
50 fábulas de Esopo Volumen 2
Esopo
Más cuentos del autor »50 fábulas de Esopo que intentan dar una enseñanza práctica mediante la personificación de animales irracionales, objetos o ideas abstractas
50 fábulas de Esopo Volumen 2
51. El fanfarrón
Un atleta de pentatlón que, debido a su falta de bríos, siempre era criticado por sus conciudadanos, se marchó de la ciudad en cierta ocasión y cuando, pasado un tiempo, regresó, decía jactándose que había sobresalido mucho por su arrojo también en otras ciudades, pero que en Rodas había realizado un salto tal como ninguno de los vencedores olímpicos había logrado. Y de eso decía que presentaría como testigos a los que allí asistiesen, si es que alguna vez venían a la ciudad. Uno de los que se hallaban presentes, respondiendo, le dijo: «¡Mira tú!, si eso es verdad, en absoluto necesitas testigos. Pues aquí está Rodas y el salto».
La fábula muestra que, cuando la demostración por medio de hechos está a mano, toda palabra aparte de eso es superflua.
52. El canoso y las heteras
Un hombre canoso tenía dos queridas, de las que una era joven, la otra vieja. La mayor, avergonzada de mantener relaciones con uno más joven que ella, no paraba de arrancarle los pelos negros, mientras estaba a su lado. La más joven, sin embargo, tratando de disimular que tenía como amante a un viejo, le arrancaba las canas. Así le ocurrió que, depilado unas veces por una y otras por la otra, se quedó calvo.
Así, en todas partes lo anómalo es perjudicial.
53. El náufrago
Un ateniense rico navegaba junto con algunos otros. Y, como se hubiera levantado una violenta tempestad y la nave zozobrara, los demás intentaron salvarse a nado, pero el ateniense, invocando sin cesar a Atenea, le prometió innumerables ofrendas si lo salvaba. Uno de los otros náufragos, al pasar a su lado nadando le dijo: «Aunque te proteja Atenea, mueve también los brazos».
Pues también nosotros mismos, junto con la invocación a los dioses, debemos hacer algo, fijándonos en nuestro interés.
Porque es preferible que alcancemos la benevolencia de los dioses esforzándonos, y no que los dioses nos salven cuando nos hemos despreocupado de nosotros mismos. Los que caen en desgracias deben también ellos esforzarse en su propio interés y así pedir ayuda al dios.
54. El ciego
Un ciego estaba acostumbrado a reconocer qué animal era el que le ponían en sus manos. Y en cierta ocasión en que le dieron un lobezno, luego de palparlo y aunque no estaba seguro, dijo: «No sé si es un cachorro de lobo o de zorra o de algún animal de ese tipo; sin embargo, sé con plena seguridad que ese animal no es apto para ir con un rebaño de ovejas».
Así, la ralea de los malvados se muestra muchas veces incluso por su
55. El tramposo
Un pobre, que se hallaba enfermo y se encontraba mal, prometió a los dioses sacrificarles cien bueyes si le salvaban la vida. Estos, queriendo ponerle a prueba, hicieron que se repusiera lo más pronto posible. Y aquel, ya restablecido, puesto que carecía de bueyes de verdad, modeló cien de sebo y los quemó sobre un altar, después de decir: «Recibid la promesa, dioses». Los dioses, queriendo a su vez engañarlo, le enviaron un sueño en el que se le aconsejaba que fuera a la playa, pues allí encontraría mil dracmas áticas. Y él se puso contento y se fue a la carrera a la orilla del mar. Allí cayó en manos de unos piratas y se lo llevaron consigo, y, vendido por ellos, encontró las mil dracmas.
La fábula es oportuna para un hombre mentiroso.
56. El carbonero y el batanero
Un carbonero que realizaba su trabajo en su casa, al ver que un batanero se había instalado como vecino, le fue a visitar y le invitó a que fuese a vivir con él, explicándole que tendrían más amistad entre sí y vivirían con menos gasto al habitar en una sola casa. Y el batanero le respondió: «Para mí eso es totalmente imposible, pues lo que yo blanquee, tú lo tiznarás».
La fábula muestra que no se puede unir lo desigual.
57. Los hombres y Zeus
Se dice que en primer lugar la divinidad modeló los animales y que les otorgó a uno fuerza, a otro rapidez, a otro alas, y que el hombre, que estaba desnudo, dijo: «Solo a mí me dejas sin don alguno», a lo que Zeus respondió: «No te das cuenta del regalo y, sin embargo, te ha correspondido el más grande, pues has recibido la razón, que tiene poder entre los dioses y entre los hombres, más poderosa que los poderosos, más rápida que los más rápidos». Y entonces el hombre comprendió el regalo y, después de postrarse y dar las gracias, se marchó.
Aun cuando el dios dotó a todos con la razón, algunos no se dan cuenta de tal dote y más bien envidian a los animales incapaces de comprender e irracionales.
58. El hombre y la zorra
Un campesino, enojado con una zorra que le había causado innumerables daños, la cogió y, con la intención de darle un buen castigo, le ató al rabo una estopa empapada en aceite y le prendió fuego. Pero un dios la encaminó a los pastos del campesino, en plena época de la cosecha. Él la persiguió, pero al final tuvo que lamentar la pérdida de toda su cosecha.
Debemos ser mansos y no irritarnos en exceso, pues de la ira muchas veces les vienen grandes daños a los irascibles.
59. El hombre y el león que caminaban juntos
En cierta ocasión caminaba un león con un hombre. Cada uno de ellos se jactaba de sí mismo. Y en el camino encontraron una estela de piedra con la figura de un hombre que estrangulaba a un león. El hombre, enseñándosela al león, dijo: «Ya ves cómo somos más fuertes que vosotros». Y aquel sonrió y dijo: «Si los leones supiesen esculpir, verías a muchos hombres debajo de un león».
De palabra se jactan de ser valerosos y audaces muchos a los que las pruebas contradicen, poniéndoles al descubierto.
60. El hombre y el sátiro
Se dice que, en cierta ocasión, un hombre trabó amistad con un sátiro. Y, cuando llegó el invierno y el frío, el hombre, llevándose las manos a la boca, soplaba. Al preguntarle el sátiro el motivo por el que lo hacía, le dijo que se calentaba las manos a causa del frío. Después, dispuesta la mesa para ellos, como la comida estuviera caliente, el hombre, cogiéndola poco a poco, la llevaba hacia la boca y soplaba. Preguntando de nuevo el sátiro por qué lo hacía le dijo que era para enfriar la comida, ya que estaba demasiado caliente. A lo que aquel dijo: «Renuncio a tu amistad de humano, porque de la misma boca despides calor y frío».
Pues bien, también nosotros debemos evitar la amistad de aquellos cuya índole es ambigua.
61. El hombre que rompió una estatua
Un hombre que era pobre y tenía una estatua de madera de un dios le suplicó que le proporcionase algún bien. Pero, como a pesar de ello seguía cada vez más pobre, irritado, lo cogió de la pierna y lo golpeó contra la pared. La cabeza se rompió enseguida y de ella se esparcieron monedas de oro. Y el hombre, recogiéndolas, gritó: «Creo que eres perverso e ingrato, pues, cuando te honraba, en absoluto me ayudaste; y, en cambio, cuando te golpeé, me has recompensado con muchos bienes».
La fábula muestra que en nada te beneficiarás honrando a un hombre malvado; golpeándole, obtendrás más provecho.
62. El hombre que encontró un león de oro
Un hombre avaro y cobarde que había encontrado un león de oro dijo: «No sé qué será de mí en la presente situación; estoy fuera de mis casillas y no sé qué hacer: me dividen mi avaricia y la cobardía de mi naturaleza. Pues ¿qué azar o qué divinidad hizo un león de oro? Pues mi alma lucha consigo misma en las presentes circunstancias: ama el oro, pero teme la figura de oro. El deseo me impulsa a cogerla, pero mi carácter a mantenerme lejos. ¡Ah, fortuna, que das y no permites coger! ¡Ah, tesoro sin placer! ¡Ah, gracia divina que te conviertes en desgracia! Entonces ¿qué?, ¿de qué manera me aprovecharé?, ¿a qué artimañas he de recurrir? Me voy para traer aquí a que lo cojan a mis criados que forman una muy numerosa tropa y yo, de lejos, seré un observador».
La fábula se ajusta a un rico que no se atreve a tocar ni a utilizar su riqueza.
63. El oso y la zorra
Un oso presumía mucho de amar a los hombres, pues no comía cadáveres. La zorra le dijo: «Ojalá te llevases a rastras a los muertos, pero no a los vivos».
Esta fábula censura a los ambiciosos que viven en la hipocresía y en la vanagloria.
64. El labrador y el lobo
Un labrador, luego de desuncir la yunta, la llevaba a abrevar; un lobo hambriento y que buscaba comida, al encontrar el arado, empezó a lamer el horcate de los toros y, cuando, sin darse cuenta, poco a poco metió el cuello y no pudo sacarlo, arrastró el arado sobre la tierra de labor. El labrador, cuando a su regreso lo vio, dijo: «¡Ojalá, mala cabeza, dejaras tus rapiñas y fechorías y te pusieras a labrar!».
Así, a los hombres malvados, aunque proclamen su honradez, no se les cree por su forma de ser.
65. El astrónomo
Un astrónomo tenía la costumbre de salir cada tarde y observar las estrellas. Y, en cierta ocasión en que daba un paseo por las afueras y escrutaba con toda su atención el cielo, sin darse cuenta cayó en un pozo. Mientras se lamentaba y daba gritos, uno que pasaba cerca, al oír sus lamentos, se acercó y, comprendiendo lo sucedido, le dijo: «¡Hombre!, tú que intentas ver lo del cielo, ¿no ves lo que hay en la tierra?».
Uno podría valerse de esta fábula para aquellos que fanfarronean extraordinariamente sin ni siquiera poder realizar lo común entre los hombres.
66. Las ranas que pedían un rey
Unas ranas, molestas por su propia anarquía, enviaron embajadores a Zeus, pidiendo que les proporcionase un rey. Zeus, al comprender su simpleza, dejó caer un leño a la charca. Y las ranas, primero, espantadas por el ruido, se sumergieron al fondo de la charca. Después, puesto que el leño estaba inmóvil, salieron y llegaron a tal grado de confianza que, subiéndose a él, se sentaron encima. Indignadas de tener tal rey, llegaron por segunda vez ante Zeus y le pidieron que les cambiase el gobernante, pues el primero era demasiado negligente. Y Zeus, irritado con ellas, les envió una culebra de agua que, atrapándolas, las devoró.
La fábula muestra que es mejor tener gobernantes sumisos y sin maldad que intrigantes y malvados.
67. Las ranas vecinas
Dos ranas eran vecinas. Una vivía en una charca profunda y lejos del camino, la otra en él en muy poca agua. Y cuando la de la charca le aconsejó a la otra que se mudase junto a ella, donde llevaría una vida mejor y más segura, aquella no le hizo caso, diciendo que le era difícil mudarse, porque estaba acostumbrada a ese lugar, hasta que ocurrió que un carro que pasó por allí la aplastó.
Así también, los hombres que pasan el tiempo en ocupaciones viles acaban por morir antes de aplicarse a otras más nobles.
68. Las ranas en una charca
Dos ranas vivían en una charca. Cuando llegó el verano se les secó la charca, por lo que la abandonaron y andaban buscando otra. Y en esto que encontraron un pozo profundo y, al verlo, una le dijo a la otra: «¡Anda tú!, bajemos juntas a este pozo». Y esta le respondió: «Y si el agua de aquí se seca, ¿cómo vamos a subir?».
La fábula muestra que no hay que embarcarse en ninguna empresa sin pensarlo.
69. La rana médico y la zorra
En cierta ocasión, una rana estaba en su charca y gritaba a todos los animales: «Soy médico y conozco los fármacos». Una zorra que le había oído dijo: «¿Cómo vas a salvar a otros tú que, estando coja, no te curas a ti misma?».
La fábula muestra que quien no está iniciado en educación ¿cómo va a poder educar a otros?
70. Los bueyes y el eje
Unos bueyes arrastraban una carreta. Como el eje chirriaba, volviéndose le dijeron así: «¡Eh tú!, mientras nosotros llevamos toda la carga ¿tú te quejas?».
Así también, algunos hombres, cuando otros se esfuerzan, ellos fingen cansarse.
71. Los tres bueyes y el león
Tres bueyes pacían siempre juntos. Un león, aunque quería comérselos, no podía debido a su unión. Sin embargo, los indispuso con falsas palabras, logró separarlos y al verlos solos los devoró uno tras otro.
Si quieres sobre todo vivir sin peligro, desconfía de los enemigos y, por el contrario, confía en los amigos y consérvalos.
72. El boyero y Heracles
Un boyero llevaba a una aldea una carreta y esta se atascó en un hoyo profundo. Él, aunque su ayuda era imprescindible para salir del atasco, se quedó de brazos cruzados suplicando a Heracles, el único de todos los dioses al que veneraba. El dios se le apareció y le dijo: «Agarra las ruedas y aguijonea a los bueyes, y suplica a los dioses cuando tú mismo también hagas algo, o suplicarás en vano».
73. Bóreas y Helios
Bóreas y Helios disputaban sobre su fuerza. Resolvieron conceder la victoria a aquel de ellos que lograra despojar de su ropa a un caminante. Y Bóreas comenzó a soplar fuerte, pero, como el hombre se sujetara la ropa, arreció más. Y el caminante, aún más agobiado por el frío, incluso se puso encima una prenda más gruesa, hasta que Bóreas, cansado, se lo pasó a Helios. Y este en primer lugar brilló moderadamente; cuando el hombre se quitó el más grueso de los mantos, despidió un calor más ardiente, hasta que el hombre, no pudiéndolo soportar, se desnudó y fue a bañarse a un río que fluía cerca.
La fábula muestra que muchas veces convencer es más eficaz que forzar.
74. El vaquero y el león
Un vaquero que apacentaba una manada de toros perdió un becerro. Después de haber ido por todas partes sin encontrarlo, prometió a Zeus sacrificarle un cabrito si encontraba al ladrón. Penetró en un bosque y vio que un león devoraba el becerro; muerto de miedo levantó las manos al cielo y dijo: «Soberano Zeus, antes te prometí sacrificar un cabrito si encontraba al ladrón, ahora te sacrificaré un toro si logro escapar de su garras».
Esta fábula podría decirse con relación a hombres desgraciados que, cuando no tienen, piden encontrar algo y, cuando lo han encontrado, buscan librarse de ello.
75. El ruiseñor y el murciélago
Una noche cantaba un ruiseñor en su jaula colgado de una ventana. Un murciélago oyó su voz y acercándose le preguntó por qué callaba durante el día y por el contrario cantaba de noche. Aquel le contestó que tenía sus motivos, pues en cierta ocasión, mientras cantaba de día, lo atraparon, por lo que desde entonces se había vuelto prudente; a lo que el murciélago dijo: «No tienes que protegerte ahora, cuando de nada te sirve, sino antes de que te atraparan».
La fábula muestra que el arrepentimiento tras las desgracias es inútil.
76. La comadreja y Afrodita
Una comadreja enamorada de un apuesto joven pidió a Afrodita que la convirtiese en mujer. Y la diosa, compadecida de su pasión, la transformó en una hermosa joven. Y así, al verla aquel se enamoró de ella y se la llevó a su casa. Cuando ambos se hallaban en la alcoba, Afrodita quiso conocer si la comadreja, al cambiar de cuerpo, había modificado su modo de ser, e hizo aparecer un ratón. La comadreja, sin darse cuenta de su actual estado, se levantó del lecho y persiguió al ratón con la intención de comérselo. Y la diosa, irritada con ella, la devolvió de nuevo a su primitiva naturaleza.
Así también, los hombres malvados por naturaleza, aunque cambien su aspecto, en ningún caso modifican su manera de ser.
77. La comadreja y la lima
Una comadreja que había entrado en el taller de un herrero se puso a lamer la lima que allí había. Al raerse la lengua se produjo mucha sangre. Ella se alegraba suponiendo que había limado algo del hierro y continuó, hasta que terminó por cortársela por completo. La fábula se dice contra los que, en su afán de disputas, se perjudican a sí
mismos.
78. El viejo y la Muerte
En cierta ocasión un viejo que había ido a cortar leña recorría un largo camino cargado con ella. Tras dejar la carga en el suelo a causa de la fatiga de la caminata, llamó a la Muerte. Cuando se le apareció esta y le preguntó por qué la llamaba, el viejo dijo: «Para que me lleves la carga».
La fábula muestra que cualquiera ama la vida, aunque sea desgraciado en ella.
79. El labrador y el águila
Un labrador que había atrapado un águila en una trampa, admirado de su belleza, la dejó libre. Esta no se mostró desagradecida con él, sino que, al verlo al pie de un muro que amenazaba ruina, voló hacia él y le arrebató con sus garras una cinta que llevaba en su cabeza. Él se levantó y se puso a perseguirla. El águila dejó caer la cinta y el labrador la recogió. Al regresar comprobó que se había desplomado el muro en que estuvo sentado, asombrándose de cómo le había salvado la vida el águila.
Quienes reciben algún bien de alguien deben devolverlo, pues el bien que hagas se te devolverá.
80. El labrador y los perros
Un labrador, obligado por el mal tiempo a permanecer en su granja sin poder salir a procurarse comida, primero se comió sus ovejas. Como aún persistía el mal tiempo, también acabó con las cabras. En tercer lugar, y como no había ninguna mejoría, terminó por sacrificar los bueyes de labranza. Los perros, al ver lo que hacía, se dijeron unos a otros: «Hemos de irnos de aquí, pues si el amo ni siquiera se abstuvo de los bueyes que trabajan con él, ¿cómo nos va a perdonar la vida a nosotros?».
La fábula muestra que hay que guardarse principalmente de quienes ni siquiera se abstienen de hacer daño a los de su casa.
81. El labrador y la serpiente que mató a su hijo
Una serpiente se introdujo en casa de un labrador y mató a su hijo. Aquel, terriblemente dolorido por ello, cogió un hacha y, acercándose al nido de la serpiente, se puso a acecharla para darle muerte tan pronto saliera. Cuando la serpiente asomó la cabeza, dio un hachazo y, aunque falló el golpe, partió en dos una piedra que había al lado. Después, fingiendo hacer las paces, la llamó para reconciliarse con ella. Esta dijo: «Ni yo puedo tener buena disposición contigo al ver cómo partiste la piedra, ni tú conmigo, al ver la tumba de tu hijo».
La fábula muestra que las grandes enemistades no tienen una fácil reconciliación.
82. El labrador y la serpiente congelada de frío
Un invierno, un labrador encontró una serpiente aterida de frío. Compadecido de ella, la cogió y se la puso en el pecho. Aquella, reanimada por el calor y habiendo recobrado su propia naturaleza, mordió a su bienhechor y lo mató. Y él, a punto de morir dijo: «Es justo lo que me pasa, por haberme compadecido de un malvado».
La fábula muestra que las naturalezas malvadas no cambian, aunque se las trate con la mayor humanidad posible.
83. El labrador y sus hijos
Un labrador estaba a punto de morir y quería que sus hijos se dedicarán a la agricultura; les hizo venir y les dijo: «Hijos míos, yo ya abandono esta vida, pero vosotros encontraréis todo lo que yo he ocultado en la viña, si lo buscáis». Estos, así pues, pensando que allí se hallaba enterrado un tesoro en alguna parte, removieron toda la tierra de la viña tras la muerte de su padre. Y no encontraron un tesoro, pero la viña, bien cavada, dio mucho mejor fruto.
La fábula muestra que el esfuerzo es un tesoro para los hombres.
84. El labrador y la Fortuna
Cavando un labrador la tierra encontró un trozo de oro. Así que cada día ofrendaba una corona a la Tierra, como si ella le hubiese concedido ese beneficio. Se le apareció entonces la diosa Fortuna y le dijo: «¡Eh tú!, ¿por qué atribuyes a la Tierra mis regalos, que te he dado yo porque quería enriquecerte? Pues si cambian las circunstancias y ese oro tuyo pasa a otras manos, sé que en ese momento me lo vas a reprochar a mí, la Fortuna».
La fábula muestra que se debe conocer al benefactor y a él darle las gracias.
85. El labrador y el árbol
En las tierras de un labrador había un árbol que no producía fruto, sino que servía solo de refugio a los gorriones y a las alborotadoras cigarras. El labrador decidió cortarlo por estéril. Así pues, cogió el hacha y le asestó un golpe. Las cigarras y los gorriones le suplicaron que no talase su refugio, sino que lo dejase intacto, y que ellos le alegrarían con sus cantos. Este, sin preocuparse de ellos en absoluto, asestó otro golpe y un tercero. Cuando hizo un hueco en el árbol, encontró el panal de miel de unas abejas. Y luego de probarla, dejó el hacha y honró al árbol como si fuera sagrado y desde entonces lo cuidó.
Los hombres no aman y honran por naturaleza lo justo en la misma medida en que persiguen su beneficio.
86. Los hijos del labrador que reñían
Los hijos de un labrador reñían a diario. Este, como aun aconsejándolos mucho no podía con sus palabras persuadirles de que cambiasen, comprendió que debía hacerlo con hechos y les invitó a que trajesen un haz de varas. Al hacer estos lo que se les había encomendado, les entregó primero las varas juntas y les pidió que las partiesen. A pesar de que pusieron todo su empeño, no lo pudieron lograr; a continuación desató él el haz y les dio las varas una a una. Al romperlas ahora con facilidad, les dijo: «Asimismo vosotros, hijos, si estáis de acuerdo, seréis indomables para los enemigos; pero, si discutís, seréis fáciles de someter».
La fábula muestra que la concordia es tanto más fuerte cuanto más fácil de vencer es la discordia.
87. La anciana y el médico
Una anciana enferma de los ojos contrató un médico a sueldo. Este, cada vez que durante sus visitas le aplicaba ungüento sobre los ojos, le fue sustrayendo uno a uno sus enseres. Después de haberse llevado todo, y haber quedado la anciana curada, le pidió el salario acordado. Como ella no quisiese pagar, la llevó a los magistrados. Ella decía que le había prometido el salario si le curaba la vista, pero que ahora se encontraba peor de su enfermedad que antes: «Pues entonces —dijo— veía todos los enseres de la casa, ahora, en cambio, no puedo ver ninguno».
Así, los hombres malvados, por ambición, sin darse cuenta atraen contra sí la inculpación.
88. La mujer y el marido borracho
El marido de una mujer era un completo borracho; y queriendo apartarle vicio, tramó lo siguiente: esperó a que estuviese adormecido por la bebida y sin sentido, como un muerto, y, cogiéndolo a cuestas y llevándolo al cementerio, lo dejó en el suelo y se marchó. Cuando calculó que ya estaría despejado, se acercó a la puerta del cementerio y empezó a dar golpes en ella. Al decir aquel: «¿Quién es el que golpea la puerta?», la mujer respondió: «Soy yo que traigo la comida a los muertos». Y aquel: «Mejor, amiga, tráeme de beber y no de comer, pues me pones muy triste recordándome la comida, pero no la bebida». Esta, golpeándose el pecho, dijo: «¡Ay de mí, desdichada!, pues lo que urdí no me fue útil en absoluto; pues tú, marido, no solo no te has corregido, sino que incluso te has puesto peor y tu vicio se te ha convertido en hábito».
La fábula muestra que no hay que echar raíces en las malas acciones. Pues llega un momento en que se impone el hábito al hombre, incluso aunque él no quiera.
89. La mujer y sus sirvientas
Una viuda muy trabajadora que tenía sirvientas jóvenes acostumbraba a despertarlas para el trabajo de noche con el canto del gallo. Estas, rendidas del continuo cansancio, decidieron ahogar al gallo de la casa, pues pensaban que él era el causante de sus males al despertar de noche a la señora. Y les ocurrió que, después de hacerlo, cayeron sobre ellas desgracias aún peores, pues la señora, al no saber la hora por los gallos, las despertaba para el trabajo de madrugada.
Así, para muchos hombres sus propias decisiones se convierten en la causa de sus males.
90. La mujer y la gallina
Una viuda tenía una gallina que le ponía un huevo cada día. Pensó que si echaba a la gallina más grano pondría dos veces al día y así lo hizo. Pero la gallina engordó y ni siquiera podía poner una vez al día.
La fábula muestra que los que desean más por ambición pierden incluso lo que tienen.
91. La bruja
Una bruja entendida en conjuros y remedios contra la cólera de los dioses tenía una abundante clientela con la que se ganaba muy bien la vida. Unos la denunciaron acusándola de que introducía innovaciones en materia religiosa, la llevaron a juicio y fue condenada a muerte. Al ver uno que la sacaban del tribunal dijo: «¡Eh tú!, la que prometes evitar las iras de los dioses, ¿cómo no pudiste persuadir ni siquiera a los hombres?». De esta fábula se podría servir uno contra una embaucadora que, aunque promete
cosas extraordinarias, se muestra incapaz de llevar a cabo las normales.
92. La ternera y el buey
Una ternera que veía trabajar a un buey lo compadecía por su desgracia. Pero, cuando llegaron las fiestas, desuncieron al buey y cogieron a la ternera para sacrificarla. Al ver el buey lo que sucedía, sonrió y le dijo: «Por eso no trabajabas, ternera, porque enseguida ibas a ser ofrecida en sacrificio».
La fábula muestra que el peligro acecha a quien se mantiene ocioso.
93. El cazador cobarde y el leñador
Un cazador seguía el rastro de un león. Preguntó a un leñador si había visto huellas del animal y dónde pernoctaba; y este dijo: «Te voy a mostrar al propio león». El cazador palideció de miedo y, rechinándole los dientes, dijo: «Busco solo su rastro, no al propio león».
La fábula pone en evidencia a los osados y cobardes, a los atrevidos de palabra y no a la hora de actuar.
94. El cerdo y las ovejas
Un cerdo se introdujo entre un rebaño de ovejas. Un día lo apresó el pastor y aquel se puso a gruñir y forcejear. Como las ovejas le censurasen por gritar y le dijesen: «A diario nos coge a nosotras y no gritamos», él respondió a eso: «Pero no es lo mismo cuando me cogen a mí que a vosotras; pues a vosotras os toma o por la lana o por la leche; de mí, en cambio, busca la carne».
La fábula muestra que se quejan con razón aquellos que corren peligro no por sus riquezas, sino por su salvación.
95. Los delfines, las ballenas y el gobio
Delfines y ballenas luchaban entre sí. Como la disputa se hiciese muy violenta, salió a la superficie un gobio (es este un pez pequeño) e intentaba separarlos. Uno de los delfines, tomando la palabra, le dijo: «Nos resulta más soportable morir luchando entre nosotros que tenerte de mediador».
Así, algunos hombres que no valen nada, cuando median en un altercado, ser alguien.
96. Démades el orador
Démades el orador hablaba un día en la Asamblea de Atenas, y como los atenienses no le prestaban la más mínima atención, les pidió que le permitiesen contar una fábula de Esopo. Al consentírselo ellos, comenzó diciendo: «Deméter, una golondrina y una anguila hacían el mismo camino; cuando llegaron a un río, la golondrina echó a volar y la anguila se sumergió». Y, después de decir eso, se calló. Y al preguntarle ellos: «Y bien, ¿qué le pasó a Deméter?», dijo: «Está irritada con vosotros, que os desentendéis de los asuntos de la ciudad y os dedicáis a las fábulas de Esopo».
Así también, son insensatos los hombres que se preocupan poco de lo necesario y prefieren lo que se hace por placer.
97. Diógenes y el calvo
Diógenes, el filósofo cínico, insultado por un calvo, le replicó: «Yo no te insulto, ¡qué va!, pero aplaudo a tus cabellos porque se han apartado de una mala cabeza».
98. Diógenes de viaje
Diógenes el perro, durante un viaje llegó a un río de mucho caudal y se detuvo junto a la orilla sin saber qué hacer. Uno de los que solían ayudar a vadearlo, al verlo vacilar, se le acercó, lo cogió en vilo y lo pasó al otro lado con amabilidad. Él se quedó lamentándose de que por su pobreza no podía pagar a su bienhechor. Mientras aún seguía pensativo, aquel, al ver a otro viajero que no podía cruzar, corrió a su lado y también le ayudó a pasar. Y Diógenes se le acercó y le dijo: «No te debo gratitud por lo ocurrido; pues veo que lo haces no por una resolución tuya, sino por compulsión».
La fábula muestra que los que hacen el bien tanto a personas serias como indiscriminadamente no alcanzan fama de buen hacer, sino más bien de insensatez.
99. Las encinas y Zeus
Unas encinas lanzaban reproches a Zeus diciendo: «En vano fuimos traídas a la vida, pues afrontamos la tala con más violencia que todos los árboles». Y Zeus: «Vosotras mismas sois causantes de vuestra desgracia; si no produjerais astiles ni fuerais útiles para la carpintería y la agricultura, no os talaría el hacha».
Algunos que han sido causantes de sus propios males reprochan a los dioses insensatamente.
100. Los leñadores y el pino
Unos leñadores que estaban cortando un pino utilizaban para ello las cuñas de su propia madera, ante lo cual el pino dijo: «No reprocho tanto al hacha que me cortó como a las cuñas de mí nacidas».
No es tan terrible cuando se padece algún dolor por culpa de hombres extraños como por los de casa.
FIN