparecieron y se pusieron a perseguir al lobo. Este, volviéndose, dijo al cabrito: «Me está bien empleado, pues, siendo carnicero, no debí imitar a un flautista».
Así, los que hacen algo a destiempo también quedan privados de lo que tienen entre manos.
108. Hermes y el escultor
Hermes, que quería conocer en qué estima le tenían los hombres, luego de tomar forma humana, llegó al taller de un escultor. Al ver una estatua de Zeus, preguntó cuánto valía. Al decirle aquel que una dracma, sonrió y preguntó cuánto costaba la de Hera. Al decirle que más cara y al ver también una estatua suya, supuso que, puesto que también era mensajero y comerciante, los hombres le tendrían en mucha consideración, le preguntó: «El Hermes ¿cuánto?», y el escultor dijo: «Pues, si me compras esas, esta te la doy de regalo».
La fábula se ajusta a un hombre vanidoso que no disfruta de estima alguna entre los demás.
109. Hermes y la Tierra
Zeus, tras haber modelado al hombre y a la mujer, ordenó a Hermes que los llevara a la Tierra y les mostrara dónde cavar para procurarse alimento. Cuando Hermes cumplió lo encomendado, al principio la Tierra ponía impedimentos. Pero como Hermes la forzara diciendo que Zeus así lo había ordenado, dijo: «Pues que caven cuanto quieran, porque lo habrán de devolver con gemidos y llantos».
La fábula es oportuna para los que toman prestado con facilidad y lo devuelven con dolor.
110. Hermes y Tiresias
Hermes, que quería comprobar si el arte adivinatoria de Tiresias era verdadera, nada más robarle sus bueyes del campo, tomó forma humana, fue a verlo a la ciudad y se hospedó en su casa. Cuando comunicaron a Tiresias la pérdida de su yunta, fue con Hermes a las afueras de la ciudad para indagar un augurio acerca del robo y le preguntó si veía alguna ave. Hermes le dijo que veía un águila que volaba de izquierda a derecha. Tiresias dijo que esa no le valía. Después Hermes vio una corneja posada en un árbol y que unas veces miraba hacia arriba y otras se inclinaba hacia abajo, y así se lo hizo saber. Tiresias, en respuesta, dijo: «Esa corneja jura por el cielo y por la tierra que, si tú quieres, recobraré mis bueyes».
Uno podría servirse de esta fábula contra un ladrón.
111. Hermes y los artesanos
Zeus ordenó a Hermes que esparciera una pócima de falsedad entre todos los artesanos. Este la preparó, hizo unos lotes iguales y los distribuyó a cada uno. Pero, como aún le sobrara mucha pócima y solo quedara el zapatero sin haber recibido su parte, cogió todo el líquido y lo vertió sobre él. Desde entonces ocurre que todos los artesanos mienten, pero los que más de todos, los zapateros.
La fábula es oportuna para un embustero.
112. El carro de Hermes y los árabes
En cierta ocasión, Hermes conducía por toda la tierra un carro lleno de mentiras, malicia y engaño, e iba distribuyendo un poco de la carga en cada territorio. Se dice que el carro se rompió de repente cuando llegó al territorio de los árabes. Estos arrebataron la carga que iba en él como si fuera muy valiosa y no permitieron que siguiera adelante hacia otros hombres.
Los árabes son mentirosos y mendaces por encima de toda raza. Pues en su lengua no hay verdad.
113. El eunuco y el sacerdote
Un eunuco fue a ver a un sacerdote y le pidió que hiciese un sacrificio en su favor para ser padre. El sacerdote le dijo: «Cuando miro el sacrificio intercedo para que llegues a ser padre, pero cuando veo tu aspecto ni siquiera me pareces hombre».
114. Los dos enemigos
Dos conocidos que se odiaban mutuamente viajaban en la misma nave; uno de ellos iba sentado a popa, el otro a proa. Al desencadenarse una tempestad y estar la nave a punto de naufragar, el que iba a popa preguntó al piloto qué parte de la nave se hundiría antes. Al decirle este que la proa, respondió: «Pues entonces no me importa morir, si veo que mi enemigo muere antes que yo».
La fábula muestra que muchos hombres no se preocupan en absoluto de daño con solo ver que sus enemigos lo reciben antes.
115. La víbora y la zorra
Una víbora era arrastrada en la corriente de un río sobre un matojo de cambrones y una zorra que pasaba, al verla, dijo: «Digno de la nave el piloto».
Contra un malvado que emprende acciones perversas.
116. La víbora y la lima
Una víbora que se había introducido en el taller de un herrero pidió ayuda a las herramientas. Cuando ya otras se la habían prestado, llegó ante una lima y le rogó que le diese algo. Esta, como respuesta, dijo: «Eres tonta si piensas llevarte algo de mí, que no acostumbro a dar, sino a quitar a los demás».
La fábula muestra que son necios los que piensan obtener algo de los avaros.
117. La víbora y la culebra de agua
Una víbora solía ir a beber a una fuente. Una culebra de agua que vivía allí trató de impedírselo, molesta porque la víbora no se contentara con el lugar donde comía y porque viniera también adonde ella vivía. Como la disputa cada vez iba a más, acordaron entablar una lucha y que la vencedora se quedara con la posesión del agua y de la tierra. Fijaron el día. Las ranas, que odiaban a la culebra, se acercaron a la víbora y la animaban ofreciéndose a luchar a su lado también ellas. Trabada la lucha, la víbora peleaba contra la culebra, y las ranas, que no podían hacer otra cosa, croaban con fuerza. Como venció la víbora, acusó a las ranas de que, aunque habían prometido aliarse con ella, no solo no la habían ayudado en la lucha, sino que se habían puesto a cantar. Estas le dijeron: «¡Eh tú!, sabe bien que nuestra ayuda se materializa no por medio de las manos, sino solo por la voz».
La fábula muestra que cuando hay que ayudar con las manos, de nada sirve hacerlo de palabra.
118. Zeus y la vergüenza
Cuando Zeus modeló a los hombres, insufló en ellos los demás sentimientos, pero olvidó la vergüenza. Y al no saber por dónde introducirla, ordenó que penetrara por el ano. Esta, indignada, al principio se opuso. Pero, cuando Zeus le insistió con rotundidad, dijo: «Entro con la condición de que no se introduzca Eros: si entra él, yo me saldré al instante». De aquí viene el que todos los invertidos son desvergonzados. La fábula muestra que los que son dominados por Eros son desvergonzados.
119. Zeus y la zorra
Zeus, admirado por la sagacidad y la astucia de la zorra, la hizo reina de los animales. Pero para saber si la zorra había abandonado su codicia tras cambiar de estado, Zeus hizo aparecer ante ella un escarabajo cuando la llevaban en una litera. Esta no pudo aguantarse al verlo revolotear por la litera, se levantó de un brinco de modo indigno e intentó atraparlo. Y Zeus, irritado con ella, de nuevo la devolvió a su primitiva condición.
La fábula muestra que los hombres viles, aunque adopten un aspecto más ilustre, en ningún caso cambian su natural.
120. Zeus y los hombres
Zeus, tras haber modelado a los hombres, ordenó a Hermes que les infundiera la inteligencia. Y este hizo una medida y vertió igual cantidad a cada uno. Pero ocurrió que los hombres de talla pequeña, colmados por la medida, se hicieron prudentes, pero los altos, al no llegarles la pócima a todo el cuerpo (ni siquiera hasta las rodillas), se volvieron más insensatos.
La fábula cuadra a un hombre grande de cuerpo pero insensato en su espíritu.
121. Zeus y Apolo
Zeus y Apolo disputaban sobre el arte de manejar el arco. Cuando Apolo tensó el arco y disparó una flecha, Zeus dio una zancada tan grande como el alcance del disparo de Apolo.
Así, los que compiten con los poderosos, además de no llegar a su altura, se exponen incluso al ridículo.
122. Zeus y la serpiente
Cuando Zeus celebraba su boda, todos los animales le llevaron regalos, cada uno según su capacidad natural. La serpiente subió reptando con una rosa en la boca. Zeus, al verla, le dijo: «Acepto los regalos de todos los demás, pero de tu boca no cojo nada en absoluto».
La fábula muestra que los dones de los malvados son temibles.
123. Zeus y la tinaja de bienes
Zeus encerró todos los bienes en una tinaja y la dejó al lado de un hombre. Este, llevado de la curiosidad, quiso saber qué había en ella y quitó la tapa; y todos volaron hacia los dioses.
Con los hombres solo quedó la esperanza, garante de que se les darán los bienes que huyeron.
124. Zeus, Prometeo, Atenea y Momo
Zeus, Prometeo y Atenea, que habían fabricado respectivamente un toro, un hombre y una casa, eligieron como juez a Momo. Este, envidioso de estas obras, dijo en primer lugar que Zeus había fallado al no poner los ojos del toro en los cuernos para que viera dónde golpeaba; Prometeo, porque no había situado el entendimiento del hombre en su exterior, para que los malvados no pudiesen pasar desapercibidos y fuese evidente qué tenía cada uno en el pensamiento, y, en tercer lugar, dijo que Atenea debía haber puesto ruedas a la casa, para que, si algún vecino malvado vivía al lado, fácilmente pudiera cambiarse de lugar. Y Zeus, irritado con él por su envidia, lo echó del Olimpo.
La fábula muestra que nada hay tan perfecto que no admita ninguna censura.
125. Zeus y la tortuga
Cuando Zeus se casó, invitó al banquete a todos los animales. Solo faltó la tortuga, y Zeus, como ignoraba el motivo, al día siguiente le preguntó por qué había sido la única en no asistir al banquete. Ella respondió: «La casa propia es la casa mejor». Y Zeus, irritado con ella, dispuso que llevase consigo su casa a cuestas.
Así, muchos hombres prefieren vivir con sencillez a estar con lujo en casa de otros.
126. Zeus juez
Dispuso Zeus que Hermes anotara los fallos de los hombres en tejuelas y las pusiera en un cofrecillo cerca de él, para imponer las penas a cada uno. Mezcladas las tejuelas unas con otras, Zeus las extrae del cofre, unas más tarde, otras antes, cuando el dios se dispone a hacer justicia.
No hay que extrañarse de que los delincuentes y malvados no reciban más rápido el castigo de sus delitos.
127. El Sol y las ranas
Tenían lugar las bodas del Sol en verano. Todos los animales disfrutaban con ello y se regocijaban también las ranas. Una de ellas dijo: «¡Insensatas!, ¿por qué os regocijáis? Es un solo sol y seca todo el pantano; si al casarse engendra un niño igual a él, ¿qué mal no habremos de soportar?».
Muchos insensatos se alegran por cosas que no son motivo de alegría.
128. La mula
Una mula alimentada de buena cebada saltaba de gozo diciéndose a sí misma: «Mi padre es un caballo de rápida carrera y toda yo me parezco a él». Y en esto un día se le presentó una necesidad apremiante y la mula se vio obligada a correr. Al terminar su trote, entristecida, se acordó de que su padre era burro.
La fábula muestra que no debe uno olvidarse de su propio origen, aunque el tiempo le lleve a la fama; pues esta vida es insegura.
129. Heracles y Atenea
Heracles caminaba por un camino estrecho. Al encontrar en el suelo algo semejante a una manzana, intentó romperlo. Como vio que se había hecho doble, lo pisó aún más y lo golpeó con su maza. El objeto se hinchó hasta impedir el paso por el camino. Heracles tiró su maza y quedó atónito. Atenea se le apareció y le dijo: «Déjalo, hermano. Son la Porfía y la Disputa. Si se las deja en paz, se quedan como eran al principio, pero en los combates se hinchan así».
Para todos es claro que las guerras y las disputas son causantes de gran daño.
130. Heracles y Pluto
Cuando Heracles fue divinizado e invitado a la mesa junto a Zeus, saludó a cada uno de los dioses con mucha cordialidad. Pero cuando entró el último, Pluto, bajó la mirada hacia el suelo, en señal de desprecio. Zeus, extrañado de lo sucedido, le preguntó por qué, después de haber hablado a todas las divinidades cordialmente, había menospreciado a Pluto. Este dijo: «Lo miro con desprecio porque en el tiempo en que estuve entre los hombres vi que él estaba con los malvados la mayoría de las veces».
La fábula podría decirse de un hombre rico en fortuna, pero malvado de carácter.
131. El héroe
Un hombre tenía la estatua de un héroe en su casa y le ofrecía costosos sacrificios. Y, como gastaba mucho sin cesar en sacrificios, el héroe se le apareció por la noche y le dijo: «Pero ¡hombre!, deja de dilapidar tu hacienda. Pues si te haces pobre por habértela gastado toda, me echarás a mí las culpas».
Así, muchos que fracasan por su propia insensatez inculpan a los dioses.
132. El atún y el delfín
Un atún, perseguido por un delfín en medio de un gran estruendo, estaba a punto de ser atrapado, y no se dio cuenta de que su impetuosa carrera lo arrojaba a una playa. Llevado del mismo ímpetu también se salió del mar el delfín. Y el atún, al verlo, se volvió y dijo al delfín ya moribundo: «Para mí la muerte ya no es penosa, pues veo que también perece el que ha sido culpable de mi muerte».
La fábula muestra que los hombres soportan con más facilidad las desgracias cuando ven que también las sufren los que han sido sus culpables.
133. El médico incompetente
Había un médico que era un incompetente. Atendía a un enfermo y, aunque todos los médicos afirmaban que no corría peligro, aunque sería larga su enfermedad, solo él le decía que arreglase todas sus cosas, «pues no pasarás de mañana». Luego de hablarle así, se retiró. Después de un tiempo, ya recuperado el enfermo, salió a la calle, si bien iba pálido y con fatiga. El médico se encontró con él y le dijo: «¡Hola!, ¿cómo están los de abajo?». Y aquel respondió: «Están tranquilos bebiendo agua del Leteo. Pero, hace poco, la Muerte y Hades amenazaron terriblemente a todos los médicos porque no dejan morir a los enfermos y hacían una lista de ellos. Iban a apuntarte a ti también, pero me eché a sus pies, les supliqué y les juré que tú no eras un verdadero médico, sino que te habían calumniado sin fundamento».
La presente fábula proscribe a los médicos sin instrucción, ignorantes y diestros solo en hablar.
134. El médico y el enfermo
Un médico cuidaba a un enfermo. Al morir este, aquel dijo a los que lo llevaban a enterrar: «Ese hombre, si se hubiera apartado del vino y se hubiera puesto lavativas, no habría muerto». Uno de los presentes, respondiendo, dijo: «No debías decir eso ahora, amigo, que ya es inútil, sino habérselo aconsejado cuando podía servirle».
La fábula muestra que los amigos deben proporcionar la ayuda en el momento de la necesidad y no ironizar tras el desenlace de las cosas.
135. El milano y la serpiente
Un milano arrebató una serpiente y se fue volando. Esta se revolvió y lo mordió, y ambos cayeron desde lo alto. El milano estaba muerto. La serpiente le dijo: «¿Por qué enloqueciste tanto que quisiste dañar a los que en nada te habían perjudicado? Pagaste, pues, la pena justa de tu rapiña».
Cuando uno se entrega a la codicia y perjudica a los más débiles, al encontrarse con uno más poderoso, como no lo espera, habrá de pagar entonces hasta los males que había cometido con anterioridad.
136. El milano que relinchaba
Un milano tenía una voz distinta a la de los demás, muy aguda. Pero al oír relinchar a un caballo, lo intentó imitar repetidas veces. Y sin aprender a relinchar, se quedó privado incluso de su propia voz, y no tuvo ni la del caballo ni la primera.
Los ruines y malvados que envidian las cualidades contrarias a su naturaleza también se ven privados de las que les corresponden.
137. El pajarero y el áspid
Un pajarero salió de caza llevando liga y las cañas. Al ver un tordo posado en lo alto de un árbol, quiso capturarlo. Y así, tras anudar las cañas a lo largo, apuntó atentamente, pendiente por completo a de dónde soplaba el aire. Al levantar la cabeza de esa manera, sin darse cuenta pisó un áspid que dormía ante sus propios pies, y este, revolviéndose, le soltó un mordisco. Él, al morir, decía para sí: «¡Desdichado de mí que queriendo cazar a otro, yo mismo sin advertirlo fui cazado de muerte!».
Así, los que urden tretas contra el prójimo, acaban cayendo en desgracias ellos mismos.
138. El caballo viejo
Un caballo viejo fue vendido para tirar en un molino. Enganchado a la rueda dijo lamentándose: «¡De qué carreras a qué vueltas he llegado!».
Nadie se envanezca demasiado con el poder de su juventud o su fama, pues la vejez consumió a muchos en medio de fatigas.
139. El caballo, el buey, el perro y el hombre
Cuando Zeus hizo al hombre, le dio una existencia efímera. Pero este, sirviéndose de su propia inteligencia, cuando llegó el invierno se construyó una casa para vivir. Y he aquí que en cierta ocasión en que hacía mucho frío y Zeus envió la lluvia, un caballo que no podía resistirla, llegó a la carrera al hombre y le pidió que lo protegiese. Este dijo que no lo haría a menos que le cediera parte de sus propios años. El caballo aceptó con gusto. No mucho después se presentó también un buey que tampoco podía resistir el invierno. Igualmente el hombre le dijo que no lo recibiría sin que antes le proporcionase cierto número de sus años. Y también este le dio una parte y fue acogido. Finalmente llegó un perro aterido de frío y, tras conceder al hombre una parte de su vida, halló abrigo. Así ocurrió que los hombres, cuando están en los años que les dio Zeus son íntegros y buenos; pero cuando están en la edad del caballo, son vanidosos y altaneros; al llegar a la del buey se hacen dominantes; y los que cumplen la edad del perro se convierten en irascibles y gruñones.
Podría uno servirse de esta fábula a propósito de un viejo colérico y de mal carácter.
140. El caballo y el mozo de cuadra
Un mozo que robaba la cebada del caballo y la vendía, lo limpiaba y lo peinaba todos los días. El caballo le dijo: «Si realmente quieres que yo sea hermoso, no vendas la cebada que me alimenta».
Los ambiciosos que halagan a los pobres con palabras seductoras y con adulaciones, los despojan incluso de lo necesario.
141. El caballo y el burro
Un hombre tenía un caballo y un burro. Mientras marchaban por un camino dijo el burro al caballo: «Lleva parte de mi carga, si quieres que yo sea salvo». Este no le hizo caso; el burro cayó por la fatiga y murió. El amo trasladó toda la carga al caballo, incluso la propia piel del burro, y el caballo, lamentándose, gritaba: «¡Ay de mí, desdichado!, pues por no haber querido llevar una carga pequeña, he aquí que la llevo toda, incluso su piel».
La fábula muestra que, si los grandes se asocian con los pequeños, unos y otros se salvarán en la vida.
142. El caballo y el soldado
Un soldado alimentaba con cebada a su caballo en tiempo de guerra, pues lo consideraba un colaborador en sus necesidades. Pero cuando la guerra acabó, el caballo se ocupaba de algunos trabajos serviles y del transporte de cargas pesadas, alimentado solo con paja. Cuando de nuevo se oyó hablar de guerra y la trompeta la pregonaba, el amo embridó al caballo, se armó él mismo y se montó en él. Pero este cada dos por tres se caía, al estar sin fuerzas, y dijo al amo: «Vete con los de a pie, los hoplitas, de inmediato; pues tú, que de caballo me convertiste en burro, ¿cómo quieres tener de nuevo un caballo de un burro?».
No se deben olvidar las desgracias en tiempos de seguridad y reposo.
143. La caña y el olivo
Una caña y un olivo disputaban por su firmeza, resistencia y tranquilidad. El olivo hacía reproches a la caña por débil y porque se inclinaba fácilmente a todos los vientos. La caña guardó silencio sin decir palabra. Y al cabo de un rato, al soplar un viento fuerte, la caña sacudida y acamada por los vientos se salvó con facilidad; en cambio el olivo, al intentar resistir el vendaval, se rompió con violencia.
La fábula muestra que los que no se enfrentan a las circunstancias y a los más fuertes que ellos son más poderosos que quienes porfían con sus superiores.
144. La camella que descargaba el vientre en un río
Una camella atravesaba un río que fluía rápido. Al descargar su vientre y ver enseguida el excremento delante de sí arrastrado por la rápida corriente, dijo: «¿Qué es esto? ¡Lo que estaba detrás de mí lo veo ahora pasar delante de mí!».
La fábula puede aplicarse en una ciudad en que los últimos e insensatos tienen el poder, en vez de los primeros y sensatos.
145. La camella, el elefante y el mono
Los animales querían elegir a su rey. Se presentaron una camella y un elefante que rivalizaban por ser preferidos sobre todos por el gran tamaño de su cuerpo y por su fuerza. Pero un mono dijo que ambos eran inadecuados, la camella porque no se encolerizaba con los delincuentes, el elefante porque habría que temer que nos atacara un cerdito al que el elefante tiene miedo.
La fábula muestra que una pequeña causa impide incluso muchas de las cosas más importantes.
146. La camella y Zeus
Una camella, al ver a un toro muy ufano de sus cuernos, tuvo envidia de él y quiso también conseguirlos iguales. Por eso fue a ver a Zeus y le pidió que le proporcionara cuernos. Y Zeus, irritado con ella porque no le bastaba con el gran tamaño de su cuerpo y con su fuerza, sino que también deseaba algo más, no solo no le dio cuernos, sino que le quitó incluso parte de sus orejas.
Así, muchos que por ambición envidian a los demás se quedan privados hasta de lo suyo.
147. La camella que danzaba
Una camella, obligada a danzar por su amo, dijo: «Soy fea no solo danzando sino incluso en mis andares».
La fábula se dice de toda obra que carece de gracia.
148. El camello visto por primera vez
La primera vez que vieron un camello los hombres huyeron de miedo espantados por su tamaño. Pero cuando, avanzando el tiempo, observaron su mansedumbre, se atrevieron a acercarse hasta cierto punto. Al darse cuenta, poco después, de que el animal no se encolerizaba, llegaron a confiarse tanto que incluso le pusieron bridas y se lo dieron a los niños para que lo llevaran.
La fábula muestra que el trato mitiga lo terrible de las cosas.
149. Los dos escarabajos
En una islita pacía un toro. De su excremento se alimentaban dos escarabajos. Y al llegar el invierno, uno dijo al otro que quería volar a tierra firme para que al quedarse el otro solo tuviera suficiente comida, y que él pasaría allí el invierno. Dijo también que si encontraba mucha comida se la llevaría. Cuando llegó a tierra firme y encontró estiércol abundante y fresco, se quedó allí atiborrándose. Pasado el invierno voló de nuevo a la isla. El otro que lo vio bien nutrido y fuerte le censuró que no le hubiese traído nada, aunque se lo había prometido. Este dijo: «No me lo reproches a mí, sino a la naturaleza del lugar; pues allí alimentarse es posible, traerse algo no».
Esta fábula se podría aplicar a aquellos que ofrecen su amistad solo hasta la hora de comer, pero más allá no ayudan a los amigos en absoluto.
150. El cangrejo y la zorra
Un cangrejo que había ido a parar a una playa desde el mar vivía solo. Una zorra hambrienta y sin tener que llevarse a la boca lo vio, se precipitó hacia él y lo cogió, Cuando este estaba a punto de ser engullido, dijo: «Es justo lo que me pasa, porque, siendo de mar, quise hacerme de tierra».
Así también, los hombres que dejan su manera de vivir habitual y emprenden algo que en absoluto les conviene, como es natural, terminan siendo desgraciados.
FIN