
50 fábulas de Esopo Volumen 1
Esopo
Más cuentos del autor »50 fábulas de Esopo que intentan dar una enseñanza práctica mediante la personificación de animales irracionales, objetos o ideas abstractas
50 fábulas de Esopo Volumen 1
1. Los bienes y los males
Los bienes, como eran débiles, fueron perseguidos por los males, y subieron al cielo. Los bienes preguntaron a Zeus cómo habían de estar entre los hombres. Este respondió que no se acercasen a los hombres todos a la vez, sino de uno en uno. Por eso, porque están cerca, los males van íntimamente unidos a los hombres; y, en cambio, los bienes acuden a ellos lentamente, pues bajan del cielo.
Nadie alcanza los bienes rápidamente, pero todos somos golpeados por los males a diario.
2. El vendedor de estatuillas
Un hombre que había tallado un Hermes de madera lo llevó a la plaza y trataba de venderlo. Como no se acercara ningún comprador y quisiera atraerse a alguno, pregonaba a voces que vendía un dios benefactor y proveedor de ganancias. Cuando uno de los que se hallaban por allí le dijo: «¡Eh, tú!, ¿y por qué lo vendes si tiene tales cualidades? ¿No sería mejor que tú te aprovechases de sus beneficios?», respondió: «Yo necesito beneficios rápidos y él suele proporcionarlas ganancias lentamente».
La fábula es oportuna para el avaro que no se preocupa ni de los dioses.
3. El águila y la zorra
Un águila y una zorra que habían trabado amistad decidieron habitar cerca una de otra, suponiendo que el trato reforzaría su amistad. Entonces el águila subió a un árbol muy alto y empolló; la zorra se metió entre las matas que había debajo y parió. En cierta ocasión, cuando la zorra había salido a por comida, el águila, falta de alimento, bajó a las matas y, tras arrebatar a las crías, las devoró junto con sus polluelos. Cuando la zorra, a su regreso, supo lo ocurrido, no se afligió tanto por la muerte de sus crías como por la dificultad de tomar venganza; pues al ser un animal terrestre no podía perseguir a uno volador. Por eso, de lejos maldecía a su enemiga, lo único que les queda a los incapaces y débiles. Mas ocurrió que, no mucho después, el águila pagó el castigo por su crimen contra la amistad. Pues, cuando unos estaban sacrificando una cabra en el campo, descendió volando y arrebató del altar una víscera en ascuas. Después que la hubo llevado a su nido, se levantó un fuerte viento y de una paja fina y seca prendió un fuego brillante. Y a causa de él los polluelos, quemados —pues todavía no podían volar—, cayeron al suelo. La zorra se acercó corriendo y los devoró a todos a la vista del águila.
La fábula muestra que los que traicionan la amistad, aunque logren evitar el castigo de los perjudicados por su debilidad, sin embargo, al menos, no escapan al castigo del dios.
4. El águila y el escarabajo
Un águila perseguía a una liebre. Esta, ante la ausencia de alguien que le prestara ayuda, al ver un escarabajo, lo único que la suerte le proporcionó, le imploró auxilio. El escarabajo le dio ánimos y, cuando vio que el águila se acercaba, le pidió que no se llevase a quien le había solicitado ayuda. Pero aquella, desdeñando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre ante su vista. El escarabajo, pensando en vengarse del águila, no paraba de observar sus nidos y, si en alguna ocasión aquella ponía, echando a volar hacía rodar los huevos y los cascaba, hasta que el águila, expulsada de todas partes, recurrió a Zeus —esta ave está consagrada a Zeus— y le pidió que le proporcionara un lugar seguro para su puesta. Como Zeus le concediera que pusiese en su propio regazo, el escarabajo, enterado de ello, haciendo una bola de estiércol, alzó el vuelo y, llegándose al regazo del dios la dejó caer allí. Zeus, al querer sacudirse el estiércol, se levantó y, sin darse cuenta, reventó los huevos. Y dicen que, a partir de entonces, las águilas no ponen en la época en que aparecen los escarabajos.
La fábula enseña que no hay que menospreciar a nadie, por pensar que es tan débil que, ultrajado, no pueda vengarse algún día.
5. El águila, el grajo y el pastor
Un águila, abatiéndose desde lo alto de una roca, arrebató un cordero, y un grajo que lo había visto, por envidia, quiso imitarla. Y, lanzándose con gran estruendo, se precipitó sobre un carnero. Enredadas sus garras en los mechones de lana, batía las alas sin poder elevarse, hasta que el pastor, percatado de lo sucedido, echando a correr, lo cogió y, habiéndole cortado la punta de las alas, al caer la tarde, se lo llevó a sus hijos. Al preguntarle estos qué pájaro era, dijo: «Según yo sé con certeza, un grajo; según cree él, un águila».
Así, competir con los poderosos, además de que no sirve de nada, incluso añade ridículo a las desgracias.
6. El águila con las alas cortadas y la zorra
En cierta ocasión un águila fue capturada por un hombre. Este le cortó las alas y la dejó en su casa en compañía de las gallinas. El águila estaba abatida y no comía nada por la tristeza. Y era igual a un rey prisionero. Otro hombre que la compró, le arrancó las alas y tras ungirlas con ungüento logró que renacieran. El águila, echando a volar y apresando entre sus garras una liebre, se la llevó como regalo. Una zorra que lo vio dijo: «No se la des a ese, sino al primero, porque ese es bueno por naturaleza; en cambio, congráciate más con aquel, no sea que vaya a cogerte de nuevo y te arranque las alas».
Se debe corresponder debidamente a los bienhechores y alejar prudentemente a los malvados.
7. El águila herida por una flecha
En lo alto de una roca estaba posada un águila, tratando de cazar liebres. Un hombre, disparándole con un arco, la hirió y la flecha penetró hasta dentro, pero la muesca con las plumas quedó ante sus ojos. El águila, cuando la vio, dijo: «Para mí es otro dolor el morir por mis plumas».
El aguijón del dolor es más terrible cuando el peligro parte de uno mismo.
8. El ruiseñor y el halcón
Un ruiseñor, posado sobre una alta encina, cantaba según su costumbre. Un halcón, al verlo, se lo llevó consigo. El ruiseñor, viendo que su fin estaba próximo, le pidió que lo soltara, diciendo que él no era suficiente para llenar la tripa de un halcón y que, si carecía de alimento, debía buscar pájaros más grandes. Y el halcón, respondiendo, dijo: «Pero yo sería estúpido si soltara el alimento que ya tengo en mis garras y persiguiera lo que todavía no ha aparecido».
Así también los hombres más insensatos son los que por esperanza de bienes mayores dejan escapar los que están en sus manos.
9. El ruiseñor y la golondrina
Una golondrina aconsejaba a un ruiseñor que anidara bajo el mismo techo que los hombres y con ellos habitara como ella. El ruiseñor dijo: «No quiero recordar el dolor de mis antiguas desgracias y por eso habito lugares solitarios».
Quien se ha afligido de algún infortunio también quiere evitar el lugar donde ocurrió el sufrimiento.
10. El deudor ateniense
En Atenas, un deudor a quien el prestamista reclamaba su deuda, primero le pidió que le concediera un aplazamiento, diciendo que se encontraba en un apuro. Pero, como no le convenciera, llevó la única marrana que tenía y, en presencia de aquel, la puso en venta, Al acercarse un comprador preguntó si la marrana era prolífica, aquel dijo que no solo paría, sino que de un modo extraordinario, pues había parido hembras en los Misterios y machos en las Panateneas. Atónito aquel ante sus palabras, el prestamista le dijo: «Pero no te asombres, pues también te engendrará cabritos en las Dionisias».
La fábula muestra que muchos, por su propio beneficio, no vacilan ni en atestiguar en falso lo imposible.
11. El negro
Un hombre compró un negro creyendo que tenía tal color por descuido de su anterior dueño. Y, cuando lo llevó a su casa, le aplicó todo tipo de jabones e intentó limpiarlo con baños de toda clase. Y no pudo cambiar su color, pero le hizo enfermar.
La fábula muestra que las naturalezas se mantienen como fueron al principio.
12. La comadreja y el gallo
Una comadreja que había cogido un gallo quiso comérselo con un pretexto razonable. Y le acusaba de que era molesto para los hombres por cantar durante la noche, sin dejarles conciliar el sueño. Este, en su defensa, decía que lo hacía para provecho de aquellos, porque los despertaba para sus trabajos habituales. Entonces la comadreja le acusó de ser impío con respecto a la naturaleza, pues cubría a su madre y a sus hermanas. Como este dijera que también lo hacía en provecho de los amos, pues con eso les ponían muchos huevos, la comadreja dijo: «Aunque tienes abundancia de justificaciones de buena apariencia, yo, sin embargo, no voy a quedarme sin comida» y lo devoró.
La fábula muestra que la naturaleza malvada, cuando se ha propuesto delinquir, si no puede hacerlo con un pretexto razonable, comete el mal a las claras.
13. La comadreja y los ratones
En una casa había muchos ratones. Una comadreja, enterada de ello, llegó allí y, tras cazarlos uno a uno, se los iba comiendo. Los ratones, atrapados sin cesar, se introducían en sus agujeros y la comadreja, no pudiendo llegar hasta ellos, comprendió que había de hacerlos salir por medio de un plan. Por eso, se subió a una percha y, colgada de allí, se hacía la muerta. Uno de los ratones que asomó la cabeza, al verla, dijo: «¡Anda esta!, aunque fueras un saco, no me acercaría a ti».
La fábula muestra que los hombres prudentes, cuando han experimentado las maldades de algunos, ya no se dejan engañar por sus representaciones.
14. La comadreja y las gallinas
Una comadreja, como hubiese oído que en una granja había unas gallinas enfermas, haciéndose pasar por médico y llevando el instrumental de tal ocupación, se presentó allí, y, parada ante el gallinero, les preguntó cómo estaban. Ellas, respondiendo, dijeron: «Bien si tú te alejas de aquí».
Así, los hombres malvados tampoco pasan inadvertidos a los prudentes, aunque finjan las mayores bondades.
15. La cabra y el cabrero
Un cabrero llamaba a las cabras al aprisco. Una de ellas quedó atrás, comiendo algo dulce. El pastor le arrojó una piedra con tan buena puntería que le rompió un cuerno. Y suplicaba a la cabra que no se lo dijese al amo. Ella dijo: «Aunque yo calle, ¿cómo lo voy a ocultar?, pues a la vista de todos está mi cuerno roto».
La falta, cuando es manifiesta, no es posible ocultarla.
16. La cabra y el burro
Un hombre alimentaba a una cabra y a un burro. La cabra, envidiando al burro por la abundancia de su comida, le decía: «Recibes muchos castigos, unas veces moliendo, otras llevando carga», y le aconsejaba que, fingiendo un ataque, se dejara caer en una zanja y consiguiera así un descanso. El burro le creyó, se dejó caer y se descoyuntó. El amo, habiendo llamado al veterinario, le pidió que lo socorriera. Este le dijo que le aplicara el bofe de una cabra y recobraría la salud. Y, tras sacrificar la cabra, curaron al burro.
Quien maquina insidias contra otro se hace el principal causante de sus propios males.
17. El cabrero y las cabras monteses
Un cabrero que había llevado sus cabras a pastar, al ver que se mezclaban con otras monteses, al caer la tarde, a todas las hizo entrar en su cueva. Al día siguiente, desencadenada una gran tormenta, no pudiendo llevarlas al pasto acostumbrado, las cuidaba dentro, echando a las propias comida moderada, solo para que no pasaran hambre; y, en cambio, amontonaba más para las extrañas, con la intención de apropiárselas también. Pasada la tormenta, cuando sacó a todas al pasto, las monteses, tirando al monte, huían. Como el pastor les reprochase su ingratitud, ya que lo dejaban después de haber recibido más cuidados, volviéndose le dijeron: «Pues también por eso mismo más nos precavemos, porque si a nosotras, que nos hemos acercado a ti ayer, nos trataste mejor que a las que llevan tiempo contigo, resulta evidente que, si también se te acercasen otras después de esto, las preferirías a nosotras».
La fábula muestra que no debemos acoger con satisfacción las amistades de quienes nos estiman más a los amigos recientes que a los antiguos, sino pensar que, si se hacen amigos de otros al envejecer nuestra amistad, los preferirán a ellos.
18. La esclava fea y Afrodita
Un amo amaba apasionadamente a una esclava fea y malvada. Esta, con el dinero que él le daba, se arreglaba con esplendor y rivalizaba con su propia ama. Continuamente ofrecía sacrificios a Afrodita y se ufanaba porque la había hecho bella. Pero esta se apareció en un sueño a la esclava y le dijo que no le estuviera agradecida porque la hubiese hecho bella, «sino que estoy enfadada e irritada con aquel a quien tú pareces bella».
No conviene que los que se enriquecen por medios vergonzosos se cieguen, y menos si son viles y feos para mayor vergüenza.
19. Esopo en un astillero
Esopo, el fabulista, disponiendo de un rato libre, entró en un astillero. Como los obreros le provocasen con bromas y le incitasen a replicar, Esopo les contó que antiguamente existían el caos y el agua, pero que Zeus, queriendo mostrar también que la tierra era el tercer elemento, aconsejó a esta que se bebiese el mar en tres tragos. Y ella, con el primero mostró los montes; habiendo dado un segundo trago, dejó al desnudo las llanuras, y «si le pareciese bien beber también agua por tercera vez, vuestro oficio se haría inútil».
La fábula muestra que los que se burlan de los mejores, sin advertirlo se ganan réplicas más punzantes de ellos.
20. Los dos gallos y el águila
Dos gallos se peleaban por unas gallinas y uno puso en fuga al otro. El vencido se marchó a un lugar sombreado y se ocultó. El vencedor, envanecido, se encaramó a lo alto de un muro y cantó a plena voz. Un águila descendió volando directa a él y lo apresó. El que estaba oculto en la oscuridad pisó sin miedo desde entonces a las gallinas.
La fábula muestra que la divinidad se opone a los soberbios y concede los humildes.
21. Los gallos y la perdiz
Un hombre que tenía gallos en casa encontró en venta una perdiz domesticada, la compró y la llevó a casa para criarla junto con aquellos. Como estos la picaran y acosaran, la perdiz se hallaba atribulada, pensando que era desdeñada por ser de otra especie. Pero, pasado un poco de tiempo, cuando observó que los gallos se peleaban entre sí y no se separaban antes de haberse hecho sangre, se dijo a sí misma: «No me disgustaré ya más porque me piquen, pues veo que ellos tampoco se perdonan».
La fábula muestra que los prudentes soportan fácilmente los excesos de sus vecinos cuando ven que ellos ni siquiera perdonan a sus parientes.
22. Los pescadores y el atún
Unos pescadores que habían salido de pesca, aunque se fatigaron durante mucho tiempo, nada capturaron, y, sentados en la barca, se hallaban desalentados. En eso, un atún perseguido, que se precipitaba con gran estrépito, saltó, sin advertirlo, a la barca. Los pescadores lo capturaron, se lo llevaron a la ciudad y lo vendieron.
Así, muchas veces lo que no proporcionó el oficio, lo otorgó la suerte.
23. Los pescadores que pescaron piedras
Unos pescadores tiraban de una red. Y, como era pesada, daban saltos de alegría, pensando que habría abundante pesca. Pero cuando, al arrastrarla hasta la orilla, encontraron pocos peces y la red llena de piedras y desechos de otro tipo, se desanimaron sobremanera, no tanto contrariados por lo ocurrido como porque habían imaginado lo contrario. Uno de ellos, que era viejo, dijo: «Dejémoslo ya, compañeros, pues, según parece, la pena es hermana del gozo y, puesto que habíamos disfrutado de antemano, sin duda debíamos sufrir también alguna decepción».
Pues bien, viendo lo mudable de la vida, no debemos alegrarnos siempre de las mismas cosas, y pensar que forzosamente del buen tiempo nace la tempestad.
24. El pescador que tocaba la flauta
Un pescador experto en tocar la flauta se acercó al mar con su flauta y sus redes y, situado sobre una roca saliente, tocó primero la flauta, pensando que los peces saltarían espontáneamente hacia él ante el agradable son. Mas como, después de esforzarse mucho, no obtuviera ningún resultado, dejó la flauta, cogió el esparavel y, tras echarlo al agua, pescó muchos peces. Al sacarlos de la red a la orilla, cuando los vio saltar, dijo: «¡Malditos animales!, cuando tocaba la flauta no bailabais; ahora, en cambio, cuando he cesado, lo hacéis».
La fábula es oportuna para los que hacen algo a destiempo.
25. El pescador y los peces grandes y pequeños
Un pescador, al sacar del mar la red, apresó en ella los peces grandes y los esparció por tierra. Sin embargo, los peces más pequeños escaparon en el mar por los agujeros. La salvación es cosa fácil para los que no son afortunados, pero rara vez se puede
ver que evite los peligros quien es grande por la fama.
26. El pescador y el picarel
Un pescador echó la red en el mar y sacó un picarel. Como era pequeño, le suplicó que no lo cogiera en ese momento, sino que lo dejara. «Cuando crezca —dijo— y sea grande, me podrás coger, y entonces te seré de más utilidad». Y el pescador dijo: «Tonto sería yo si, soltando la ganancia que está en mis manos, aunque sea pequeña, esperara una supuesta, aunque sea más grande».
La fábula muestra que sería insensato quien suelta lo que tiene en sus manos, aunque pequeño, por esperanza de algo mayor.
27. El pescador que batía el agua
Un pescador se hallaba pescando en un río. Y, cuando tendió las redes y abarcó la corriente desde todos los lados, batía el agua con una piedra atada a una gruesa cuerda, para que los peces, al huir, inevitablemente cayesen en ellas. Uno de los habitantes del lugar, sin embargo, al ver lo que hacía, le censuró por enturbiar el río y no dejarles beber agua clara. Él respondió: «Si no remuevo el río así, moriré de hambre».
Así también los dirigentes de las ciudades consiguen más cuando llevan sus patrias a la sedición.
28. El alción
El alción es un pájaro amante de la soledad que vive permanentemente en el mar. De él se dice que, para precaverse de las cacerías de los hombres, empolla en los escollos costeros. En cierta ocasión, un alción, cuando iba a hacer la puesta, buscó un promontorio y, al ver una roca junto al mar, decidió empollar allí. Un día que salió por comida ocurrió que el mar, agitado por un impetuoso viento, subió hasta el nido y, cubriéndolo de agua, ahogó a los polluelos. El alción, a su vuelta, cuando se percató de lo sucedido, dijo: «¡Desgraciado de mí, que, guardándome de la tierra por insidiosa, me refugié en el mar que me ha resultado menos de fiar!».
Así también algunos hombres, guardándose de los enemigos, caen, sin darse cuenta, en amigos mucho más molestos que los enemigos.
29. Las zorras a orillas del Meandro
En cierta ocasión, se reunieron unas zorras junto al río Meandro, queriendo beber de él. Como el agua se precipitaba con un ruido estrepitoso, aun incitándose unas a otras, no se atrevían a penetrar. Al cabo salió una de ellas y, riéndose de las demás y de su miedo, para humillarlas, y presumiendo de ser más valiente, saltó al agua osadamente. La corriente la arrastró hacia el centro y las demás que estaban a la orilla del río le decían: «No nos dejes, vuelve y muéstranos el acceso por el que sin peligro podamos beber». Aquella, mientras era arrastrada, les dijo: «Tengo un encargo para Mileto y quiero llevarlo allí; cuando regrese os lo mostraré».
A los que por fanfarronería se exponen al peligro.
30. La zorra con el vientre hinchado
Una zorra que estaba hambrienta, al ver en el hueco de una encina panes y carne abandonados por unos pastores, se metió en él y se los comió. Pero, como se le hinchase el vientre y no pudiera salir, gemía y se lamentaba. Otra zorra que pasaba por allí, al oír su gemido, acercándose le preguntó el motivo. Cuando comprendió lo que le había pasado, le dijo: «Aguarda ahí hasta que estés como estabas cuando entraste, y así fácilmente saldrás».
La fábula muestra que el tiempo resuelve las dificultades de las cosas.
31. La zorra y la zarza
Una zorra que estaba subida en un seto resbaló y, a punto de caerse, se agarró de una zarza para evitarlo. Y, como se hiriera y dañara las patas por sus pinchos, le dijo: «¡Ay de mí!, pues recurrí a ti en demanda de ayuda, me has dejado peor». «¡Mira esta! —dijo la zarza—, te equivocaste al haber querido agarrarte de mí, que acostumbro a agarrarme de todo».
La fábula muestra que del mismo modo son necios quienes recurren a la aquellos a quienes les es más natural hacer daño.
32. La zorra y las uvas
Una zorra hambrienta, al ver unos racimos que colgaban de una parra, quiso apoderarse de ellos, y no pudo. Apartándose, se dijo a sí misma: «Están verdes».
Así también algunos hombres, cuando no pueden conseguir las cosas por incompetencia, culpan a las circunstancias.
33. La zorra y la serpiente
Había una higuera junto al camino. Una zorra encontró una serpiente dormida y sintió envidia de su tamaño. Al querer igualarla, se tendió a su lado e intentaba estirarse hasta que, en su desmesurado empeño, sin darse cuenta reventó.
Eso les pasa a los que compiten con los más poderosos, pues ellos mismos revientan antes de poder llegar a igualarlos.
34. La zorra y el leñador
Una zorra que huía de unos cazadores, al ver a un leñador, le pidió que la escondiera. Este le sugirió que entrase en su cabaña y se ocultase. No mucho después, se acercaron los cazadores y preguntaron al leñador si había visto a una zorra pasar por allí. Aquel negó haberla visto, pero haciendo un gesto con la mano, les indicó dónde se ocultaba. Pero, como ellos no entendieran lo que se les apuntaba por señas y creyeran lo que decía, la zorra, al verlos retirarse, salió y se marchó sin decir nada. Cuando el leñador le reprochó que, aunque la había salvado, no le había dado ni las gracias, dijo: «Te las habría dado, si hubieses tenido las mismas actitudes y gestos con las manos que con tus palabras».
De esta fábula se podría uno servir contra aquellos hombres que proclaman sin duda su honradez, pero con sus acciones cometen maldades.
35. La zorra y el cocodrilo
Una zorra y un cocodrilo disputaban sobre su abolengo. Como el cocodrilo diera todo lujo de detalles sobre la distinción de sus antepasados y dijera finalmente que su padres habían sido gimnasiarcos, la zorra le dijo: «Aunque no lo digas, muestras por tu piel que llevas muchos años haciendo gimnasia».
Así también, los hechos ponen en evidencia a los hombres mentirosos.
36. La zorra y el perro
Una zorra, que se había introducido en un rebaño de ovejas, cogió un corderillo lechal y fingía besarle tiernamente. Al preguntarle un perro por qué lo hacía dijo: «Lo cuido y juego con él». Y el perro respondió: «Pues si no apartas de ti al corderillo, te ofreceré los cuidados de los perros».
La fábula es adecuada para un hombre astuto y un ladrón necio.
37. La zorra y el leopardo
Una zorra y un leopardo disputaban sobre su belleza. Como el leopardo a cada instante adujese la variedad de colores de su cuerpo, la zorra, respondiendo, dijo: «¡Cuánto más hermosa que tú soy yo, que tengo variedad de colores no en el cuerpo, sino en el alma!».
La fábula muestra que la buena constitución de la mente es mejor que la belleza del cuerpo.
38. La zorra y el mono elegido rey
En una asamblea de animales un mono se puso a bailar, se ganó a los demás y lo eligieron rey. La zorra, sintiendo envidia de él, al encontrar en una trampa un trozo de carne, lo llevó allí y le dijo que había hallado un tesoro, pero que ella no lo podía aprovechar, y que se lo ofrecía como presente de su realeza; y le invitó a cogerlo. El mono se acercó descuidadamente y fue atrapado por la trampa, y, al acusar a la zorra de haberle engañado, aquella dijo: «¡Mono!, ¿con tal necedad eres tú el rey de los animales?».
Así, los que emprenden proyectos irreflexivamente se exponen al ridículo, además de fracasar.
39. La zorra y el mono que disputaban sobre su abolengo
Una zorra y un mono que hacían el mismo camino disputaban sobre su abolengo. Después de referir cada uno muchas cosas, cuando estuvieron en cierto lugar, el mono volviendo su mirada exhaló un gemido. Al preguntar la zorra la causa, el mono señaló unas tumbas y dijo: «¿Cómo no voy a llorar al ver las estelas de mis antepasados libertos y esclavos?». Y aquella le dijo: «Miente cuanto quieras, pues ninguno de esos se va a levantar para contradecirte».
Así, también los hombres mentirosos fanfarronean más cuando no tienen quienes les contradigan.
40. La zorra y el macho cabrío
Una zorra que había caído en un pozo llevaba largo rato en él. Un macho cabrío, forzado por la sed, llegó junto al mismo pozo y al verla le preguntó si era buena el agua. Ella, contenta por la coincidencia, se deshacía en elogios del agua, diciendo que era excelente y le animaba a que bajara. Después que bajó despreocupadamente movido por su deseo, apenas hubo apaciguado la sed, miraba con la zorra la forma de subir. Y la zorra, tomando la palabra, dijo: «Sé algo útil si lo único que quieres es la salvación de ambos. Así pues, apoya tus patas delanteras en el muro y endereza los cuernos, y yo, luego de trepar por encima, también te sacaré». Atendió este a la propuesta de buena gana y la zorra, escalando por sus patas, lomo y cuernos, llegó hasta la boca del pozo y, tras salir, se alejó. Al reprocharle el macho cabrío que había incumplido el pacto, se volvió y le dijo: «Si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no habrías bajado antes de considerar la forma de subir».
Así también, los hombres sensatos deben mirar las consecuencias de sus acciones y luego aplicarse así a ellas.
41. La zorra rabona
Una zorra a la que un cepo le había cortado el rabo se avergonzaba de tener que sufrir una vida insoportable, por lo que decidió que debía llevar también a las demás zorras a su misma situación para ocultar la inferioridad propia con la desgracia común. Y, después de reunir a todas, las animaba a cortarse los rabos, diciendo que el rabo no solo era indecente, sino también que colgaba de ellas un peso innecesario. Y una le replicó: «Si eso no te conviniera, no nos lo aconsejarías».
Esta fábula se ajusta a aquellos que dan consejos a los amigos, no por buena voluntad, sino por su propia conveniencia.
42. La zorra que nunca había visto un león
Una zorra que no había visto nunca un león, cuando por casualidad se encontró con uno, al verlo por primera vez se turbó tanto que incluso casi se muere. Cuando se lo encontró por segunda vez tuvo miedo, pero no tanto como antes. Pero la tercera vez que lo vio tomó tanta confianza que incluso se acercó y charló con él.
La fábula muestra que la costumbre atempera incluso las situaciones terribles.
43. La zorra a la máscara
Una zorra, que había entrado en casa de un actor y examinado cada uno de sus enseres, encontró también una máscara fabricada con gran fidelidad, y, cogiéndola en sus manos, dijo: «¡Qué cabeza, y no tiene seso!».
La fábula es en contra de los hombres extraordinarios en su cuerpo, pero faltos de juicio en su mente.
44. Dos hombres que disputaban acerca de los dioses
Dos hombres disputaban qué dios era mayor, si Teseo o Heracles. Pero los dioses, irritados con ellos, castigaron cada uno al país del otro.
La disputa de los subordinados estimula a los señores a irritarse con los súbditos.
45. El homicida
Uno que había matado a un hombre era perseguido por los parientes de la víctima. Cuando llegó a orillas del río Nilo, le salió al encuentro un lobo y, lleno de miedo, subió a un árbol que había junto al río y allí trataba de ocultarse. Pero al ver una serpiente que trepaba por el árbol, se lanzó al río. Y en el río, un cocodrilo lo devoró.
La fábula muestra que para los hombres malditos no es segura ni la tierra, ni el aire ni el agua.
46. El hombre que prometía lo imposible
Un pobre que estaba enfermo y se encontraba muy mal, cuando los médicos lo desahuciaron, prometió a los dioses hacer una hecatombe, y les ofreció también
consagrar un exvoto, si se restablecía. Al preguntarle su mujer, que estaba allí a su lado: «¿Y con qué vas a pagarlo?», le dijo: «¿Crees, en efecto, que me voy a recuperar para que los dioses también me lo reclamen?».
La fábula muestra que los hombres prometen fácilmente lo que de hecho no esperan cumplir.
47. El cobarde y los cuervos
Un cobarde partió para la guerra. Al graznar unos cuervos, tiró las armas y se quedó quieto; luego, cogiéndolas de nuevo, prosiguió; y cuando graznaron otra vez, se detuvo y al fin les dijo: «Graznad lo más fuerte que podáis, pero no me cataréis».
La fábula es sobre los muy cobardes.
48. El hombre mordido por una hormiga y Hermes
En cierta ocasión, al ver uno que una nave se hundía con sus tripulantes, afirmó que los dioses juzgaban de modo injusto, pues por un solo impío morían hasta los inocentes. Mientras eso decía, ocurrió que fue mordido por una hormiga, ya que había muchas en el lugar en que se encontraba. Y él, al que había picado una sola, pisoteó a todas. Se le presentó Hermes, le dio un golpe con el caduceo y le dijo: «¿Y ahora no reconoces que los dioses son jueces como tú lo eres de las hormigas?».
Nadie blasfeme contra un dios cuando acontece una desgracia, y que se fije más en sus propios fallos.
49. El hombre y la mujer terrible
Uno que tenía una mujer demasiado terrible de carácter con todos los de la casa quiso saber si también tendría igual actitud con los criados de su padre. Así que la envió allí con un pretexto verosímil. A su regreso, unos días después, le preguntó cómo la habían recibido los criados. Al responder ella: «Los boyeros y pastores me miraban con recelo», le dijo: «Mujer, si suscitaste odio en estos que al amanecer sacan los rebaños y retornan por la tarde, ¿qué hay que esperar de aquellos otros con los que conviviste todo el día?».
Así, muchas veces lo grande se llega a conocer por lo pequeño y lo oscuro por lo claro.
50. El truhán
Un truhán que se había apostado con otro que demostraría que el oráculo de Delfos era mentiroso, cuando llegó el día fijado, fue al templo con un gorrión en la mano cubierto bajo su manto. Se paró frente al oráculo y le preguntó que le contestara si tenía en las manos algo animado o inanimado, con la intención de mostrar vivo al gorrión, si decía inanimado, pero, si decía animado, sacarlo después de haberlo ahogado. Y el dios, dándose cuenta de su malicia dijo: «¡Basta ya!, pues en ti está que lo que tienes esté muerto o vivo».
La fábula muestra que es imposible confundir a la divinidad.
FIN